Por supuesto que la noticia es el aflojamiento de la llamada cuarentena en el AMBA y que, pese a la sensación de respiro, hay interrogantes sin despejar.
No sería real, o no debiera serlo, que alguien no tenga dudas.
La principal, o una de ellas, es el aparente contrasentido de que se alivianan las restricciones cuando se acentúan los contagios.
Como explican los especialistas que, con necesaria prudencia, aclaran que lo son no de todo sino de las pocas cosas seguras, se consignan números de lo sucedido hace un par de semanas.
Se supondría, en consecuencia, que la foto actual da lugar para optimismo moderado. Desde ya: a pesar de que el último tramo presuntamente endurecido terminó en relajo evidente.
Y punto, en términos de observación personal respecto de esto, porque de lo contrario uno entra en la todología que le cuestiona a una cantidad de colegas ansiosos por exhibir que podrían saber, o animarse a decir, más que la suma de infectólogos aplicados al tema.
Como inferencia, sí cabe la presunción de que haber apurado el afloje del aislamiento social tiene aroma al influjo de un sector mediático.
Eso no va en perjuicio de que, además o en verdad antes de la cantidad de gente psicológicamente agotada, el derrumbe económico es casi incalculable. Se agrega al desastre ídem dejado por quien debió viajar de urgencia a Asunción, para abordar con el hombre más rico de Paraguay, involucrado en graves denuncias de narcotráfico y contrabando entre otras, la seria inquietud de ambos sobre el momento de la región.
Se potencia un caldo de cultivo muy complicado de manejar.
Pero no es lo mismo el sujeto social legítimamente cansado que el objeto desestabilizador de unos medios furiosos.
No será la primera ni última vez en que se citen los problemas de comunicación gubernamentales. Por ejemplo, el de un Presidente persuadido de que, en actitud constante, incluso diaria y hasta en más de una oportunidad por jornada, debe ser él quien exponga la absorción de todo: anuncios, réplicas, aclaraciones, desmentidas, lo que fuere.
Parado sobre un samba indetenible, el jefe de Estado saca fuerzas para darle notas a medio mundo con una entrega que sus violentos adversarios mediáticos ni siquiera reconocen. ¿Querían preguntar? Pues ahí tienen. En siete meses de Gobierno brindó, a tirios y troyanos, más entrevistas que un tal Fatiga en cuatro años.
Es otro cantar si eso es una táctica apropiada o un riesgo grande de desgaste.
Se adosaron cruces públicos del oficialismo.
La oposición, que en el centro es la conducida por su prensa, se montó en eso para repartir la idea de un gobierno carcomido.
Llegó más allá: todos sus voceros, en bloque según es habitual, advirtieron que Alberto Fernández ya no controla resortes básicos. Que está entregado al diseño del Instituto Patria, un arcano que jamás explican ni en detalle ni a grosso modo. Que así lo prueban la carta de Hebe de Bonafini en altercado con el encuentro empresarial de Olivos por el 9 de julio; el tuiteo de Cristina con el artículo de Alfredo Zaiat; la inutilidad de la convocatoria al diálogo porque radicó en provocar a los referentes (?) opositores, ya que Alberto comenzó aludiendo al asqueroso aprovechamiento de Fabián Gutiérrez asesinado.
Continuemos a bingo. Numerosos simpatizantes y activos defensores del Gobierno se trenzan en previsibles discusiones acerca de lo mal o bien que estuvo Hebe; de lo bien o mal que hizo Cristina; de si es pertinente sacar trapos al sol; de si Alberto es un vacilante al que deben apurársele definiciones, o un tiempista que calcula los gestos adecuados a la correlación de fuerzas realmente existente.
Son polémicas interesantes.
Pero cabría poner en duda, primero, su alcance popular en medio de una situación de dramatismo inédito. Y segundo, cuánto tiene de verificable que procederes opuestos darían mejor resultado.
Vayamos en ese orden.
