Considerada como la primera novelista sudamericana, Juana Manuela Gorriti visibilizó desde sus textos a sujetos subalternos de las sociedades latinoamericanas del siglo XIX como las mujeres, los indios y los negros.
A causa de la posición política de los Gorriti, familia de patriotas en los albores de la independencia y que luego se alinearon detrás de las concepciones unitarias, Juana Manuela marchó al exilio junto a su familia y residió desde la adolescencia en Tarija, donde conoció al joven capitán Manuel Isidoro Belzú (quien sería luego el famoso “Tata” Belzú, presidente de Bolivia) y se casó con él en La Paz. El matrimonio tuvo dos hijas: Edelmira y Mercedes y se asiló en el Perú por razones políticas. Belzú regresó solo a Bolivia y la pareja se separó. Juana Manuela permaneció en Lima con sus hijas y dos hijos de una relación posterior. Cuando, luego de una asonada, el “Tata” fue asesinado, Juana Manuela fue a La Paz a reclamar el cadáver de su marido. En Lima inició su trabajo literario que nunca dejó de ser intenso, publicó en 1845 (el año en que Sarmiento editara su Facundo) la novela corta La quena. Creó una escuela para niñas, revistas literarias y dio vida a las famosas Veladas Limeñas a donde concurrían los escritores más importantes del Perú como Ricardo Palma, Clorinda Matto de Turner, Mercedes Cabello y Carolina Freyre de Jaimes, madre del poeta modernista Ricardo Jaimes Freyre.
Su producción literaria se publicó en el Perú, en Colombia, Ecuador, Madrid y París. Viajera incansable, cruzó medio continente, desde Bolivia al Perú, desde la Argentina a Chile y al Ecuador. En 1874 regresó a la patria, luego de un largo viaje en barco (al que se alude en la novela Juanamanuela mucha mujer, de Martha Mercader, de 1980) con escalas en Valparaíso y Montevideo. Se radicó en Buenos Aires donde continuó su labor intelectual. Alternó con la llamada “generación del 80”. Marcada por la desdicha y la peripecia, vio morir a sus hermanos y a sus hijas. Regresó un par de veces a Salta, una vez, vestida de varón y finalmente en 1886, a los 70 años, ya en tren hasta Rosario de la Frontera, para seguir luego en carruaje. Falleció en Buenos Aires en 1892 y sus restos permanecieron en el cementerio de La Recoleta en la cripta de la familia Puch, hasta que fueron depositados en 2006 en el Panteón de las Glorias del Norte, en la Catedral de Salta, gracias a la tesonera iniciativa de la profesora Fani Ceballos de Marín.
Dos precursoras: Gertrudis en Cuba y Juana Manuel en América del Sur
Alejada de su país en plena juventud, Juana Manuela representa el perfil de la exiliada y viajera. Como su par cubana, la escritora Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873), llamada “La Peregrina”, que deja su patria siendo muy joven para radicarse en España, Juana Manuela se exiliará en Tarija junto a su familia a causa de las guerras civiles y se casará con el entonces capitán Manuel Isidoro Belzú, futuro Presidente de la República de Bolivia, con quien tendrá dos hijas, como señalamos.
Tanto Juana Manuela como Gertrudis publicarán gran parte de sus obras en los países que las cobijaron, la primera en el amado Perú, la segunda en España. Escritoras de amplio registro, cultivan el cuento, la novela, la biografía, la poesía y el teatro. Sus obras son leídas por un público que abarca España y Cuba, en el caso de Gertrudis y el Perú, Chile, la Argentina, París y Madrid en el caso de Juana Manuela, Sin embargo, fueron poco comprendidas en su época, como lo señala Evelyn Picón Garfield respecto de la Avellaneda. Los textos de ambas exigen una recepción alejada de los corsés que imponía una sociedad rígida y patriarcal. Gertrudis describe El Caribe, esa Cuba todavía colonial, dependiente del Rey, donde los esclavos y las mujeres eran sujetos invisibilizados por el discurso hegemónico como dice Evelyn Picón Garfield en su ensayo Poder y sexualidad: el discurso de Gertrudis Gómez de Avellaneda (La Habana, 2013). La Gorriti mostrará también a sujetos subalternos, como lo eran en América del Sur, las mujeres, los indios y los negros. De este modo, la historia del esclavo Sab (1841) de Gómez de Avellaneda, se repite en el mestizo de La Quena (1845) de Gorriti. Ambos textos narrativos, cuyas fechas de publicación son muy cercanas, pueden considerarse como las primeras manifestaciones del romanticismo hispanoamericano.
