De la ciudad de Los Angeles callejera y ominosa que retrataron en los albores del punk californiano, a la ciudad de Los Angeles soleada y pandémica donde hoy se puede escuchar su último disco, hay exactamente 40 años de diferencia. Para ellos, que fueron la banda sonora del fin de los 70 con su enojo y su tedio —reclamando que el punk no era monopolio de la sordidez neoyorkina— las antiguas canciones tienen una actualidad que todavía los asombra. Aunque, por más extraño que parezca, este disco lo hicieron, ya no para denunciar la inmundicia del exitismo soleado de Los Angeles, ni para formar comunidad con outsiders sombríos como ellos, sino, simplemente, dicen, para encontrar un poco de belleza en medio de este apocalipsis lento.
Como festejo por el cumpleaños número 40 de su primer disco de estudio —un trabajo tan extraño como iniciático para el género— producido por Ray Manzarek, ex tecladista de The Doors y titulado como su ciudad, Los Angeles, el cuarteto había preparado una gira de reunión durante la primavera norteamericana. Sin embargo, la pandemia arrasó con todos los pogos en bares y con todas las giras del mundo. Ser punk de la primera ola, además, significa ser población de riesgo hoy. Y el show celebratorio fue reemplazado por una sorpresa mayor en las bandejas de entrada de cientos de fans y de periodistas especializados atónitos. En vez de gira, un disco nuevo llamado Alphabetland, que X lanzó gratuitamente vía Bandcamp, el día de su cumpleaños, sin avisarle a absolutamente nadie, apareció en las redes. Es su primer disco nuevo en 27 años, y el primero con la formación original en 35. Un disco extraordinario de canciones urgentes —dos minutos o menos— densas, aunque festivas, con cierta oscuridad intacta pero un disfrute que solo el paso del tiempo pareciera otorgar, y un pequeño trailer a modo de invitación capaz de estrujar el corazón de cualquier fan del género: el guitarrista Billy Zoom con una remera de Ramones improvisando riffs mágicos en el estudio, la diosa noir Exene Cervenka con el pelo cano teñido de rojo y una campera de cuero tapizada de parches. Los cuatro integrantes caminando a cámara, vestidos de negro, llegando a sus setentas y aun rotundamente punks y góticos. “Cuando tienes roto el corazón, parece que todas las canciones hablaran sobre eso. Bueno, estas canciones fueron escritas hace 18 meses pero me impresiona lo oportunas que son para este momento”, dice John Doe en el manifiesto que acompañó el disco en su estreno. “Todos queremos siempre que nuestros amigos y fans escuchen nuestros discos apenas estén terminados. Esta vez fue posible”.
Ahora, John Doe —seudónimo que en español significa algo así como NN o anónimo—, de 67 años, bajista y mitad de la dupla creativa que encabeza la banda, responde el teléfono desde Austin, Texas, un lugar más o menos acogedor, dice, con un tipo de vida mucho más simple, donde se mudó con su pareja para poder comprar, por fin, una casa propia, cuestión imposible de costear para él en la ciudad dorada, aun cuando sea una estrella punk y un personaje con mediana relevancia en cine y televisión. “Cuando voy a Los Angeles me pongo un poco triste porque aunque nosotros hablábamos de un costado oscuro de la ciudad, también lo hacíamos con romanticismo. Ahora, hay lugares de Los Angeles que aun son cool, pero supongo que, como en todo el mundo, el progreso y la gentrificación han excluido a muchas personas y comprometieron los barrios y las formas de vida un poco más abiertas y libres que nosotros disfrutamos en el pasado”. Doe, habla desde el aislamiento por el Covid-19, pero además, en un contexto de protestas masivas en Estados Unidos tras el asesinato del afroamericano George Floyd por la policía de Minneapolis. Como él es el principal gestor de las redes sociales de la banda, ha subido varias veces a los montes texanos y grabado hermosas versiones crudas de las canciones del disco que ahora se difunden en las redes y que él dedica a los protestantes. “Es duro ser una persona con empatía en este momento de Estados Unidos. Estoy tratando, como todo el mundo, de no ser negativo, de no estar demasiado triste”, dice Doe, con voz grave, y agrega: “Aunque las letras de Alphabetland son profundas o desafiantes, o sobre alguien en crisis, el disco es rápido, ruidoso y me hace feliz. Yo quería que a la gente que le gustara la banda tuviera un momento de disfrute en este caos. Estoy contento de que no fuera solamente un disco triste. Pero, bueno, hay que tomar todo esto como viene: es muy importante estar en el tiempo presente”.
