“Siempre he interpretado las partes de acción de mis películas como una danza, más que una pelea”. Las declaraciones del realizador chino King Hu (1931-1997) luego de la presentación de su indiscutible obra maestra, Un toque de Zen, en el Festival de Cannes 1975, cuatro años después de su estreno en Taiwán y otros mercados del sudeste asiático, pueden aplicarse a las películas de muchos cultores del cine de artes marciales. En el caso de Hu, sin embargo, la descripción es tan acertada que puede interpretarse como axioma: el constante movimiento de los cuerpos y la cámara elevan la simple coreografía de las luchas –ya sean con espadas, cuchillos o las manos desnudas– a la categoría de abstracción visual. La presentación de tres largometrajes del realizador en la plataforma Qubit, dos de ellos en copias recientemente restauradas por el Taipei Film Archive, es una excelente ocasión para acercarse a uno de los creadores esenciales del wuxia pian –el cine de artes marciales histórico– en su período de oro. Realizadas de forma consecutiva, Come Drink With Me (1966), La posada del dragón (1967) y Un toque de Zen (1970) no sólo muestran al realizador en la cima de su creatividad y talento, sino que reflejan los cimientos de los personajes y situaciones arquetípicas que dominarían el naciente género cinematográfico, conocido genéricamente en occidente como kung fu.
Hu Jinquan, su nombre chino, nació en la ciudad de Pekín en 1931 y en 1949, poco antes del nacimiento de la República Popular China, el futuro cineasta se reubicó en Hong Kong –por aquel entonces un territorio británico de ultramar–, donde rápidamente consiguió empleo como dibujante. Los trazos para el poster de una sala de cine lo llevaron a recibir una oferta como diseñador de escenografías, además de algún que otro papel como actor secundario. La carrera del joven Hu siguió ese camino durante los años 50, hasta que uno de los realizadores más relevantes en la península, Li Han-hsiang –famoso por sus films históricos y las adaptaciones de populares óperas huangmei a la pantalla–, lo empujó a aceptar un contrato como actor y guionista en Shaw Brothers, estudio que en poco tiempo pasaría a dominar el mercado de la producción, distribución y exhibición cinematográfica en Hong Kong, además de exportar sus producciones a gran parte de la región, como Singapur y Malasia (excepto China continental, por razones de lógica política).
Luego de pasar algunos años como fiel empleado, en 1964 le llegaría la oportunidad de dirigir su ópera prima con el melodrama cortesano The Story of Sue San, seguida un año más tarde por Sons of the Good Earth, relato épico con el trasfondo histórico de la ocupación china por el ejército japonés. Esos largometrajes se transformarían en las únicas incursiones cinematográficas por fuera del universo que abrazaría durante el resto de su carrera: el wuxia.
El enorme éxito de Yojimbo, de Akira Kurosawa, fue la punta de lanza de un renacimiento de los samuráis cinematográficos, y las sagas como Zatoichi eran populares no sólo en Japón sino en gran parte del continente asiático. La industria hongkonesa puso manos a la obra y los productores comenzaron a desempolvar viejos relatos literarios de artistas marciales, héroes solitarios que vagan en busca de aventuras (a veces también de dinero) y/o deben defenderse de enemigos más poderosos. Come Drink With Me (el título en mandarín podría traducirse como “El caballero ebrio”) no fue el primer ejemplar de wuxia pian entendido como película de aventuras, acción y melodrama, pero sí uno de los más populares e instantáneamente influyentes.
La historia de Golondrina Dorada, la hija de un gobernador que debe disfrazarse de hombre para ir al rescate de su hermano, secuestrado por un malvado eunuco, es la excusa para que King Hu siente las bases de las formas narrativas y formales que continuará puliendo y desarrollando en los años siguientes, destacando al primero de una serie de personajes femeninos fuertes en un género que estaría dominado por la testosterona. El historiador Stephen Teo, especialista en cine oriental, escribe en su libro sobre la industria hongkonesa que “las imágenes de una película de Hu son ahora tan familiares para la mayoría de la gente que resultan emblemáticas del cine de artes marciales de Hong Kong en general”.
Además de imponer el uso de trampolines escondidos en las escenografías para permitir toda clase de piruetas o de dar forma a un sistema coreográfico que cruza lo realista con la estilización extrema, en Come Drink With Me Hu supo definir uno de los espacios recurrentes en su obra: la posada, el sitio donde convergen los pactos y traiciones, las palabras y las acciones, las miradas penetrantes y las demostraciones de talento físico. La protagonista del film, Cheng Pei-Pei, participaría 35 años más tarde en el film de Ang Lee El tigre y el dragón, exitoso intento por revivir el wuxia para el mercado global. Poco importa allí que no interprete a la heroína sino a la villana titular: el rostro de la actriz es sinónimo de kung fu, aunque su carrera haya seguido caminos diversos a través de las décadas.
En 1967, Hu decidió emigrar a la vecina Taiwán –aunque sin cortar los lazos con H.K–, donde podría explorar con mayor libertad creativa sus intereses y utilizar los diversos y ricos paisajes de la isla como trasfondo ideal para sus relatos. La posada del dragón transcurre en el siglo XV y es la historia de un grupo de exiliados perseguidos por su apellido, guarecidos en una posada en medio de la nada. Allí también se dan cita sus perseguidores –un grupo de policías secretos, ejecutores de las órdenes menos limpias de los eunucos de la corte imperial– y un trío de espadachines dispuestos a involucrarse en la defensa de aquellos condenados a muerte injustamente.
“La importancia de Dragon Inn puede ser comparada con lo que La diligencia significa para el western”, escribió Edmond Wong, guionista de la saga Yip Man. Pero las ligazones con el cine del Lejano Oeste no se acaban allí. En La posada del dragón es evidente la influencia del cine de Sergio Leone, aunque el magnífico uso de la pantalla ancha a la hora de encuadrar objetos, paisajes y personajes tiene en el realizador chino una forma mucho más movediza y proteica: Hu era un maestro del travelling y de su interacción con los cortes de montaje. Todo eso vuelve a evidenciarse en Un toque de Zen, film ambicioso en varios sentidos. Comenzando por un rodaje que se mantuvo activo durante dos años, entre 1967 y 1969, y siguiendo por su duración original de 180 minutos, que hizo que los inversores pusieran el grito en el cielo y empujó al distribuidor a dividir el film en dos partes para su estreno original. La primera escena de acción llega recién a los 60 minutos; antes de que eso ocurra, un tímido calígrafo y dibujante descubre la presencia de una misteriosa mujer en una casa abandonada. No es un fantasma, aunque lo parezca, sino una joven perseguida por sus lazos de sangre, además de experta en el uso de las espadas.
Un toque de Zen es a la filmografía de King Hu lo que Érase una vez en el Oeste es a la de Leone: la suma perfectamente equilibrada de tópicos, rasgos y estilo que define una visión del cine y del mundo. Un relato sobre el heroísmo y la fundación de las leyendas –influenciado por el taoísmo y el budismo– en el cual Hu alcanza el punto máximo de condensación y abstracción formal, transformando cuerpos, espadas y ambientes en la materia prima con la cual construir una reflexión sobre el placer del movimiento. La escena en el bosque de bambúes es una de las más bellas en la historia del cine. La película sería invitada casi un lustro más tarde del estreno taiwanés a la Competencia Oficial del Festival de Cannes, donde fue galardonada con un Premio Especial del Jurado por sus cualidades técnicas. Un premio necesario pero no suficiente para un cineasta que hoy, a pesar de ser el más respetado de los realizadores dedicados al cine de artes marciales, continúa siendo un desconocido para la inmensa mayoría.