CHÂO 7 PUNTOS

Brasil, 2019

Dirección: Camila Freitas

Duración: 112 minutos

Estreno en MUBI.

Presentada en la edición 2019 del Festival de Berlín, Châo (“piso”) da testimonio de una serie de ocupaciones de tierras improductivas a cargo de familias campesinas, lideradas por el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra, en el estado de Goiás, al noroeste de Brasil. Según estudios especializados, esas tierras ascienden al 44 % de las propiedades rurales de ese país. Tal como el documental argentino Toda esta sangre en el monte (Martín Céspedes, 2018) en relación con el Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE), la realizadora Camila Freitas se concentra en esas acciones concretas, sin pretender abarcar de modo panorámico el fenómeno que registra.

Muestra de cine directo --escuela documental que se ciñe a transcribir lo registrado en el rodaje, sin otra intervención del cineasta que no sea la del montaje--, Châo elige una unidad temática y se atiene a ella. La modalidad es observacional, sin entrevistas a cámara, ni zócalos explicativos ni relato en off. Un grupo de familias traspone unas cercas, ocupa unas tierras que se extienden hasta el horizonte e inicia el montaje de carpas provisorias con techos plásticos, mientras reclaman una reforma agraria y discuten la estrategia a seguir para no ser expulsados de esas tierras. En ningún momento se hace presente la fuerza pública o algún grupo parapolicial. Aunque desde la creación del MST, en 1985, casi dos mil militantes fueron asesinados. Los debates internos son jugosos y fundamentados, delineándose posiciones confrontativas y otras más inclinadas a una negociación. Los primeros proponen la quema de campos, los segundos tienen en cuenta una relación de fuerzas que evidentemente no les es favorable.

“La lucha es necesaria/para hacer la reforma agraria”, se canta. Aunque las posibilidades de que se implante esa reforma son escasas, los abogados del MST litigan y en ocasiones logran que se permita una ocupación. Al menos hasta tanto el Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria se expida al respecto. El Estado no es muy amigo de los sin tierra: en el momento del rodaje, el Ministro de Agricultura era empresario sojero, y de hecho los trabajadores rurales ocupan campos que le pertenecen. Otro foco de atención se centra en la ciudad vecina de Santa Helena, donde una fábrica da trabajo a la mayor parte de la población. La fábrica es contaminante, por lo cual se decide un paro, en vistas a atraer la atención de los canales de televisión. Salvo la presencia de algún movilero cuando se ocupan los campos del ministro --el movilero califica la ocupación de “invasión”-- la televisión tampoco se hace muy presente, como si el conflicto tuviera poca relevancia.

A pesar de registrar las acciones “en vivo y en directo”, la modalidad de Châo dista del formato funcional y generalista de los documentales televisivos, prefiriendo el seguimiento en planos largos, que permiten particularizar en palabras y acciones. Esos planos son en ocasiones meditativos, como cuando la cámara se limita a posarse sobre el paisaje, dando tiempo y lugar a que el espectador reflexione. Los encuadres son calibrados, sin el descuido formal habitual en los documentales “urgentes”. Una placa final da algunos datos y actualiza el estado del conflicto. El espectador se entera de que en Brasil 230 mil familias viven en asentamientos y el 1 % de los propietarios rurales posee el 45 % de las tierras cultivadas, mientras que la agricultura familiar produce el 70 % de los alimentos que se consumen. Se entera también de que Jair Bolsonaro amenazó con proveer a las fuerzas de seguridad de armamento pesado, para combatir a los revoltosos. A luta continua.