Han transcurrido 84 años de aquella madrugada del 19 de julio de 1936 cuando en la ciudad de Barcelona comenzaron a ulular las sirenas de algunas fábricas. Las y los proletarios ácratas supieron que era el momento de salir a las calles no solo a frenar el golpe de Estado de los falangistas, los terratenientes, burgueses y la clerigalla inquisitorial sino también el comienzo de una período heroico.

En efecto, luego de las insurrecciones de Asturias y Casas Viejas en Andalucía, cuando la ya maltrecha Segunda República española lanzaba sus estertores frente al avance de los fascistas, un pueblo en armas inició la gesta revolucionaria.

Las barricadas de Barcelona pusieron coto en esa ciudad a las fuerzas reaccionarias. A los pocos días se organizaron las milicias confederales de la CNT-FAI hacia las tierras de Aragón. Se encaminaban a colectivizar lo que durante siglos les estuvo arrebatado a campesinos y labriegos.

Figuras destacadas en estas jornadas: Francisco Ascaso, que cayó abatido por las balas facciosas en el asalto a los cuarteles de Las Ataranzanas, y Buenaventura Durruti, quien junto a otros arrasó con los uniformados y sus esbirros acantonados en el Hotel Colón.

Junto a estos luchadores anarquistas prestos de coraje y fervor libertario, miles de mujeres y hombres daban comienzo a lo que Hans Magnus Essenberger llamó “el corto verano de la anarquía”. Un pueblo en armas.

En noviembre de 1936 una bala artera abatió en el corazón a Durruti y en buena medida fue una señal premonitoria de los aciagos acontecimientos por venir.

Como bien señalara Herbert Marcuse, la lucha contra el capital y el oscurantismo en la Península Ibérica, es uno de los momentos más dramáticos y singulares en que los oprimidos lucharon por la libertad y la justicia para erigir una sociedad sin explotación.

 

Carlos A. Solero