Un año después de terminar el colegio, María Silvia Esteve le contó a su madre que quería estudiar cine, a lo que ésta replicó: “Entonces va a ser mejor que hagas una película con mi vida. Pero me tenés que dar un final feliz, donde me caso con Rodolfo Bebán”. La orden, pronunciada un poco en broma y un poco en serio, como la mayoría de los mandatos familiares, dio como fruto la ópera prima de la directora, Silvia, que se estrena el próximo jueves en la Sala de Cine Virtual del programa Puentes de Cine de la Asociación de Directorxs de Cine PCI.

El documental no incluye casamiento con Bebán y mucho menos un final feliz. Fue la muerte de la madre de la directora, quien se desplomó en plena calle debido a un paro cardiorrespiratorio el 28 de mayo de 2015, a los 59 años, la que motivó la película que lleva su nombre. Un elaborado duelo audiovisual, confeccionado en base a una serie de VHS caseros intervenidos por Esteve para articular un relato y en el que su propia voz se funde en off con la de sus dos hermanas para rellenar los resquicios de la biografía materna.

Silvia Zabaljáuregui parecía tenerlo todo para ser feliz según los cánones de su época: belleza, encanto, un marido diplomático que la llevó a vivir al extranjero, tres hijas y un pasar económico holgado, al menos durante un tiempo. Pero algo se torció y fue imposible enderezarlo. Al inicio del film, una de esas imágenes de video muestra a Silvia en 1983, el día de su casamiento civil, tomada de la mano de su esposo, Carlos, escuchando atentamente al juez de turno. Sin embargo, un zoom de la directora lleva al espectador a fijar la atención en las manos entrelazadas de los novios: con su mano derecha, Carlos está estrujando los dedos medio, anular y meñique de Silvia con tanta fuerza que a ella se le marcan los nudillos. Si cada película tiene su piedra de Rosetta, la de Silvia reside en ese gesto. Una advertencia de que, como en todo cuento de hadas, en algún momento se abrirá paso lo siniestro.

“Quería construir una gran ficción en VHS. Me gusta escarbar sobre la imagen y ver qué surge, no quería que fuera VHS solamente. Hay un plano que tiene 35 capas de video. A su vez, como ficción necesitaba que fuera grandilocuente, por eso elegí la música de Anton Bruckner para acompañar algunas de las imágenes. La idea era construir una gran ficción que se va despojando y volviendo más cruda, más primaria, como la realidad. Que hacia el final, el dramatismo estuviera dado por el material en su estado primitivo”, comentó Esteve a Página/12.

A través de la mirada singular de una hija, Silvia constituye el testimonio de una época no tan lejana en la que optar por una familia podía traducirse para una mujer en todo tipo de renuncias. Pero también en la obligación de callar y seguir sonriendo ante el riesgo de ser tildada de loca o quedar al margen de un universo social en el que hay poca tolerancia a mostrar las heridas que supuran.

De esta forma, el documental va más allá de la reconstrucción individual para cuestionar una sociedad económico-afectiva como el matrimonio en un sentido más amplio, sobre todo cuando ya no queda siquiera la ilusión de una “familia feliz” para vender.

-¿Cómo manejó el equilibrio entre hacer esta película tan personal y respetar la intimidad de sus hermanas y de su padre? 

-Cuando empecé, mis hermanas pensaron que formaba parte de mi proceso de luto, pero después poco a poco entendieron que se trataba de algo más fuerte, de contar la historia de mi mamá y conseguir una forma de justicia. Y que eso era más importante que cualquier miedo de ellas o el dolor que yo pudiera sentir al atravesar el proceso. Siempre tuve en cuenta el factor moral al hacer la película. Dosifiqué muchas cosas. Trabajar la figura de mi padre fue muy importante, porque sigue vivo y sabía que cualquier cosa que pusiera en la película tenía que ser algo de lo que me pudiera hacer cien por cien responsable. Por eso evité golpes bajos o detalles truculentos. Además, quería que el acento estuviera puesto en el vínculo entre una madre y sus tres hijas y que la película no fuera sobre la violencia, sino sobre el amor. 

-En varias partes de la película, su versión de las cosas y las de sus hermanas se contradicen. ¿Por qué dejó de manifiesto esas diferencias?

