7 de junio 2020, manifestantes tiran a un canal la estatua de Edward Colston en Bristol, Inglaterra. 

8 de junio, vandalizan estatua de Churchill y Robert Milligan en Londres. 

9 de junio, Amberes, dañan estatua del Rey Leopoldo II. 

También, 9 de junio, tiran abajo un monumento a Colón en Richmond y en Boston decapitan la estatua del genovés. 

16 de junio, Albuquerque: intentan derribar la escultura de Juan de Oñate. 

18 de junio, otros dos Colones son dañados en San Francisco y en Sacramento.

No es novedad la discusión sobre el sentido de las estatuas, monumentos, bustos y demás obras de arte que hacen referencia a personajes de la Historia. La lista podría continuar, no sólo por los hechos recientes desencadenados tras el asesinato de George Floyd, sino porque este debate acompaña y acompañará siempre a cada representación urbana.

En 2015 Cristina Fernández de Kirchner decidió reubicar a Colón y colocar frente a la Casa Rosada –y mirando hacia el Río de la Plata– a la heroína del Alto Perú Juana Azurduy, inaugurada con la presencia del compañero Evo Morales. En agosto de 2017 la idea de funcionarios del gobierno de remover la estatua ecuestre de Robert E. Lee terminó en la masacre de Charlottesville, donde grupos supremacistas blancos opositores –léase, neofascistas racistas– se cargaron una muerte y 34 heridos (sobre esto la película El infiltrado del Kkklan, de Spike Lee).

Ejemplos hay de sobra a la hora de revisitar la historia, nada es definitivo y –por suerte– las memorias y los olvidos se permiten cambiar a lo largo del tiempo. Por esto es posible dar nuevos significados a los monumentos, guerra que se está dando en el espacio público poniendo en jaque la supuesta “dureza” de las estatuas, haciendo vulnerable el bronce, el mármol, la piedra, el hierro: nobles materiales para discutibles valores.

Sitios de la memoria, museos, parques y monumentos cargan una cantidad de significados de los que en apariencia demuestran sólo uno. Partiendo entonces de esta categoría un poco ambigua, “monumento” implica en parte que algo está siendo recordado o conmemorado, eligiendo algún valor en lugar de otro. En semiótica se estudian los sistemas de comunicación y procesos por los que se da o se transforma el significado, para la interpretación de las culturas y la vida en sociedad, donde textos, sucesos, imágenes o espacios producen sentido. En su práctica podríamos vincular a la semiótica con el periodismo, apelando a la curiosidad: ¿Qué debería ser recordado y qué no? ¿Qué valores queremos representar en nombre de la Nación, el pueblo o el poder de turno?

Haciendo un escaneo breve y cercano diríamos: generales, comandantes, próceres, soldados… hasta escritores, actores y próximamente jugadores de fútbol, sin poder recordar ninguna mujer “monumentalizada” en nuestras calles y plazas, tal vez contadas con los dedos de una mano. Más lejos en el tiempo, estar frente a los gigantes del Memento Park en las afueras de Budapest es un shock temporal. Como un geriátrico a cielo abierto, reposan esculturas comunistas de más de veinte metros de altura, imponentes testigos de una época y removidas del ejido urbano por los propios ciudadanos, como el caso de las botas de Stalin, en 1956. Mi preferido es el Monumento de la República de los Consejos, escultura de un marinero terminada en 1969 por el camarada István Kiss, luego removida del parque Vàrosliget.

En otras latitudes, Andre Blaise Essama es un activista que lucha por la “limpieza” de estatuas de próceres franceses en Camerún, cansado de ver cómo detrás de esas esculturas se esconden colonizadores cruentos, el tráfico de esclavos africanos y soldados para colaborar en guerras ajenas. Sin embargo raramente se pueden destruir los signos, no se pueden borrar completamente, nada puede ser olvidado del todo. Aquello que fue cambiado de lugar, trasplantado o graffiteado es una huella indicial de “algo que estuvo allí antes”, significados fluctuando de la periferia al centro y viceversa en procesos culturales. Destruimos y la vez develamos eso destruido, entonces ¿por qué no cambiar en nombre de la Historia?

En Bolzano, una ciudad del norte de Italia, se llamó a convocatoria de artistas para modificar un enorme Mussolini a caballo con un bajorrelieve que cita el lema fascista “Credere, Obbedire, Combattere” (Creer, Obedecer, Combatir). Aceptado el debate entre todos los actores sociales y habiendo decidido no remover ni destruir el monumento en favor de la reflexión y la explicación educativa, finalmente se realizó una intervención en luces LED con la frase de Hannah Arendt: “Nadie tiene derecho a obedecer”. 

Las ciudades están repletas de huellas ocultas esperando ser develadas, también de estatuas cargadas de valores instituidos por unos pocos y graffitis en constante movimiento. El arte tiene el don de aproximar pasado, presente y futuro. Queda pendiente el cruce, y que los significados del pasado empiecen a entablar diálogo con las urgencias del presente, cansadas de pedir permiso. 

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