en memoria de Chela Balestrini

Cualquier cosa menos silencio.

Es casi un mediodía de verano o primavera, ¿1921, 1922? Es una fotografía de unos doce centímetros por 8, la impresión parece seguir desluciéndose en el archivo digital. No se termina de distinguir el horizonte, el lugar es la orilla de un río. Un hombre y dos niñas posan ante una cámara fotográfica.

Niñas y padre en Ayacucho y cortada Santa Cruz. Los detalles del cosmos cotidiano son chismes de lo que suponemos es civilización.

El río es el Paraná, todavía era/es la costa. La barranca bordea la llanura del humedal hasta Ayacucho y Mendoza, desprecia los cuadriculados del progreso occidental y cristiano. El hospital Unione e Benevolenza termina en esa barranca que aún cruzaba en diagonal la manzana. Después se rellenó para construir la Yerbatera Martín.

Toda imagen es un fragmento del acontecer donde se pueden encontrar algunos rastros de la historia local que algunos académicos desprecian. ¿Rosario habría sido la misma si se hubiera respetado la vida de sus pobladores originarios que vivían en las llanuras y las islas? Los humedales cubiertos hoy por el humo extractivista de la SRA.

Y a los costados del sendero que décadas más tarde será la cortada Santa Cruz hay un tambo y varias casas humildes. Los paredones del muelle del puerto ya se han construido; pero en las crecidas, el agua se sigue filtrando hasta las orillas naturales. El fotógrafo aquel día apoyó su trípode a un costado del sendero para enfocar su cámara hacia las niñas y su padre.

La historia que no se relata, ¿nunca sucedió?

Solideo Balestrini y sus hijas.

El hombre que está sentado en cuclillas es Solideo Balestrini, rosarino nacido en 1885 en una casa de calle Urquiza y San Martín. Al morir su padre, a los diez años debió trabajar en una herrería; a los doce fue forzado a reclutarse en la Policía para reprimir un alzamiento de radicales honestos.

Solideo Balestrini lleva puesto un sombrero Panamá de paja blanco con una cinta gruesa y oscura. Está en cuclillas, sus dos hijas apoyan sus brazos en sus hombros; la mayor, Chela está a su izquierda, su mano está sobre su boca en actitud de plena dificultad emocional. Del otro lado, en contraste, Nelly luce su desafío natural y travieso. Las dos hermanas llevan vestidos blancos y sandalias.

“Y allí por calle Ayacucho, a media cuadra, estaba el pasaje Santa Cruz. Ahí era peligroso, había matones. Y allí, ahí era la barranca, había…, ahora no, está todo hermoso. Íbamos a buscar leche, y yo le decía a Chela: “¿Chela, a dónde me llevás”? Allí había vacas, caballos…”

Ellas y él miran hacia la cámara. La imagen capturada en la mecanicidad sólo mantiene la intensidad de las miradas de niñas y hombre. Hijas y padre sientan/piensan lo mismo, posan atravesados por el amor de una vida que ya no está: Rosa Elma Balestrini.

“Mamita tenía 24 años, estaba embarazada por tercera vez y no quería tomar remedios por miedo de perder a la criatura. Esperaba con ansiedad al varón. Mamita le decía a papá: “¡Vas a ver Didé que para Reyes te voy a regalar un varoncito!”. Didé era el apodo con que ella lo llamaba. Era la época en que había una epidemia de tifus en Rosario, 1919. Tenía mucha fiebre y el doctor Goria, uno de los mejores médicos de aquella época, le daba baños fríos. Tuvieron que sacar la bañera del baño y llevarla hasta su dormitorio. Todo esto lo sé por mi papá. Dicen que sufrió dolores por tanta temperatura, ponían agua con barras de hielo y la bañaban. María Luisa, su hermana mayor también estaba con tifus. Y entonces, Mamita perdió a la criatura y ella no se dio cuenta. Era un varoncito. Enfermó el 20 de junio y ya el 29 de junio había fallecido.”

La melodía de las palabras de la hermana menor se mantiene intacta en los archivos de audio. La gripe española era conocida popularmente como “tifus”, las distancias del fingido progreso eran lejanas entonces.

Un siglo después la mayoría de los rosarinos ignoran el pasado de la ciudad. El desprecio por el relato entre distintas generaciones es una endemia más peligrosa que la covid-19.

A pesar de los relatos del mercado, la palabra siempre es una versión del infinito. Hay que saber disfrutar de sus vibras sanas volcadas en los desvíos habituales.