-Cuando empecé a entrevistar a mis hermanas me di cuenta de que ninguna de nuestras versiones coincidía. Yo tenía una interpretación de las cosas totalmente distinta a la de ellas y a veces esas diferencias eran abismales. Entendí que como la película no me pertenecía pura y exclusivamente a mí sino que era la historia de nosotras tres, y también de nuestros padres, tenía que darles el derecho a contar su propia versión de las cosas. Mostrar que es imposible reconstruir la memoria de alguien que ya no está, y que a medida que pasa el tiempo ésta se va trastocando y distorsionando cada vez más. Lo que más me llamó la atención fue eso, cómo elegía recordar cada quien. Y cómo recuerda cada uno tiene que ver también con cómo amó y fue amado.

- Hay partes en las que incluso se confunden las voces de las tres y no se sabe quién dice qué.

- Al principio, ese era un problema de la película. Entonces traté de diferenciar a los personajes, pero luego entendí que nosotras éramos parte de una sola voz, una voz que anda y desanda sus pasos, que se desdice continuamente y que a fin de cuentas es la memoria de lo que pasó. No era tan importante reconocernos. Al igual que la memoria, el resto de las cosas también tenían que ser indefinidas. Quería trabajar con lo que ya estaba en el material y también con la mirada de mi padre.

-El material de VHS con el que trabajó fue grabado por su padre.

-Sí, por eso busqué trabajar también con cómo mi padre veía a mi madre y cómo esa necesidad de retratarla se fue diluyendo con los años, cómo antes mi mamá estaba ávida por aparecer en cámara y después empezó a negarse, diciendo que ya no era hermosa, que estaba gorda. No quise decir con mis palabras: “Esto es lo que pasaba las mujeres de esa generación”, pero trabajé sobre la concepción de la belleza y las de madre y mujer dentro de una familia.

- ¿Enmarca esa cárcel de oro en la que parecía vivir su madre y de la que no pudo escapar como una cuestión personal o un fenómeno generacional?

-Creo que mi mamá hubiera tenido una realidad muy distinta y hoy por hoy estaría viva si no hubiera nacido mujer. Era abogada, diplomática, politóloga y concertista. Era una mujer que tenía todo en su haber y podría haber tenido una carrera maravillosa. Nunca debería haber estado presa en ninguna cárcel de oro. Tendría que haber construido su propia realidad. No lo hizo y siempre se arrepintió. Se dejó llevar por su padre, que le decía que se tenía que casar o iba a terminar siendo una solterona. De hecho conoció a mi papá cuando fue a Cancillería para ver si podía hacer ella carrera ahí. De alguna forma, su entorno fue coartando eso. Quedó presa de la idea de que el próximo paso era casarse, ser madre, ser la mejor esposa posible. Y mi mamá lo fue. Más allá de lo que le pasara, parecía siempre la mujer perfecta. Pero sí creo que tuvo que ver con que ella no creía en ella misma por el simple hecho de ser mujer. Siempre decía que hubiera necesitado que al menos una persona le dijera “dale”.

-También la trataban de loca, de difícil…

-Después de que mi mamá falleció me junté a tomar un café con mi tío. Cuando le conté la realidad de lo que vivíamos en casa se le llenaron los ojos de lágrimas y me dijo: “No puedo creer que me estés diciendo esto, entonces todos los pedidos de ayuda de Silvia eran reales. Yo siempre pensé en Silvia como la loca, la hija de Leda”. Para su familia, mi mamá venía a heredar la psicosis de su propia madre, Leda, como si fuera una enfermedad hereditaria. Mi mamá luchó toda la vida contra eso. Y como madre, trató de ser lo opuesto a la suya. Por eso siempre fue súper afectiva, nos agarraba, nos estrujaba, nos besaba, era muy, muy demostrativa. Tenía que ver con estar luchando contra lo que la gente decía de ella. A veces dudaba de si estaba o no enferma. Cuando tenés todo un entorno diciéndote que estás enferma, que estás equivocada, que estás mal… Eso también tiene que ver con el hecho de ser mujer. Siempre se cuestiona más a la mujer que al hombre.

-¿Qué respuesta tuvo por parte de los hombres en los festivales en los que mostró la película, como el FIDBA y DocAviv?

-Cuando empecé a mostrar la película tuve una respuesta muy negativa, incluso agresiva, por parte de los hombres de la generación de mi padre. Hubo gente que salió de la sala de cine dando portazos. En el Festival de Trieste un hombre me empezó a preguntar qué pensaba mi padre de esto. En el work in progress me llegaron a decir que me iba a arrepentir de esta película. A todos les preocupaba mi padre, que está vivo, pero no mi madre, que está muerta. Por eso decidí incluir un episodio de violencia más concreto en la película que antes no estaba. Fue necesario para que no pareciera que había sido una relación disfuncional de forma pareja.

