Podríamos decir que algunos individuos están holofraseados. ¿Qué son las holofrases?: frases que se repiten autómatamente, que no se articulan ni remiten a otras frases, que no se abren ni dialectizan, sintagmas cristalizados, como por ejemplo: "quieren llevarnos a ser como Venezuela", "nos expropian las libertades individuales", "estamos en una dictadura". Frases que se pronuncian, que suenan, pero que no se fundamentan ni explican.
Recuerdo que hace algunos años en una cena una señora mayor dijo, refiriéndose a la presidenta de ese momento: "es stalinista". Se me ocurrió preguntarle entonces qué era el stalinismo o que entendía ella por stalinismo. Por supuesto que la única respuesta posible fue su enojo. Me dijo: "no sé ni me importa que es el stalinismo, pero lo dicen en un canal de televisión".
Habría que agregar que la holofrase es propia de la psicosis (aunque no todo sujeto holofraseado sea un psicótico), al igual que la forclusión, descrita por Jacques Lacan (el repudio liso y llano de un hecho que fue percibido pero que no alcanzó a pasar por la conciencia, que no tuvo un juicio de existencia, que no siguió la vía del lenguaje, es decir, de lo simbólico). A la holofrase se la encuentra, por ejemplo, en los hospitales psiquiátricos en sujetos psicóticos que repiten alguna frase que usan en toda circunstancia y que constituye un automatismo verbal, una pura resonancia sin sentido. Recuerdo que un conocido remitía todos los males de la humanidad a "La Cámpora". Ante cualquier problema que surgiera, decía “es La Cámpora”. Alguien le preguntó ¿qué es La Cámpora? El tipo respondió: "una banda comunista que roba campos". Si a aquellos que el 9 de julio último salieron a manifestarse en el Obelisco en contra del gobierno, le preguntáramos por qué lo hacen, dirían: "salimos en defensa de la constitución y las libertades individuales", pero no podrían mínimamente abrir esa sentencia ni explicar, mucho menos fundamentar, en qué radica el peligro que, según ellos, corren la constitución y las libertades individuales, la libertad de prensa, etc.
Seguramente ni siquiera podrían articular las palabras ni definir qué son las "libertades individuales". Sólo atinarían a repetir el libreto al pie de la letra, los eslóganes envasados que diseñan las usinas mediáticas generadoras de la subjetividad neoliberal: "Quieren controlar las libertades individuales", "estamos en una dictadura". Algo propio de la psicosis pareciera jugarse en esta época, aunque en estos casos no se trataría de psicosis en sentido estricto, sino de cierta imposibilidad para la tramitación simbólica y de una colonización de las mentalidades.
Pensar hoy la época y la política, exige reflexionar sobre el lenguaje, porque si hay algo que en el cambio civilizatorio se produce en primer término, es la alteración de la relación del sujeto con la lengua o la creación de una especie de lengua propia del colonialismo subjetivo que haría que aquella ya no sitúe enteramente en lo social, sino más bien en los dominios del poder económico global. Un gran Otro corporativo se ha adueñado hasta de la lengua misma, una conquista que intenta, como toda empresa colonizadora, imponer el nuevo léxico, la lengua de los conquistadores, una lengua hecha, en este caso, de holofrases y palabrería vacía, donde la mentira deliberada, la injuria, el engaño y la deformación de los hechos han sido instrumentados como método de dominación mental más que en cualquier otra época.
A causa de la creciente dificultad de la palabra para alojarse en los desfiladeros de lo simbólico, el sujeto es arrastrado en el vendaval actual como un mártir a expensas del proyecto de sometimiento subjetivo. En el infernal bullicio, el lugar desde donde retornan las “voces”, no son ya, como sucede en las alucinaciones auditivas de la psicosis, “las paredes”, sino las pantallas televisivas, los artefactos de la tecnología celular, el ronroneo perpetuo de las consignas ideológicas de un amo impersonal que aturde y adormece. Surge así un individuo que sin ser estrictamente un psicótico, es un personaje sin historia, sin pasado, sin memoria, inmerso en la inmediatez del presente, sin representación de futuro, sin amarras, hundido en las cenagosas aguas de lo imaginario, obediente a esas “voces”, a esos hilos verbales que lo mueven.
La palabra, a raíz de su manipulación por parte del actual capitalismo, aparece desgastada, ultrajada, desvalorizada, prostituida. Basta encender algunos canales televisivos para observar sus restos humeantes. Se rompe así en buena medida el acuerdo de la lengua y se vacía al lenguaje de significación. No habría ya mayor sentido en lo que se dice. Cada cual cree enarbolar su propio pensamiento cuando en realidad no hace más que repetir las frases que se les imponen desde las “paredes” del Otro gozante de este tiempo, o, para decirlo en términos más actuales, desde los muros que formatean y reprograman la materia plástica del rebaño. Muchos individuos hablan la lengua del neoliberalismo, el idioma universal de estos días, los dictados que les retornan desde afuera. Es curioso ver cómo, aquellos, que hoy en la Argentina se manifiestan en nombre de la preservación de “las libertades individuales”, lo hacen desde la más absoluta falta de libertad y elección, cual marionetas puestas a recitar un insistente libreto: “quieren llevarnos a ser como Venezuela”, “están en peligro la constitución y las libertades”.
“Es como si las palabras se pusieran en marcha, solas, en la cabeza” dice Schreber en sus Memorias de un neurópata, el caso de psicosis que analiza Freud. Algo de esto opera en las sociedades actuales. Sonidos que se imponen, que no se articulan, que insisten en las cabezas, una especie de cadena rota que hace que cada cual sólo escuche la resonancia de su propio parloteo y no quiera saber de la significación que pudiera desprenderse de las palabras que pronuncian los otros. Lo vemos todos los días en algunos programas televisivos de opinión política en la Argentina, un vocerío de frases interrumpidas, entrecortadas, repetitivas, significantes que no remiten a otros significantes, una mecanización del pensamiento donde nadie escucha a nadie ni a nada y donde el lazo social está resquebrajado.
Rousseau, en sus Confesiones (otro ejemplo de la psicosis), en relación con el automatismo mental que debía soportar, se refería a “esos señores” que lo vigilaban. “Esos señores” de Rousseau o “los rayos divinos” de los que hablaba Schreber en sus Memorias de un neurópata, bien podrían ser equiparados en la actualidad (sin forzar demasiado la analogía) a los gerentes y operadores de los medios masivos de las grandes corporaciones al servicio de la dominación subjetiva, “esos señores” desde donde provienen las formas monótonas y estereotipadas que se repiten, que resuenan en la masa craneana de muchos: “estamos en una dictadura”, “pretenden expropiarnos nuestras libertades”.
No es recomendable extrapolar los conceptos, pero la tentación de encontrar una similitud entre la subjetividad neoliberal y las psicosis, aún a sabiendas del riesgo por las imprecisiones que se corre, es inevitable. Un capítulo especial de la colonización mental es el repudio de los hechos, tal como si los mismos nunca hubieran tenido lugar y decir entonces cualquier cosa, por ejemplo: “la pandemia de coronavirus no existe”, “no hay muertos por el covid 19”, “la tierra es plana”, “estamos gobernados por comunistas que quieren acabar con la propiedad privada”, “la cuarentena es una estrategia del gobierno para quebrar las empresas”, y aseverar todo eso con una certeza psicótica, sin fundamentos, sin constataciones con la realidad, sin pudores, sin rendición de cuenta a referencia alguna. En definitiva, la prevalencia de lo imaginario y la instrumentación del “delirio” al servicio de la fase actual capitalista.
*Escritor y psicoanalista