En el equipo argentino de todos los tiempos, Silvio Marzolini ocupa un puesto indiscutible: fue el mejor lateral izquierdo de la historia. Y la calificación no debió esperar a su fallecimiento para hacerse efectiva. Rubio, espigado, elegante y con una técnica inusual para su puesto, le adosó buen gusto y calidad a una función que, hasta finales de la década del 50 y principios de la del '60, sólo estaba destinada a hombres aguerridos, de pierna templada y que salían a la cancha a marcar a los punteros derechos, aplicando una máxima de hierro: pasa la pelota o el hombre, los dos juntos no.
Aunque su carrera profesional despuntó en Ferro en 1959, su nombre es una parte grande del patrimonio emocional de Boca. Como futbolista ganó 5 campeonatos con la camiseta azul y oro (1962, 1964, 1965 y los Nacionales de 1969 y 1970) y la Copa Argentina de 1969. Y con 194 partidos es, después de Juan Román Riquelme (206) el jugador que más veces jugó en la Bombonera. Como técnico, sumó el inolvidable Metropolitano de 1981 con el que Diego Armando Maradona logró su primer y único título en el fútbol argentino.
Pero no sólo se destacó Marzolini con la camiseta azul y oro en el pecho. También fue titular indiscutido en casi todos los seleccionados nacionales de la década del 60. Participó en dos Mundiales, Chile 1962 e Inglaterra 1966. En este último, apenas cuatro partidos bastaron para que la crítica lo eligiera como el mejor lateral zurdo de la Copa. Jugó en total 25 veces con la casaca albiceleste. Pero nunca pudo ganar un campeonato con ella.
Nacido en Barracas el 4 de octubre de 1940, Marzolini salió campeón de los torneos Evita de 1953 jugando como nueve o diez para el equipo Antártida Argentina. Con ese antecedente, en 1955, su hermano Eligio le consiguió una prueba en Ferro, donde José Scalise, un experto probador de jugadores y técnico de divisiones inferiores, lo transformó en defensor. Con edad de quinta, lo llevaron a practicar con la primera, tanta era su calidad. Y el 31 de mayo de 1959, Angel Perucca lo hizo debutar ante Boca. Fue un 1-1 en Caballito y enfrente tuvo a un wing rapidísimo: Angel Osvaldo Nardiello (también fallecido este año) a quien Marzolini anuló con oficio y clase. Sin nervios. Como si tuviera largos años de titularidad y no fuera un pibe debutante.
Ferro resultó la gran sensación del campeonato del 59. Salió tercero a 12 puntos del campeón, San Lorenzo. Y en 1960, Marzolini, junto con Antonio Roma, pasaron a Boca por 600 mil pesos y el pase de tres jugadores (Biaggio, Di Gioia y Barberis). Fueron una de las mejores compras boquenses de la historia: los dos estuvieron 12 años en el club y fueron ídolos de la gran hinchada xeneize. Roma por su personalidad inquebrantable. Marzolini por su calidad y su prestancia. No se conformaba con quitarle la pelota al puntero adversario o tirarla al costado. Ni siquiera, con pasársela al compañero más cercano. Marzolini apretaba a sus rivales contra la raya, les ganaba los mano a mano y pasaba al ataque. Tocaba, iba a buscar la devolución y subía para tirar el centro o forzar el desborde. No hizo muchos goles en Boca, apenas 9. Pero ayudó a hacer muchos.
Era una fiesta del fútbol cada vez que Marzolini enfrentaba a Raúl Bernao (Independiente), Héctor Facundo (San Lorenzo) o el uruguayo Luis Cubilla (River), los grandes punteros derechos de los '60. Eran duelos de habilidad y energía, un disfrute para los hinchas que amaban el juego. Silvio ganaba muchas veces. Y si le tocaba perder, lo hacía con lealtad. Ponía la pierna fuerte pero con hombría. Por eso, siempre fue respetado. En paralelo con su fama como jugador, también desarrolló una carrera artística: trabajó en dos películas (Cuando los Hombres Hablan de Mujeres en 1967 y Paula Contra la Mitad Más Uno en 1970) y fue modelo publicitario en gráfica y televisión. Su pinta matadora hacía suspirar a las mujeres de su época.
En 1973 y después de 12 gloriosas temporadas boquenses, 389 partidos y 6 títulos, el nuevo técnico, Rogelio Domínguez, le dijo a Marzolini que no lo tenía en sus planes y el presidente Alberto J. Armando le dio el pase libre. Podía haber seguido jugando. Pero optó por el retiro. En 1975, dirigió a All Boys en Primera División y en 1978, fue uno de los comentaristas del Mundial para la televisión argentina y columnista de la revista El Gráfico. En 1981, el nuevo presidente de Boca, Martín Noel, lo convocó para dirigir el equipo en el que ya estaba Miguel Angel Brindisi y al que poco después llegó Diego Maradona. Con los dos como estrellas, armó un cuadro memorable que ganó el Metropolitano tras un duelo mano a mano con el Ferro de Carlos Griguol. Pero por un problema cardíaco debió dejar el cargo a fines de ese año. Volvió a Boca en 1995 y otra vez dirigió a Diego. Pero esta vez no pudo coronar. Perdió un campeonato imposible a manos del Velez de Carlos Bianchi. Cuando en diciembre de ese año llegó Mauricio Macri a la presidencia, Marzolini se fue y Carlos Bilardo ocupó su lugar.
En los últimos años, los problemas de salud lo tuvieron a maltraer. Pero hasta que pudo, siempre fue a la Bombonera, donde desde 2015 una estatua lo inmortaliza como uno de los grandes ídolos xeneizes. Porque Marzolini es un pedazo grande de la historia de Boca y del fútbol argentino. El mejor número tres de todos los tiempos. No hay nadie que se atreva a discutirlo.