Para nuestra sorpresa, la historia del espía José Alberto Pérez (Iosi) aparece en un papel relevante en el libro de Nicolás Wiñazki. En su versión, Nisman le dio una enorme importancia a Iosi y, además, prácticamente le atribuye al fiscal el haberlo encontrado.  La realidad es completamente diferente. Nisman nunca habló con Iosi, no estuvo en su declaración como testigo y tampoco es que le dió un papel central en la historia porque ni siquiera lo incluyó en el texto de denuncia contra CFK, Timerman y los demás. 

Las inexactitudes de Wiñazki son llamativas. 

Pérez fue enviado por sus jefes policiales en democracia a infiltrarse en la comunidad judía,  con el objetivo de descubrir  las imaginarias “conspiraciones secretas”,  incluyendo el llamado “Plan Andinia”  -uno de los mitos favoritos del antisemitismo local-  según el cual existe un plan secreto de la comunidad  para apoderarse de la Patagonia y fundar una segunda Israel.  Para eso estudió con esmero hebreo,  religión,  tradiciones e historia del pueblo judío.

Tras algunos traspiés iniciales,  “Iosi” consiguió insertarse en diversas instituciones ,  ascender a cargos directivos  y participar en forma habitual de reuniones en las entidades centrales de la colectividad,  e incluso en la embajada de Israel, antes aún del atentado. Se enamoró de una mujer judía,  con la que se casó ocultándoselo a sus jefes. Cuando volaron la AMIA, ella tendría que haber estado allí,  pero se salvó porque se retrasó.       

Como explicamos con lujo de detalles y abundante aporte documental en nuestro libro “Iosi,  el espía  arrepentido” publicado en diciembre de 2015,  Pérez  buscó nuestra ayuda porque creía que la información que había pasado a sus superiores durante toda su infiltración  pudo haber sido utilizada para cometer los atentados. Pero no confiaba en la Justicia argentina y menos aún en las fuerzas de seguridad que lo “protegerían”  si se convertía en testigo de una causa, la armada por el juez Juan José Galeano, que luego probó ser una farsa. 

Realizamos a partir del año 2002 –si, de 2002, cuando Nisman ni estaba en la Unidad AMIA– innumerables gestiones a nivel local e internacional para intentar sacar a “Iosi” del país y crearle razonables condiciones de seguridad para que pudiera explayarse sobre todo lo que sabe. Tras más de cuatro años de intentos infructuosos  y en base a una previa relación de amistad con uno de nosotros, convocamos a Gabriel Levinas para colaborar con una gestión puntual: el pedido de un contacto con el influyente American Jewish Committee, que podría dar su aprobación y respaldo. El contacto se concretó pero en el ínterin, para preservar la información y su seguridad, planeamos realizar un video con el relato de los hechos que Iosi había protagonizado. Similar a uno anterior que había grabado a solas en 1997,  en el que también refirió su historia y en el que había señalado a los jefes policiales como responsables si le ocurría algo .La nueva narración de resguardo en video fue hecha por Iosi en 2008 frente a la cámara de Levinas. 

Al aproximarse el 20° aniversario del atentado a la AMIA en 2014, en forma unilateral y no autorizada,  Levinas utilizó el video de resguardo y difundió la identidad real de “Iosi”, su voz, su rostro, su actividad secreta como agente de inteligencia y  todas las circunstancias de su vida, como los datos de su ex mujer, de quien se había divorciado hacía años. La traición a la fuente incluyó la publicación de partes de la desgrabación en distintos medios. Incluso “colgó” el video editado en su página web y en el diario “Perfil”. Todo como adelanto y promoción de la reedición de un libro en el cual ahora incluiría como novedad principal fragmentos de la transcripción.

La  irresponsable divulgación convirtió a Pérez en cuestión de horas en un blanco móvil: su cabeza pasaba a ser requerida porque contaba el espionaje de la Federal en toda su dimensión.  Por eso fue llevado de urgencia por nosotros  a la UFI AMIA, para solicitar su inclusión como testigo protegido. Nisman no se encontraba en la fiscalía ese viernes. Estaba de “licencia por enfermedad” y cuando pudimos hablar por teléfono con él invocó un fortísimo estado gripal. Pese a la importancia del tema, que Wiñazki acentúa en su libro, no se presentó en las largas horas que Pérez permaneció en la fiscalía. Primero, prestando declaración y luego esperando que lo buscaran -ya de noche- del Programa Nacional de Protección de Testigos e Imputados para abandonar su hogar y ser llevado a un lugar desconocido. Tampoco Nisman procuró ampliar los dichos de Pérez en los días siguientes y no llegó nunca a conocerlo personalmente ni lo consultó en absoluto hasta su muerte, seis meses después.

Wiñazki afirma que Nisman estaba investigando que los K  “sabían” de la historia de Iosi “y la ocultaron”. Y que, entonces, “esas pruebas investigaba el fiscal de la AMIA cuando apareció muerto”. La realidad es que no hay ni una letra sobre Iosi en su denuncia y Iosi no fue mencionado por Nisman en ninguna entrevista concretada en los días previos a su muerte. Hay que decir que Pérez no cometió delito alguno y la persistencia de esas actividades fue responsabilidad de la clase política argentina que las avaló.  Recién a partir de diciembre de 2001, con el dictado de la Ley 25.520  Nacional de Inteligencia, tareas como las realizadas antes por “Iosi” en la AMIA pasaron a ser claramente ilegales.

Hay que decirlo, en nuestra larga carrera de obstáculos en busca de protección para el agente,  recién  encontramos apoyo en destacadas figuras del gobierno anterior.  “Iosi” era una persona a proteger, no a denunciar, porque rompió con el espionaje de su fuerza. Como periodistas,  a las normas penales mencionadas le sumábamos el carácter de “fuente” del informante, y el secreto profesional respecto de quien se acerca a buscar ayuda para obtener protección y poder relatar todo lo referido a su actividad de espionaje. Fuimos nosotros los que encontramos a Iosi, los que lo llevamos a declarar y, por el contrario, a Nisman el tema no le importó demasiado porque ni siquiera habló con él personalmente.