El jueves 9 de julio la Universidad de Avellaneda, bajo la inspiración del muy activo Rodolfo Hamawi, organizó un coloquio digital con cuatro representantes del campo popular, por decirlo así. Fueron Hernán Brienza, Horacio González, Alicia Castro y el autor de estas líneas. Cuando habló Alicia expresó su pena, su dolor por dos cosas: la foto del Presidente rodeado de empresarios y sólo de empresarios para honrar el 9 de julio y la macabra noticia de una mujer quemada viva en el barrio de Constitución.
Sobre la foto de Alberto F. ya se habló bastante. Se sabe que el Presidente tendrá una difícil situación económica en la pospandemia. Se sabe que va a necesitar un verdadero apoyo empresarial en tan áspera circunstancia. Se ve que lo está buscando. Si lo conseguirá o no es otra cuestión. El empresariado no le ha respondido aceptablemente hasta ahora. Respondió en tanto empresariado. La burguesía de este país no es muy adicta a los llamados de “unidad nacional”. Colaboró en el bloque histórico del primer peronismo, que prácticamente le dio vida, partida de nacimiento. Y después giró hacia donde más le gusta girar, hacia la derecha, hacia el lado del poder más concentrado. De la Sociedad Rural (estaba en la foto el presidente de esa organización político-empresarial) ya se sabe qué se puede esperar. Festejaron todos los golpes de Argentina. El dictador general Juan Carlos Onganía entró al predio… en carroza, a lo Luis XIV. Lo recibieron entre aplausos y vítores entusiastas. Lo había echado al “lento” de Illia, que no frenaría al peronismo y hasta era capaz de legalizarlo. Después, también aclamado, el matarife Videla se exhibió ahí. Y cuando fue Raúl Alfonsín lo llenaron de insultos. En un gran gesto, Alfonsín agarró un micrófono y dijo: “No creo que sean productores agrarios esos que gritan. Y que antes aclamaron a los representantes de la dictadura que vinieron aquí muy tranquilamente”. Pero sí, don Raúl: eran productores rurales. Dele usted unas cuantas hectáreas a cualquier ciudadano y el tipo ya pensará como un gran latifundista. Porque eso quiere ser. No siempre, pero casi.
Ahora salen en la foto de la fecha patria con Alberto. Pero que no les pongan retenciones. Que no les pongan un impuesto a las grandes fortunas. Que no les toquen a la delincuencial Vicentin. Hasta todavía lo tienen a Macri para defenderlos de semejantes ataques a la propiedad privada. Tenía motivos Alicia Castro para entristecerse. Pero más la entristecía la hoguera en que sacrificaron a la persona que dormía bajo el puente en Constitución. No es la primera vez que esto sucede. Pasa aquí y en el resto del mundo. Pero lo de esta mujer es ahora. En medio de la pandemia que nos iba a volver más solidarios con el otro. Hay, sin duda, seres generosos. Pero cada vez el mal se adueña más hondamente de la condición humana. La jueza que interviene en “el caso” ya determinó que se trata de una mujer. Podríamos estar en presencia de un femicidio. Se sabe que aumentaron durante la pandemia. El motivo es, sobre todo, uno: hay parejas que, por la cuarentena, se ven forzadas a convivir diariamente y durante todo el día. Nunca lo habían hecho. Ahora descubren que se aguantaban porque se veían a la mañana y a la noche. Ahora, también, descubren que se repugnan, no se toleran. El “te mataría” se vuelve real. Hay una obra de Sergio De Cecco y Armando Chulak de la que guardo un buen recuerdo. La vi por Federico Luppi y Haydée Padilla en los setenta. Después se hizo varias veces. Por ejemplo: por Soledad Silveyra y Juan Leyrado. La cosa era simple y trágica: a una pareja se le descomponía el televisor. En tanto viene el técnico (que demora hasta el final de la obra) se encuentran por primera vez solos, cara a cara sin mediaciones. Y ahí empieza “el gran deschave”. Se dicen de todo y se lo dicen todo. El derrumbe es total. Podían convivir al costo de no conocerse. El sincericidio los mata. Viene el técnico, arregla la tele y la pareja se queda silenciosa –devastada, agotada- mirando algún programa, una telenovela, Mirtha Legrand, cualquier cosa. Lo mismo pasa con la maldita pandemia. De aquí que aumenten los femicidios. Porque la víctima extrema siempre es la mujer. Sobre todo la mujer. Ya se sabe.
Pero el ser humano femenino que vivía bajo el puente no estaba en pareja y no tenía televisor. La mató un odiador serial y la mató por eso: porque era pobre, vivía en la calle y afeaba el paisaje urbano. La pandemia no le hizo nacer ni una brizna de solidaridad al asesino incendiario. Estaba tramado por el odio racial y de clase. El mismo que se fomenta abiertamente desde programas televisivos con rating. Esperemos que ese gobernador lleno de “buenas intenciones” y de apoyos democráticos que es Larreta aumente la presencia policial en Constitución. Esperemos que la policía no queme a nadie. En EEUU ya Trump manda parapoliciales (sin identificación y en coches sin chapa) para apalear y secuestrar a los que (él y los suyos) llaman “anarquistas violentos”. Entre tanto, muchos hombres y mujeres de ciencia buscan una vacuna que libre a este mundo de la covid-19. Al menos eso.