Cada día más nuestra vida cotidiana está siendo condicionada por máquinas de diversas índole.

En efecto, contestadores automáticos telefónicos, ordenadores informáticos, teléfonos celulares multifunción, cajeros automáticos bancarios y un largo etcétera.

La dinámica tecnológica marcha en paralelo con la lógica mercantil del capitalismo. Entonces los vínculos interpersonales son cada vez más mediados por artefactos. Todo esto significa, como señala el filósofo Eric Sadin, que esta dinámica social deriva en que cada vez más recibimos instrucciones de las máquinas y éstas van marcando el ritmo de nuestra existencia.

Cada vez más somos nosotros quienes recibimos las instrucciones de las máquinas y no ellas de nosotros.

La llamada inteligencia artificial va desplazando las capacidades evaluativas instalando la nueva axiomática de claves, códigos alfanuméricos, obsolescencia y descarte.

La ética de la solidaridad tiende a ser reemplazada por el predominio de la razón instrumental y la supuesta eficiencia técnica.

Estas cuestiones atraviesan ámbitos tan variados como la vida laboral, el sistema sanitario, modifican los modos de aprendizaje y los hábitos de relación social y la convivencia misma.

Claramente está en ciernes la mayor amenaza antihumanista de la historia contemporánea funcional a sistemas de control social que no dejan aspectos de la subjetividad por invadir. Control facial, captación de huellas digitales; hasta los momentos de recreación y descanso reglados.

Permanecer en la indiferencia a estas cuestiones no es otra cosa que ceder terreno a todos los dispositivos de manipulación biopolítica con consecuencias letales a breve plazo.

Carlos A. Solero