El peronismo y la mayoría de sus aliados permanentes o circunstanciales jamás fueron ni serán un movimiento modosito. Sus diferencias suelen manifestarse así como ahora, de manera exteriorizada. Y cuando no es así, se las inventan sus enemigos.
Para el caso, ¿cuál extraterrestre no sabía que Alberto es un moderado con Cristina a su izquierda?
¿El alienígena no sabía que era una coalición con el imperativo de sacarse a Macri de encima, sujeta a contradicciones imposibles de resolver entre la mañana y la noche --o nunca-- y a la que encima le cayó una pandemia ecuménica?
Y es indesmentible que el Gobierno corre detrás de la minuta que le fijan las armas mediáticas opositoras, fondeadas en una porción social que sacó el 41 por ciento de los votos y que también es “el pueblo” para desgracia de quienes estiman a esa categoría, el pueblo, como una unidad de intereses comunes.
Con Vicentin, Venezuela, unos periodistas que se hacen los perseguidos, unos miles de fóbicos que ganan la calle por antiperonismo racista, la desesperación por el escenario económico, Lázaro Báez, y poco más, se las arreglan para fijar agenda publicada.
Sin embargo, conjeturando que la comunicación gubernamental primereara, fuese una joyita perfecta y sin restarle importancia a la influencia que tendría, ¿alguien cree de veras en una ofensiva odiadora echada para atrás debido a eso?
Si el Presidente regulara su exposición, agitarían que se lo impuso Cristina. Si Cristina desapareciera de Twitter, vociferarían que la ganó una depresión profunda porque habría reparado en que su construcción sólo llegó hasta el armado electoral. Si ministros y colaboradores salieran a la cancha con intensidad (de hecho, hace un par de semanas ese aspecto está estimulado), prevendrían que lo ordenó Cristina para que Alberto no dé imagen de estar rodeado por zopencos. Si Alberto continuase dando notas a diestra y siniestra, sería para mostrarle a Cristina que conserva autoridad. Si alguna vez arrancara la presentación y el debate parlamentario por el tributo a los patrimonios gigantescos, se señalaría que ganó la voracidad populista de Cristina. Si pasa a mejor vida, sería la prueba de que Alberto claudicó frente al “país racional”. Si se arregla con los bonistas y después con el Fondo, habrá de ser a costa de un durísimo programa de exigencias presupuestarias y serán capaces de correr por izquierda. Si no se arregla, será la irresponsabilidad de haberse izquierdizado.
En resumidas cuentas, y para insistir, estaría haciendo falta una agenda superadora que trace el horizonte capaz de re-entusiasmar. Sin estímulos masivamente convincentes, no se logrará.
¿Es una batería de medidas anunciadas en conjunto? ¿Es una de repercusión instantánea?
Con certeza, es un dietario preeminentemente basado en la economía. Propositivo y de realización pronta. Sin anuncios cuya implementación se demore, porque daría idea de que el brazo oficial quedó torcido.
Tocar privilegios demasiado potentes requiere de muchísima fuerza política.
En pandemia es un desafío más formidable todavía, y recurrir a la movilización popular en términos callejeros se hace impracticable. Eso durará. Largo rato, si es que alguien no se percató.
Si esa agenda se consiguiese, la contienda mediática -lo que se manifiesta a través de ella, mejor dicho- habrá de constatarse no insípida pero, sí, menos relevante que lo que parece.
Mientras tanto, como escribió Sandra Russo en su magnífica contratapa del sábado, aquí, “no rifemos, por embotamiento, confusión o ansiedad, ni un milímetro (de esta oportunidad). Porque si algo tenemos son liderazgos; disímiles, matizados, a veces contradictorios, pero con un mismo propósito”.
A su vez, estaría bueno reparar en que darle pasto a las fieras no consiste en ocultar debates internos, inclusive agudos, sino en ocultarlos como si fuese que la energía del Frente de Todos debería mostrar carmelitas descalzas.
¿Hay riesgo de que se rompa algo sustancial?
Lo habría de engancharse en contradicciones secundarias, cuando enfrente no tienen duda alguna.