Luego de dos años de negociaciones empezó a regir el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá, conocido como T-MEC. La causa por la que se decidió reemplazar al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), firmado en 1994, tiene nombre y apellido: Donald Trump. “Es el peor tratado comercial de la historia”, había dicho en 2016 el entonces candidato republicano a la presidencia de EEUU. Una vez que llegó a la Casa Blanca, y con el trasfondo de la guerra comercial con China, Trump avanzó en su promesa de modificarlo. Para Alberto Arroyo Picard, docente e investigador de la Universidad Autónoma de México (UNAM), la economía estadounidense entró en un encrucijada, potenciada por la pandemia del coronavirus. “Los Estados desarrollados empiezan a tener un doble papel: por un lado garantizar la reproducción del sistema a nivel global, y por otro su reproducción interna. Ambos objetivos no son fáciles de conciliar y en EEUU eso está creando serios problemas. Pero recordemos que las elecciones se ganan a nivel nacional”, sostuvo el sociólogo e integrante Red Mexicana de Acción frente al Libre Comercio.
Made in U.S.A.
"Trabajos, trabajos, más trabajos", publicó varias veces en Twitter el magnate republicano durante la campaña de 2016. Sostenía que las empresas estaban abandonando su país para relocalizarse en lugares con mano de obra más barata. En otras palabras, México. Afianzado en una relación absolutamente asimétrica para entablar las negociaciones, Trump sentó a la mesa al entonces presidente de México, Enrique Peña Nieto, y al primer ministro de Canadá, Justin Trudeau. Laura Carlsen, periodista y Directora del Programa de las Américas, subrayó el papel que desempeñó el sector financiero durante las negociaciones. “Cada vez que Trump publicaba un tweet amenazando con que se iba del tratado, en México bajaba la bolsa y se caía el peso. Todas estas fuerzas que no rinden cuentas a nadie tienen un control absoluto sobre la economía en el neoliberalismo”, explicó Carlsen. Tras duras negociaciones se llegó a un primer acuerdo en la cumbre del G20 que se realizó en Buenos Aires a fines de 2018. Luego de la llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador se definió un nuevo protocolo del T-MEC, esta vez final, en diciembre de 2019.
El nuevo acuerdo mantiene la idea base de todos los tratados de libre comercio (TLC): cero aranceles para los productos fabricados dentro de alguno de los países firmantes. A la hora de establecer las diferencias entre el TLCAN y el T-MEC, Manuel Pérez Rocha, investigador del Insitituto de Estudios sobre Política, sostiene que si bien ambos son similares, las modificaciones dejan ver la disparidad de fuerzas. Por ejemplo en la industria automotriz. Se estableció que el 75 por ciento de los vehículos van a tener que producirse en la región para ser exportados sin aranceles (el TLCAN exigía el 62,5 por ciento). Además se fijó un piso salarial de 16 dólares la hora para el 40 por ciento de los trabajos que intervenga en en el sector. Un arreglo made in Trump para evitar el dumping laboral. “México actualmente tiene un 4 por ciento de su mano de obra empleada en la fabricación de vehículos. Es posible que un porcentaje significativo se beneficie con estas subas. Pero no sabemos como se va a reconstruir la cadena productiva a partir del T-MEC. Lo más probable es que EEUU se encargue de las partes del carro que tienen mayor valor agregado, y que implica mano de obra más calificada, y deje para México la parte de empleo menos calificada”, sostuvo Arroyo Picard. Como parte de la misma lógica, el acuerdo busca equilibrar la balanza en materia de derechos laborales entre los tres países. En este sentido los trabajadores mexicanos podrían resultar favorecidos ya que tendrán derecho a libre asociación y negociaciones colectivas de trabajo.
¿Comercio libre?
