Estudiante de dibujo desde niña, Lucía Pacenza dudó entre la arquitectura y las bellas artes y finalmente se decidió por encontrar un trabajo y formarse en distintos talleres. Los de Leo Vinci y Enrique Gaimari a sugerencia de Emilio Pettoruti con quien se formó en dibujo y pintura. Varios años con Pettoruti dejaron la impronta de la importancia que el maestro otorgaba a la luz. La luz es el secreto de la existencia visible de las cosas y, en la obra de Pacenza, juega con las calidades aterciopeladas o vibrantes de sus columnas, tótems, soles y lunas. El paisaje con sus montañas, vientos, ríos y la cadencia temporal, fascinan los ojos y la cámara de la escultora que los registra fotográficamente y convierte en obras en las que la abstracción elimina la anécdota y sugiere, con la certera estocada de los cinceles, la experienciadel paisaje.El paisaje en la escultura y la escultura en el paisaje, se titula el ensayo que en el libro recientemente publicado El devenir de la forma, describe la operatoria creativa de Pacenza. “Siempre me interesó la escultura pública –señala la artista- porque la escultura es la más social de las artes. Su presencia, corpórea, participa de la vida de la ciudad”. Buenos Aires fue desde comienzos del siglo veinte y hasta 1930 una ciudad poblada por bellos monumentos. En la “estatuomanía” que nació con los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo, sus parques y paseos se ofrecieron a la conmemoración de la historia en sintonía con los cánones que provenían de la tradición europea. Pero ese impulsó pasó. Cuando en 1979 la fundación Gillette llamó a concurso para un monumento que celebrase los 400 años de la ciudad, ya no eran épocas de caballos alados ni patrias frigias. Pacenza se presentó y ganó con un proyecto que alude de manera abstracta a la tradición clásica. Cuatro columnas (una por cada siglo), se unen en un arco del monumento- fuente por el que el agua fluye simbolizando el paso del tiempo y la dinámica vida de la ciudad. Una obra contemporánea, a escala humana, sin pedestal, que se yergue desde entonces en la esquina de Libertador y Udaondo, en el barrio de Nuñez. Que fue pensada para ser vista y comprendida “al paso”, en el vértigo del tránsito porteño. Junto a esta obra real, emplazada, Pacenza sueña en sus fotomontajes Esculturas urbanas, con ocupar lugares icónicos de Buenos Aires, que actúen como escenario de sus obras. Puerto Madero, la plaza del Vaticano frente al teatro Colón o la costanera del Riachuelo en La Boca, son lugares vacantes de arte, cuya arquitectura bien podría dialogar con las esculturas, como ocurre en las ciudades desde que existen como tales.
Las ciudades y suciudad signan la obra de Pacenza. Fue precisamente una de las cicatrices más profundas de Buenos Aires, las autopistas construidas durante la dictadura, que derribaron edificios y cercenaron barrios, la que la proveyó de material para su obra. “Fragmentos” se llama la serie de principio de los 80s en que reutilizó los escalones y alfeizares de mármol de las emblemáticas “casas chorizo” de estilo italianas demolidas en Boedo. “Fue una forma de rescatar el pasado, de poner en valor elementos que habían sido condenados a la destrucción”, dice Pacenza. Años después, sus enigmáticas ciudades de carrara o yeso, vacías, se desmaterializan en un sutil contraste de blanco sobre blanco. La luz traspasa los callejones, avenidas y recovecos, habitando los espacios que los humanos ya han abandonado. El extenso repertorio de partidos arquitectónicos de estas urbes reflejan los distintos hábitats históricos del ser humano. De la polisa la metrópolis, Pacenza vincula las formas a los estilos de vida que ellas connotan. Casi siempre la plaza, el lugar de reunión, está presente. Otras ciudades sin centro cívico ni comunitario muestran esta condición que las llevará a la ruina. Sus edificios estandarizados dejan ver lo que pasa adentro: individuos de identidades homogéneas. Ciudades distópicas que, la actualidad, las desoladas calles de la pandemia en todo el planeta, hacen dolorosamente reales. Frente a estas pequeñas esculturas instaladas, la sensación es que a medida que se las mira pierden su carácter de modelo reducido, crecen virtualmente ante nuestra retina, cobran escala real y, entonces, podemos recorrer con la mirada sus calles desiertas. Una hendidura, una muesca, finas líneas paralelas, un pliegue. Texturas diminutas que activan la superficie y dan cuenta de la mano de la escultora atenta a dejar su sello de silenciosa escritura. Intimidades del oficio. De un oficio en el que las formas y líneas que percibimos como levesson tales solo después del magno esfuerzo de doblegar la dureza de la piedra.
“Yo me planto acá para ver, desde el sur de la ciudad y de la América del Sur. Es el lugar desde el que quiero expresar mi lugar de pertenencia”, asevera la escultora. Recorriendo la Patagonia, ese fascinante territorio de lo extremo y la soledad, nació a fines de los 80s su serie Sur.La brisa, el temblor del agua y las formas moldeadas por el viento son esa experienciadel paisaje que se transmuta en líneas, cortes y oquedades sobre el mármol. En otro rumbo, las esculturas eólicas del valle de Talampaya en La Rioja, afianzaron su certeza de que la naturaleza habla, se expresa y el artista la interpreta.
Lucía Pacenza participó en importantes concursos internacionales de escultura. En los 90s en el Museo de Arte Contemporáneo de Toluca, México, volvió a tallar la madera. En 2003 la Universidad de Camberra en Australia la invitó a realizar una obra para su parque de esculturas en el campus. Más recientemente, otro campus, el de la Universidad de San Martín, incluyó Dúo del Sur en sus jardines. Si pasa por el Abasto, “barrio de tango”, no deje de ver el Monumento al Bandonéon, emplazado en el pasaje Carlos Gardel.
El devenir de la forma, reciente libro que reúne la producción de la escultora Lucía Pacenza entre principios de los 70s y la actualidad, se propone dar una idea cabal de una obra que no por sutil, delicada y exquisita, deja de expresar una enorme fuerza cuyo misterio está tanto en la forma como en la materia. Publicado con el apoyo del programa de mecenazgo de la Ciudad de Buenos Aires, es el documento de una carrera, de las ideas y el contexto que las generó. Aporta a la construcción de una historia del arte argentino contemporáneo donde las escultoras mujeres han sabido encontrar su lugar de excelencia y a la vez, romper con el estereotipo de que la escultura es una disciplina predominantemente viril.
* Historiadora del arte y curadora. Autora del ensayo del libro El devenir de la forma, sobre la obra de Lucía Pacenza.