Los personajes femeninos de las dos escritoras son mujeres capaces de tomar las riendas de sus vidas y desafiar las normas de una educación destinada a formas niñas dóciles y hogareñas. Asoma en la escritura de Juana Manuela y Gertrudis un nuevo sujeto femenino, surgido de la ficción y, también, de sus existencias reales, existencias independientes, regidas por sus propios deseos y convencimientos, autónomas y contestatarias.
El Pozo de Yocci, el femicidio
Publicada en 1869, esta novela breve se construye en torno del espacio emblemático de una ciudad colonial (Salta), el llamado “pozo de Yocci”, lugar en el cual convergen las oscuras aguas del deseo y el goce dentro de una atmósfera siniestra y perturbadora. El fatalismo guía a los personajes hacia su destrucción y sobre sus cabezas planea la sombra del incesto y la muerte, tópicos frecuentes en la literatura fantástica.
Decimos siniestro siguiendo el concepto freudiano de extrañamiento ante lo familiar y doméstico, sentimiento que pesa en las conciencias torturadas de los personajes guiados por sus destinos, en los cuales se inscriben el terror al incesto a través de relaciones confusas entre hermanos que no se conocen, desplazamientos y sustituciones que conllevan también el terror al sexo. El castigo y la catástrofe como en las piezas clásicas del género trágico, se ciernen sobre esa red de relaciones culposas que finaliza en un acto aberrante: el femicidio.
El pozo de Yocci muestra ese horror y el castigo por el crimen. El protagonista enloquece y desde lo real de su desesperación surge el delirio.
La tierra natal, el paraíso perdido y recuperado
La tierra natal (1886), cuenta el retorno a Salta, la cuna, el origen, la infancia y la juventud, el pasado que se recupera por la letra y la memoria: À la recherche du temps perdu. La narración en primera persona cede a veces el lugar al punto de vista de un personaje, a modo del relato enmarcado, creando una atmósfera de irrealidad o ensueño. Juana Manuela regresa a su tierra en el tren que la lleva de Rosario de Santa Fe, pasando por Córdoba, Tucumán y sus cañaverales, sus postas que ahora tienen techos de zinc para erradicar a las terribles vinchucas, hasta Rosario de la Frontera. Encontrará las ruinas de la casa paterna, y luego a los amigos y conocidos de la infancia y la juventud.
