A través de La Carta Olímpica, los humanistas impulsores de los Juegos Olímpicos modernos intentaron establecer la idea de que los Juegos debían servir para inspirar a la humanidad en su lucha por superar las diferencias políticas, económicas, de género, raciales y religiosas. Más allá de esas buenas intenciones, lo cierto es que a lo largo de la historia hubo varios acontecimientos que echaron tierra sobre ese idealismo romántico que buscaba poner al deporte al “servicio del desarrollo armónico de los hombres”. En 1936, los nazis utilizaron los Juegos de Berlín para propagar la idea de la superioridad de la raza aria; en 1968, en México, el Black Power aprovechó para visibilizar su lucha contra el racismo en Estados Unidos cuando los ganadores de los 200 metros, los estadounidense Tommie Smith y John Carlos, levantaron sus puños durante la ceremonia de premiación. Apenas cuatro años después, en los Juegos de Munich, el grupo comando palestino Septiembre Negro, secuestró a la delegación de deportistas israelíes para negociar la liberación de 230 palestinos presos en Israel. El desenlace fue trágico: once deportistas israelíes y un policía alemán muertos. Alemania y el COI demoraron 45 años la reconciliación con las familias de las víctimas, que nunca aceptaron la decisión del movimiento olímpico de que no se hubieran supendido los juegos. La política continuó metiendo sus narices en los Juegos, como quedó demostrado en el boicot de Estados Unidos contra los Juegos de Moscú de 1980, en el contexto de la Guerra Fría, y la consecuente respuesta de los rusos, quienes cuatro años más tarde promovieron otro boicot, aunque de menor envergadura, contra los Juegos de Los Angeles.
Se cumplen este domingo 40 años del inicio de los Juegos Olímpicos de Moscú, de los que la Argentina no participó junto a otros medio centenar de países que se sumaron a la iniciativa de Estados Unidos, que buscaba de esta manera condenar la invasión militar de la Unión Soviética sobre el territorio de Afganistán, ocurrida en diciembre de 1979 y cuyo objetivo fue derrocar al presidente afgano Hafizullah Amin, quien en su propio juego político había decidido cambiar de equipo y jugar para la Casa Blanca, que gobernaba el demócrata Jimmy Carter. En ese contexto de la Guerra Fría, EE.UU. lanzó una brutal campaña contra Moscú 80 y contra las autoridades del COI, que no veían factible un cambio repentino de sede y que argumentaban que los juegos podían acaso servir para bajar las tensiones existentes. “Ir a los Juegos Olímpicos de Moscú sería como poner un sello de aprobación a la política exterior de la URSS”, expresó Carter. Caídos los plazos impuestos por EE.UU. para que Rusia abandonara Afganistán, el 24 de abril de 1980 el Comité Olímpico Estadounidense (USOC) anunció su no participación en los Juegos. y prohibió a los deportistas estadounidenses participar de la cita olímpica. Los intentos del COI por destrabar el conflicto fracasaron. “O retiran las tropas… o retiro a los atletas”, volvió a insistir Carter en mayo, cuando en un último intento el COI lo sentó frente a jefe de estado soviético Leonid Breznhev.
Entre las presiones de Estados Unidos y las presiones de la Unión Soviética, comenzó a abrirse para algunos países la posibilidad de quedar alineados políticamente y obtener, a cambio del apoyo en esta cruzada, algún beneficio propio. Ese fue el caso de la Argentina, gobernada por la Dictadura Militar, que tras la visita a Washington del entonces ministro de economía José Alfredo Martínez de Hoz se sumó a Canadá, Alemania Occidental, Japón, Noruega, Israel, Chile y Turquía, entre los 50 países que (de un total de 66 ausentes, algunos de estos por sus propias razones, como fue el caso de China) apoyaron el plan de Carter.
El entonces presidente del Comité Olímpico Argentino (COA), el coronel Antonio Rodríguez no había apoyado desde el inicio el boicot. “No podemos frustrar el esfuerzo de nuestros jóvenes atletas. Los intereses políticos no pueden prevalecer sobre los deportivos. La Argentina participará en los Juegos”, llegó a decir. Sin embargo, el hombre que se mantuvo como titular del COA hasta 2005 terminó acatando la decisión del gobierno de Jorge Rafael Videla. Los diarios de la época dan cuenta de que la visita de Martínez de Hoz a los Estados Unidos, donde se reunió con distintos funcionarios de alto rango y cercanía con Carter para hablar de cuestiones económicas y de política internacional, que también incluyó el tema Malvinas.
Cuando Martínez de Hoz regresó a la Argentina, la decisión no participar en los Juegos Olímpicos de Moscú era un hecho. La decisión no se impuso como orden, sino como “sugerencia”, de la que los medios de comunicación se hicieron rápidamente eco. Entre ellos, la revista El Gráfico, que ni siquiera consignó en su tapa el inicio de los Juegos de Moscú y, en una página interna, en una editorial sin firma, explicó así su ferviente apoyo al gobierno militar: “La decisión evaluada y meditada con profundidad obedece a intereses superiores que nos ponen del lado al que pertenecemos, del lado del mundo libre, Occidental y cristiano (…) Ir sería presentarnos a compartir una fiesta que pretende organizar un país que ha vulnerado los verdaderos principios de paz y confraternidad. Significa darle la espalda a esa falsedad y responder a nuestra autentica forma de vida”. En contrapartida, la revista Goles Match decidió cubrir los juegos de Moscú con un enviado a Rusia, Roberto Fernández, el único periodista argentino acreditado para esos Juegos y testigo presencial de un acontecimiento histórico por el que -salvando las distancias, y como hicieron los alemanes por Munich-, la Argentina al menos debería disculparse con los rusos y con toda una generación de deportistas nacionales que hubieran podido brillar en Moscú.