-¿Y en el caso de las mujeres?

- La respuesta de las mujeres fue súper positiva, sobre todo las de la generación de mi madre. Una mujer se me acercó en Tel Aviv y me dijo: “La mayor desgracia de tu madre fue su belleza”. Lo que vivió es parte de lo que significaba ser mujer en esa época. Había cosas que no te cuestionabas. Ni siquiera te planteabas la idea de realizarte para ser feliz.

- ¿Por qué la idea de belleza como condena?

-Supongo que quiso decir que si no hubiera sido esta mujer tan apabullantemente hermosa, tal vez hubiera tenido más espacio para brillar por sí misma. En su entorno, su belleza generaba bronca y en el caso de mi padre, miedo. Tenía miedo de perderla, lo dice él mismo en el documental. Muchas de sus maneras de proceder tuvieron que ver con no dejarla ir, no dejarla ser. Como era tan hermosa había mucho en juego sobre qué proyectar, qué tipo de mujer ser, cómo manejar esa belleza. Por otro lado, siempre se sintió fea: nunca se sintió lo que se ve. Con los años empezó a ver la vejez como una condena, como perder algo precioso. 

- La película es recorrida por la pregunta acerca de la posibilidad de elegir. ¿Cuál es su conclusión después de haber hecho la película?

-Siempre renegué del hecho de que mi mamá eligiera quedarse con mi padre. Pero al hacer la película entendí que había algo más profundo. Mi mamá estaba imbuida en una relación sumamente tóxica, tenía como una pulsión que venía de sus inseguridades y de sus miedos. Tal vez era más fácil seguir en esa inercia que apostar a pegar el salto. También es cierto que a lo largo de mi adolescencia hizo varios intentos por reflotar su carrera, por ser independiente, pero ya era tarde, era muy difícil. No tenía con qué competir. A su vez, muchas veces le pidió ayuda a mi abuelo para poder separarse y ser independiente, pero él prefería contribuir a la casa para seguir sosteniendo la idea de familia, aunque fuera ilusoria.

Amor de madre

- Según cuenta en la película, tuvo un momento de mucho enojo con su madre, en el que se planteó si su amor no era un poco sofocante. ¿Cree que la película es también una reflexión acerca de los límites del amor maternal?

-Una de las preguntas en base a las cuales escribí la película es cómo puede hacer tanto daño el amor, cómo puede ser tan corrosivo a veces. Para mi mamá, ser madre significó renunciar a muchas cosas. Se abocó de lleno a nosotras. Nosotras cuatro éramos como un clan, pero ese clan tenía también un costo muy alto. El problema es que cuando empezamos a crecer, surgió el miedo de “¿y ahora qué”? Siempre hubo además una inversión de roles. A las mujeres se nos inculca la idea de que ser madre es algo maravilloso, que sólo trae felicidad, lo mejor que te puede pasar en la vida. Y la verdad es que a veces ser madre es algo sofocante, de lo que querés salirte y no podés. Hoy en día la mujer se pregunta qué quiere realmente. Quise trabajar la maternidad en la película como algo complejo, no el idilio que se tiene sobre la figura materna. Pero también decir que a pesar de los errores cometidos, lo que prevalece es el amor. Mientras más pasa el tiempo, más entiendo a nuestra mamá. Siento que ni siquiera hay nada que perdonar.

-En la película, cuenta que cuando nació, su madre pensó que usted era su guerrera y que su misión sería defenderla a capa y espada. ¿Cree que esta película es una defensa de su madre?

-Cuando mi mamá falleció sentí mucha impotencia y rabia porque no había podido realizarse. Nos había inculcado esa cosa de justicia divina, de que si sos bueno y hacés las cosas bien, algo te va a volver. Siempre estuvimos esperando que mamá saliera a flote, que se realizara, que triunfara. Y un día, de la noche a la mañana, eso se cortó. Cuando hablé con mi tío sentí que tenía el deber de hacer esta película. Mi mamá siempre había querido que contara su historia. Durante el proceso me sentí enferma, vomitaba, me temblaba el cuerpo, fue doloroso. Pero entendí que mi necesidad de inmortalizarla era más grande que los procesos que yo pudiera estar atravesando y el costo de que saliera a la luz. Silvia no pudo realizarse en vida, pero siempre y cuando alguien vea la película va a poder conocerla, identificarse o no, y de alguna manera ella va a estar siempre viva.