Atraviesa los ríos simbólicos como en el mítico retorno del héroe, el Río Piedras y el Juramento, que contornean un territorio de grandes montes, serranías y desiertos que limitan con el imponente Chaco, se reencuentra con los topónimos amados del mapa geográfico y de la nostalgia: Campo Santo, el Bordo, el Crestón, Chilcas y el mapa de las leyendas y supersticiones como “el farol”. Todo le resulta bello y cargado de significados y recuerdos. En Rosario de la Frontera seguirá el viaje en una especia de diligencia, la “mensajería”, carruaje con berlina y coupé donde viajan otros pasajeros, entre ellos un “gauchi-político", como se llamaba en esa época a estos personajes, que se deleita en narrar no sin cierto sadismo los horrores de las guerras civiles entre unitarios y federales, todavía frescos en la memoria de la gente. Sombras de degollados y fusilados parecen merodear el carruaje que se desplaza por el camino polvoriento, en un viaje al pasado signado por la crueldad de los enfrentamientos fratricidas, siempre presentes en el imaginario de las viejas familias criollas, como bien lo señala César Fernández Moreno en La realidad y los papeles (1967), cuando observa que los inmigrantes europeos verán la llanura y al suelo argentino como un vacío territorio por conquistar con el trabajo y el esfuerzo, mientras que los argentinos viejos verán en la pampa un escenario fantasmal atravesado por los espectros de caudillos y mazorqueros. Entre barquinazos, la escritora rememora los tiempos perdidos, la épica historia de su padre y sus tíos en la guerra de la independencia. Juana Manuela llegará a Salta, contemplará al Río Arias, las casonas con aljibe, el convento de las monjas de clausura, y edificios de gusto moderno que muestran el progreso del país y la provincia, como el de la Escuela Normal de Maestras, encontrará a antiguas amigas, y sobre todo a un verdadero hermano, el hijo del General Güemes, el “ñaño” (en quechua, hermano) Luis Güemes que la acompañará durante su estadía en ese espacio de retorno a lo primordial, a veces casi olvidado o disimulado, ese ámbito que configura en las vidas humanas el paraíso perdido y recuperado (como en Proust) por la evocación y la escritura. Juana Manuela partirá nuevamente a la cosmopolita Buenos Aires, donde permanecerá rodeada por la admiración de sus colegas, amigos y políticos, hasta su muerte, el 6 de noviembre de 1892.
La cocina ecléctica, un libro inesperado
La búsqueda de una identidad latinoamericana que aparece en la Gorriti a través del relato histórico, biográfico e inclusive fantástico ambientado y situado en las ciudades a menudo oscuras de la colonia y de las guerras civiles, en una constante recuperación de figuras, léxico, espacios, valores, ideología y costumbres, se manifiesta sobremanera en un libro novedoso y a la vez inusitado en los ámbitos literarios de la época. Se trata de La cocina ecléctica (1890), donde la escritora transcribe recetas de platos tradicionales, criollos y europeos que le envían parientas, amigas y conocidas de toda América. El título remite a cierta irreverencia que permite, a la hora de cocinar y comer, el mezclar hábitos, nombres, gustos, procedimientos e ingredientes. La cocina ecléctica es tal vez un tipo de literatura de difusión, alejada de los discursos hegemónicos y de las biografías ilustres, un libro “ecléctico”, cotidiano y por momentos hasta irónico. La cocina ecléctica representa el espacio del hogar y a la vez es una muestra de identidad a través de las comidas. Historia, sociología, etnología, antropología, ciencias naturales se entraman en el mundo mágico de la arte culinario.
El listado de manjares es extenso y a veces exótico: sopa salteña, sopa teóloga, sopa de té para el desayuno, sopa de gallina, sopa de tortuga y de camarones, salsa sublime, puré de habas y de lentejas, dorado a la San Martín, dorado a la sevillana, sábalo a la mimosa, pescado frito a la limeña, tamal, humita, empanada de fiambre, pastel de frijoles, pastel de pichones y muchos otros, enmarcados en breves relatos, gracejos y reflexiones.
Este libro, traducido a varios idiomas, es uno de los más reeditados y también de los más citados y estudiados de Juana Manuela.
Precursora en el oficio literario, Juana Manuela Gorriti se sitúa como una de las primeras escritoras profesionales. Escribe y elige a sus editores, exige que sus derechos de autora sean reconocidos, pide retribución y respeto por su trabajo, mucho antes de que otros escritores argentinos comenzaran a escribir como profesionales, como en el caso de Horacio Quiroga y Roberto Arlt.
Reconocida por sus pares, mantuvo hasta su muerte la amistad del prócer de las letras peruanas, Ricardo Palma y de los escritores argentinos de la llamada generación del 80: Carlos Guido y Spano, Juana Manso, Calixto Oyuela y Rafael Obligado.
*Premio Casa de las Américas de Cuba, 1993.