Los buenos modales

As Boas Maneiras

Brasil/Francia/Alemania, 2017

Dirección y guión: Marco Dutra, Juliana Rojas.

Música: Guilherme Garbato, Gustavo Garbato.

Fotografía: Rui Poças.

Montaje: Caetano Gotardo.

Reparto: Isabél Zuaa, Marjorie Estiano, Miguel Lobo, Cida Moreira, Andréa Marquee, Felipe Kenji, Nina Medeiros, Neusa Velasco, Gilda Nomacce, Eduardo Gomes.

Duración: 135 minutos

Disponible en MUBI

8 (ocho) puntos

El recorrido de Los buenos modales viene premiado en ámbitos como Locarno, Sitges y Bafici. Vale agregar que la película brasileña pudo verse en Rosario durante el Festival de Cine Latinoamericano 2018, organizado por el Centro Audiovisual Rosario. Ahora está disponible en MUBI, y para quienes gusten del relato fantástico, con eje en la mitología licantrópica, no pueden ni deben perderse este film.

Dirigido por la dupla que integran Marco Dutra y Juliana Rojas, Los buenos modales tiene la mirada puesta, y en plano cercano, en el personaje de Clara (Isabél Zuaa). Es en ella y desde ella cómo habrá que adentrarse en esta historia de zarpas por venir. Lo dicho es promesa.

Antes bien, la película de Dutra y Rojas narra el vínculo de Clara con Ana (Marjorie Estiano), una mujer adinerada que busca quien le asista en sus días de embarazo. Como si fuese un presagio, durante la entrevista de trabajo Ana tiene dolores que Clara sabrá cómo calmar rápidamente. Algo del orden de lo intuitivo prevalece para que esta mujer humilde y sola sea finalmente empleada.

De esta manera, Clara atiende a Ana en menesteres que van desde la comida al encendido de la calefacción, las compras de shopping y el cuidado de la casa. En el fondo, no deja de ser una mujer blanca que emplea a una mujer negra (como Frankenstein y su ayudante jorobado, según la iconografía). Un contraste que también escenifican los decorados, en una Brasil dividida entre quienes viven en edificios y por las nubes, y otros a ras del suelo y mojados por la lluvia.

A partir de una construcción formal simétrica, Los buenos modales extiende este equilibrio –y diferencia de clase- de varios modos, porque Ana está también sola en sus placeres burgueses. Hay un vacío familiar parecido al de Clara. Ana espera un hijo no deseado, de un padre furtivo, protagonista de un recuerdo seductor y bañado en luz de luna. El embarazo y el dilema. El casamiento previsto (con otro), ahora en peligro. Pero Ana ha desoído las órdenes de su padre, y decide tener el hijo maldito.

La maldición podrá ser entendida de múltiples maneras. Y es en los códigos del cine de terror donde la película brasileña hunde sus uñas. El zarpazo supo transmitir la maldición en algunas películas, en una analogía tan sexual como la mordida de un vampiro. Ese disfrute eventual, con un desconocido irresistible –en la forma de un conde o un descamisado de la noche-, sobre el cual han erigido sus miedos y secuelas tantas películas, encontró una síntesis notable en It Follows (2014), de David Robert Mitchell: el sexo como relación de poder, sujeción patriarcal, consejo desoído, disfrute vigilado, placer con culpa.

El terror exploró todos y cada uno de estos dilemas, de manera acorde con el gran cine de géneros (en donde la mayoría de sus películas fueron siempre de poco presupuesto) pudo decir mucho sobre la sociedad de su tiempo. Es destacable, en este sentido, cómo ciertas características con raíz en el cine de Hollywood –la maldición legada, la turba con antorchas, la melancolía asumida- encuentran en films como éste su reelaboración. 

Ahora bien, si se trata de practicar un rápido recuerdo sobre una posible fisonomía de licantropía latinoamericana, no hay que olvidar la belleza poética, de cuño radioteatral, que es Nazareno Cruz y el lobo, de Leonardo Favio. Pero también, y baste su mención, la tradición propia que acompaña a Brasil, con maestros del terror como José Mojica Marins y su célebre Zé do Caixão.

Puesto que se trata de una película simétrica, estructurada entre Ana y Clara, las dos horas de duración tendrán también una relación de equilibrio; como si fuesen dos películas enhebradas, de duraciones exactas, Los buenos modales es una historia durante sus primeros 60 minutos, para luego procurar mediante la elipsis un nuevo capítulo. De este modo, la concepción del lobo, y luego su vida como niño. Las madres turnarán, entre la primera y segunda hora, sus roles de importancia.

Es así como desde la picardía del género en el que se apoya, Los buenos modales se asume como una historia lesbiana, de mujeres que deciden ser madres. La sangre, las mordidas, los ojos que cambian con la luna llena, el embarazo elegido, el padre ausente (de hecho, hay un corte también con sus propios padres de ellas), el sexo entre ambas (¡con una de ellas embarazada!, algo que bien podría ser tabú en otras películas), organizan un relato que no deja de ser nunca la película de terror que se ofrece. Y esto vale tenerlo presente, porque a veces parece que al terror se lo enaltece (o pasa a ser otra cosa) si hay premios de por medio, cuando el cine de terror de la Universal o la Hammer nunca necesitaron de tales elogios, antes bien, fueron películas maltratadas y despreciadas.

Los buenos modales toma del modelo que ofrecen la Universal y la Hammer lo justo y necesario para construir un discurso propio. Apela también a la historieta, a la cual incluye de varias maneras; una de ellas es explícita, a través del flashback dedicado a rememorar la noche cuando el niño lobo fuera concebido; la otra está presente en los decorados y la iluminación, en donde los colores saturados priman. Es decir, en Los buenos modales todo está conscientemente orientado a rememorar los códigos a través de los cuales el relato fantástico supo encontrar –en el cine, en la historieta- sus mejores expresiones.

De la totalidad del film, cuya desenvoltura argumental hay que ver y descubrir, sintética como es, precisa, de alusiones claras –el shopping que es un bosque de cristal- y estereotipos –el sacerdote, la casera-, hay dos situaciones extraordinarias. Una de ellas es la manera desde la cual se retiene al niño durante las noches de luna llena. De no ser por la convención del relato, sería una escenificación difícilmente tolerable. La otra situación es cronológicamente anterior. Tiene que ver con el momento de la concepción. Habrá que buscar con mucho cuidado cuántos films fueron capaces de mostrar un nacimiento semejante, cuando el vientre materno suele ser motivo de santificación o cosas parecidas. Acá, literalmente, explota.

Un cuento de hadas posible, de cine cercano y problemas conocidos. Ésa es una buena manera desde la cual pensar Los buenos modales. La licantropía es un detalle. Perdón, es EL detalle. Es el artificio que hace posible, en tanto resorte, a la historia. A través de una tradición que tiene en el terror y en el fantástico una de sus elecciones mejores. Si el fantástico es la deriva alterna que cobra una historia, hay que pensar, por esto mismo, que la segunda hora de Los buenos modales es la que asume este desvío, porque se ratifica en él y ya no lo oculta.