Lo que llega después del abandono inicia esta serie de poemas. La muerte del padre, entendida como una huída, es el impulso que lleva a la escritura en Acaricio perros. Las personas son expuestas desde el movimiento y algo de esa velocidad las vuelve invisibles. Parece que Consuelo Iturraspe viera solo esas ráfagas o que el poema fuera para ella la huella que deja un cuerpo que pasa.
Las cosas intrascendentes siguen allí, como una pequeña fatalidad de la que la salvan las amigas. Por momentos la autora elude lo que pasa y va hacia ese afuera como el fondo de una imagen que le sirve para escapar de una sensibilidad desbordada. “No me había dado cuenta/que estaba triste/hasta que reparé en la ventana”. Es en el detalle de las cosas donde Iturraspe encuentra una interioridad a la que no se refiere de forma directa.
Hay una fábula sobre la muerte, fantasías, escenas. Para Iturraspe el drama es una forma de mirar. En una suerte de montaje, la autora va del duelo al amor a partir de la composición de fragmentos. La herida en el dedo propicia el resguardo de una memoria que a ella no le pertenece. El cuerpo del ser amado tiene un pasado y es imprescindible lidiar con esa historia.
“Pensé que el miedo también puede ser un accidente”. Hay una secuencia que esconde el conflicto de ese transcurrir, de la inquietud dulce. Lo simple devenido en una trama irrevocable. Si la poesía podría definirse como esos instantes que se niegan a ceder frente a la obligación de un desarrollo, a la demanda de una historia que pide ser consumada, aquí los fragmentos hablan de un mundo, la casa de lxs amigxs, el barrio de Palermo, lo que ocurre después de una función de teatro (Iturraspe también es dramaturga y directora) las apariciones de su perra que entra en ese diálogo como una figura dadaísta en medio del realismo de la vida en Buenos Aires.
El título del libro Acaricio perros remite a una actividad tan amorosa como intranscendente que aquí parece estar reemplazando una acción más decidida sobre el dolor.
Hay cierta iluminación en lo que viene después de la muerte, algo que cambia. El amor se elige de otra manera. “Somos dos románticas/defendiendo la incomodidad/junto a sus mascotas/mientras se disparan camiones/y atropellan”. La amistad entra en esa forma de mirar, es construir otro punto de vista mientras están juntas, un refugio que tiene el clamor de una ideología: “Cuando me quedo/encerrada en la ciudad/ella me abre las puertas de mi casa”, una manera preciosa de nombrar a la amistad como ese ser que te rescata frente a las distracciones que podrían disparar el infortunio.
Las cosas se arruinan o se pierden y la voz de este poema no teme a la reescritura de sus días. Iturraspe configura escenas donde podría estar en peligro, como si buscara integrar a su palabra poética lo que no ocurre pero acecha.
“Es el primer silencio/de nuestra amistad/que se roba una luna” La amistad es algo que se percibe y se comparte, un pacto o una estrategia para hacerse de una ración del mundo. Hay algo que se escapa todo el tiempo y la voz del poema no se preocupa en retenerlo, lo acepta como parte del encanto.
El libro empieza y termina con una muerte, con el momento en que hay que despedirse del otro para siempre. El viento podría ser el dueño, un dios que la llevaría a esa fatalidad que intuye. En Acaricio perros se revelan variadas formas de escribir. La manera en que la autora se acerca a su cotidianidad para seleccionar esa porción que opera como síntesis, ese sonido que el momento le regala, busca dejar cada suceso en una soledad extrema como si allí, apartado de ese territorio al que pertenece, ella le robara algo, lo vaciara y pidiera encontrar otro sentido.
Acaricio perros. Consuelo Iturraspe. Editorial Santos Locos