Todo le resultó sencillo, menos lo esencial: vivir. Tenía un carisma único: era muy bueno en cualquier deporte, hacía amigos con sólo entrar a un lugar y su pinta atraía a las mujeres aunque él no se lo propusiera. Estaba predestinado a dejar una huella honda en el boxeo argentino y acaso mundial. Pero Ubaldo Néstor Sacco no se preocupó en cumplir esa cita con la historia. Hace 35 años, el 21 de julio de 1985, ganaba el título de los welter juniors de la Asociación Mundial de Boxeo al derrotar por nocaut técnico en el 9º round al texano Gene Hatcher. Pero no le interesó demasiado retenerlo: lo entregó en la primera defensa, 7 meses y 22 días después, cuando las adicciones duras ya lo habían atrapado y no escuchaba a nadie: sólo a sí mismo y a su barra de amigos que lo hundió en la perdición de la oscura noche de Mar del Plata, su lugar en el mundo.
Uby Sacco fue una estrella fugaz. Se bajó demasiado rápido de los rings y de la vida. Su campaña profesional se extendió por apenas 8 años (1978/1986) con un record de 47 triunfos (23 por fuera de combate) y 4 derrotas, ninguna antes del límite. Y vivió apenas 41 años. Nació el 28 de julio de 1955 en el barrio de Chacarita, en la Capital Federal y murió el 28 de mayo de 1997 en el Hospital Regional de Mar del Plata. El consumo abusivo de cocaína le provocó un tumor en las fosas nasales del que nunca quiso atenderse a tiempo. Como si hubiera tirado la toalla mucho antes del campanazo final.
Hijo de Ubaldo Francisco Sacco, un destacado peso mediano de los años 50, Uby fue como fue, acaso porque no lo pudo evitar. Su familia era ejemplar, no tuvo conflictos personales graves, nunca pasó hambre y frío y sin embargo, la tentación marginal resultó más fuerte que cualquiera de sus virtudes naturales. Los especialistas no tienen dudas: Uby Sacco fue, acaso, el mayor talento desperdiciado de todos los tiempos del boxeo argentino. Lo tenía todo. Y todo lo malogró: le sobraba la calidad y la parada de crack. Si había que pelear, peleaba, si tenía que boxear, boxeaba, aguantaba lo que había que aguantar, recorría de adelante para atrás y de atrás para adelante, el libro de la academia pugilística y sin ser un noqueador, tenía pegada justa como para resolver cualquier combate en el momento menos pensado.
Fue atracción del Luna Park en los primeros 80, adonde llegó con un elegante pantalón de terciopelo que llevaba la publicidad de una pinturería marplatense. Y Tito Lectoure le consiguió la chance por el título en 1984, cuando ya era campeón argentino y sudamericano de los welter juniors (63,500) y le había ganado tres veces a Hugo Luero y a Roberto Alfaro y dos a Horacio Saldaño (una por fuera de combate). La piedra en su zapato fue el escurridizo sampedrino Lorenzo García con quien perdió y empató en 1983, cuando su posición en los rankings mundiales ya era expectante. Y todos en el ambiente sabían que al gimnasio lo miraba de lejos y que sus noches eran largas, demasiado largas.
Por eso, llegó dando ventajas físicas a la primera pelea por el título con el rudo Gene Hatcher el 15 de diciembre de 1984 en Fort Worth (Texas). Ni siquiera ante la máxima oportunidad de su vida, Uby Sacco se preparó a conciencia. Lo que le faltaba de físico, trató de compensarlo con calidad. Y salió un peleón que ganó. Pero tres jueces inescrupulosos y localistas se la dieron por perdida. Uby creyó que ya estaba, que no habría otra chance para él. Pero Lectoure movió cielo y tierra y logró que la AMB le aprobara la revancha directa que sucedió el 21 de julio de 1985 en Campione d' Italia, una villa suiza que Benito Mussolini había comprado en 1933 para que sus compatriotas pudieran ir al casino.
En su crónica para la revista El Gráfico, el periodista Ernesto Cherquis Bialo (quien también hizo la transmisión para Canal 11) cuenta que la noche previa a la pelea, Sacco la pasó comiendo canapés de caviar y bailando el bolero de Ravel con su esposa de entonces, Inés Rocha. Y que en la mañana del combate, Lectoure lo encontró tomando sol al borde de la pileta como si fuera un turista de vacaciones. Con esa despreocupación, Uby subió al ring, Y puso otra vez toda la inspiración de su repertorio. Le pegó por todos lados a Hatcher, le lastimó toda la cara y en el 9° round, el médico quiso parar la carnicería. Pero el árbitro mexicano Ernesto Magaña ordenó la continuidad por treinta segundos más hasta que detuvo la contienda y le levantó la mano derecha a Sacco consagrándolo campeón del mundo.
Uby pudo haber iniciado una nueva era gloriosa para el boxeo argentino. Tenía 29 años y todo el futuro por delante para hacer historia y ganar dinero grande. Pero haber llegado a ser campeón del mundo fue lo peor que pudo haberle pasado. Creyó que el título era un pasaporte para trasgredir y trasgredirse. Y ya no le importó más nada ni nadie logró pararlo. Mucho menos su padre. Mal entrenado, el 15 de marzo de 1986 guapeó y perdió ante el italiano Patrizio Oliva en Montecarlo. Fue su última pelea. Pero no su última derrota. El crack de los rings, el muchacho simpático, pillo y entrador purgó entre 1991 y 1993 una condena de dos años y medio por tenencia y consumo de estupefacientes. Quiso salir y no pudo. Dos meses antes de cumplir 42 años, en 1997 terminó sus días tendido en una cama de hospital. Las drogas y las malas compañías fueron un demonio del que Uby Sacco quiso zafar pero no pudo. Autodestruirse estaba en su propia genética.