Miles de trabajadores ocupados en las tareas más duras en las periferias del conurbano y de grandes ciudades argentinas sufren por estas horas el aumento exponencial del precio de la hoja de coca, que en Buenos Aires llegó a valer más de 30 mil pesos el kilo.
Tras el cierre de la frontera con Bolivia por la pandemia, el acceso a la "hoja sagrada" de la coca se transformó en un calvario para sus consumidores, según contó Inocencio Cruz, horticultor, delegado de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) y migrado desde Potosí a General Rodríguez: "La estamos pasando muy mal. La hoja de coca no tiene precio o es muy alto y no se consigue".
"La gente no puede pagar 6 mil pesos la bolsita de ¼ kilo. Dicen que cuando baje el precio –que antes de la cuarentena estaba en 700 pesos–, van a comprar pero mientras tanto es un problema grave no coquear porque es eso lo que nos mantiene fuertes, despiertos y sin hambre", agregó en diálogo con Télam.
En Cochabamba "dos libras (1 kg) de hoja de coca, llamémosle común, cuesta 14,4 dólares mientras que la variedad de hojitas sanitas cuesta 20,2. Se produce en las Yungas de Vandiola, la más antigua en esta región, son hojas más grandes y con unas cinco hojas puedes estar todo el día", detalló Efraín Gutiérrez Mamani desde esa localidad boliviana.
Una práctica ancestral, invisible (al menos fuera del NOA) pero en clara expansión, camina por un delgado sendero entre la legalidad –no está penado su consumo– pero no hay leyes nacionales que regulen su importación, acopio, fraccionamiento y venta para uso doméstico e investigación científica.
Un proyecto de esas características se presentó en Salta donde "el coqueo" o masticación de hojas de coca atraviesa todas las clases sociales a diferencia de otras regiones o, por ejemplo, la llanura pampeana donde en principio solo la utilizan los trabajadores rurales, empleados en talleres textiles o, los camioneros o choferes de largas distancias –quienes desarrollan un enorme esfuerzo físico–.
El cierre de las fronteras por la pandemia disparó el precio de la preciada hoja y con ella las angustias de sus consumidores que no la consiguen o no pueden pagar semejantes precios; por eso, entre otros motivos, el diputado nacional del Frente de Todos (FdT) por Salta Lucas Godoy adelantó la necesidad de ir a una ley nacional que resuelva esta cuestión.
"Buscamos trabajar con legisladoras y legisladores de Salta y Jujuy en una ley que permita la importación de las hojas de coca pero por parte del Estado. Hay que hacer una articulación con las provincias para permitir la importación, acopio y distribución y tener expendedores con registro", destacó el legislador.
Al resaltar que el coqueo es "muy común" en Salta y Jujuy y que "no está prohibido, no es ilegal ni se lo considera que la hoja sea un estupefaciente en estado natural; lo que sí está en una cierta clandestinidad es la importación y por eso hay que ir a una ley nacional".
¿Cuántas personas coquean en el área metropolitana de Buenos Aires? Imposible saber el número aunque fuentes estiman que son más que en el norte argentino porque se trata de trabajadores andinos que se radicaron en el área metropolitana de Buenos Aires y en las periferias de La Plata, Rosario y otras grandes ciudades donde realizan tareas de máxima exigencia física como las de horticultura y otras agrarias.
Esos migrantes trajeron su cultura que incluye la necesidad de coquear o "pijchar" y, aunque se pudo haber perdido la ritualidad, sus efectos benéficos son evidentes ya que la hoja de coca regula la presión arterial, mejora la oxigenación de la sangre y el cerebro, quita el hambre y el sueño y provee vitaminas y minerales a quienes la usan.
Aymara Falcon, organizadora en el 2004 del II Foro Internacional de la Coca que se realizó en la facultad de Economía de la UBA, destacó que el "coqueo, chajcheo, pijcheo o mambeo (según la zona el nombre), aunque su uso pareciera 'utilitario', esconde esos hilos perdidos de la memoria de los hijos de los Andes", en referencia a que, sobre todo en Bolivia, la hoja tiene categoría divina.
Falcon agregó que "fuera de las zonas de cultivo, su consumo se ha ido extendiendo y, si bien mantiene algunas de las características ancestrales, sus capacidades fueron revalorizadas al punto de que en la actualidad se consume harina de coca no solo en su aspecto energético sino fundamentalmente medicinales".
La investigadora se explayó sobre la leyenda
de la coca del historiador, novelista y dramaturgo boliviano Antonio Díaz Villamil en la que el sol Inti concede a un yatiri (sabio, guía espiritual) la coca que será alivio y sostén para los indios será lo contrario para los blancos invasores.
"Y cuando el blanco quiera hacer lo mismo y se atreva a utilizar como vosotros esas hojas, le sucederá todo lo contrario. Su jugo, que para vosotros será la fuerza de la vida, para vuestros amos será vicio repugnante y degenerado: mientras que para vosotros los indios será un alimento casi espiritual, a ellos les causará la idiotez y la locura", cierra la historia.
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