Por otra parte, los conflictos que surjan entre inversores y estados tendrá nuevas formas de arbitraje. El TLCAN estipulaba que se debía recurrir a tribunales internacionales. A partir del T-MEC la justicias de cada país serán las encargadas de resolver controversias. Sin embargo, se estableció que México deberá seguir con el viejo modelo en el sector energético y sus actividades relacionadas, como construcción y transporte. “Para México era la posibilidad de sacarse de encima el lastre de tribunales supranacionales, como el CIADI del Banco Mundial. En Argentina saben muy bien quién termina ganando cuanto intervienen estos organismos. Actualmente el país azteca está siendo demandado por dos empresas mineras estadounidenses, en juicios que implicarían para el Estado miles de millones de dólares”, indicó Pérez Rocha. Para entender este aspecto Arroyo Picard señala que buena parte del T-MEC fue negociado por el expresidente de México, Peña Nieto. “Su gobierno consideraba que mantener este mecanismo le daba súper garantías a los inversionistas, lo que propiciaría la llegada de nuevas inversiones”, explicó el académico de la UNAM.
A principios del año pasado y como parte de la presión que ejerció EEUU, Trump amenazó con subir los aranceles de las mercancías mexicanas que llegaban a su país. Lo hizo para reclamar mayores controles migratorios en la frontera. Esa situación volvió evidente la regla no escrita de los TLC: el libre comercio es sólo para los más poderosos. El T-MEC tampoco límita estas extorsiones, indicó Carlsen. “Además este tipo de TLC sigue posibilitando que se hagan negociacios al margen, que suelen expresar intereses de sectores económicos dominantes. Esto ya pasó con los productores de azúcar en Florida, un estado con importancia electoral clave para Trump. México produce más barato el azúcar sin embargo sólo se le permite exportarla en crudo para no dañar a las refinerías de Florida”, explicó la analista.
El eslabón más débil
El T-MEC dejó a la vista de todos un gran elefante blanco: en ninguno de sus apartados aborda la situación de los miles de migrantes que llegan a las fronteras de EEUU. “No se puede pensar que vamos a hacer un bloque para competir con el mundo y producir más eficientemente sin integrar el tema de la migración. Sin embargo quedó afuera a propósito para criminalizar a toda una fuerza laboral y dejarla sin derechos”, sostuvo Carlsen. El cierre en los pasos migratorios que ordenó Trump ante el avance del coronavirus expuso la precariedad en que viven miles de personas en la frontera. Sólo en la Ciudad Juárez hasta el 31 de marzo pasado se habían recibido 20.649 solicitudes de asilo. Los migrantes quedaron varados del lado mexicano esperando que se resuelva su situación.
Otra novedad del T-MEC es el capítulo dedicado a propiedad intelectual. El acuerdo establece que los derechos de autor se extienden de 50 a 70 años. Respecto a los productos digitales se prohíben aranceles u otras cargas impositivas sobre música, juegos, ebooks y videos, entre otros. Las plataformas digitales, como Facebook, no serán responsabilizadas por la información que publiquen sus usuarios. Canadá había propuesto una capítulo sobre género y derechos de los pueblos originarios. Pero ambos quedaron reducidos a vagas declaraciones de principios.
Al terminar las negociaciones Trump dio su veredicto. “Es el acuerdo comercial más grande, más justo y más balanceado que jamás se haya negociado”, dijo el presidente. Sin embargo para los analistas consultados por Página/12 el T-MEC profundizará las desigualdades sociales que dejó el TLCAN. Buscando matices, Arroyo Picard problematiza la mirada que contrapone la situación de un país a la de otro. “A veces se piensa que hay un país que gana y uno que pierde, y no es así. Hay sectores cada vez más concentrados de todos los países que ganan. Y hay un sector muy amplio de la población que sale perdiendo”, indicó el especialista en TLC. Para Carlsen el gran problema de este tipo de acuerdos es que se sustentan en una falla de base. “Dependen de un mercado al que se caracteriza como libre, cuando en realidad está totalmente manipulado por grandes monopolios”, explicó la analista.
Informe: Juan Manuel Boccacci