En los años 80, Exene Cervenka, John Doe, Billy Zoom y D.J. Bonebrake, la formación original de X, ahora nuevamente reunida, supo mejor que nadie retratar el hastío de su ciudad playera y rica. Los Angeles, según la banda, estaba compuesta mucho menos de sueños y oportunidad, y mucho más de todo eso que escupía de vuelta al plato la ciudad dorada. En ese disco, el del cumpleaños, la banda empezaba a liberar lentamente a los personajes misteriosos y literarios que habitaban sus canciones; jovencitos que reptaban por las calles angelinas y sus bares con un tedio existencial desesperado. Una canción sobre una chica que huye porque la vida se vuelve confusa y oscura, y odia todo lo que antes amaba: “El día se transforma en noche en un instante”. Otra canción sobre una violación atroz , ambientada en una ficción noir donde una droga inventada permite tener sexo ilimitado (escrita décadas antes del viagra). Las dos voces, de Exene y John, —como una pareja de ángeles infernales con rostros muy hermosos y ropas muy negras— hacían sus armonías inquietantes, a veces festivas. Algo no tan común en el punk, que en su momento, Henry Rollins describió como “uno de los más hermosos sonidos sobre la tierra”. Sus influencias se anclaban también en el rock & roll, los riffs a lo Chuck Berry —Billy Zoom, joven prodigio, ya había tocado con leyendas como Etta James y Gene Vincent— una poética compleja y sombría, lejana al grito primal y despreocupado del punk, y acaso también, una novedad: un gran sentido del humor que teñía esas canciones oscuras quitándoles gravedad y llenándolas de energía juvenil. A pesar de todo eso, nada los consagró nunca como una banda extremadamente conocida, pero sí admirada, influyente en el género y única en la escena.
De hecho, uno de sus grandes episodios consagratorios fue a través de la literatura, con el lanzamiento de Menos que Cero, el debut del joven Bret Easton Ellis en 1985. Una novela de iniciación donde un grupo de adolescentes experimentaba las drogas, el sexo y la desolación angelina, e iban a conciertos de X arengados por su sonido mortuorio. El libro, además, abría sus páginas citando una de sus canciones: “Este es el juego que cambia cuando lo juegas”. Y cerraba con un seco monólogo sobre la canción "Los Angeles" : “Las imágenes, para mí, estaban llenas de gente que se volvía loca por tener que vivir en la ciudad. Imágenes de padres que estaban tan hambrientos e insatisfechos que se comían a sus propios hijos. Imágenes de chicos de mi edad que levantan la vista del asfalto y quedan cegados por el sol”.
Estar en el presente
Con toda su vitalidad ominosa y su apariencia conflictiva, los X tuvieron problemas pero nunca se separaron del todo. Giraron mucho en los últimos años. Incluso, vinieron a Argentina como teloneros —qué palabra injusta para describirlos— de Pearl Jam en el 2011. Lanzaron algunos singles en el medio, un especial de Navidad incluído (¿Alguien dijo villancicos en clave punk?), pero no se habían aventurado a componer algo nuevo todos juntos desde hacía décadas. “Ahora probamos que seguimos siendo una buena banda y que todavía tenemos mucho que ofrecer. Alphabetland no iba a salir hasta septiembre pero cuando se desató la pandemia quisimos liberarlo. Yo quería saber ahora mismo si a la gente le iba a gustar, no quería enfermarme y morir y no saberlo nunca”, dice, un poco más sombría que Doe, Exene Cervenka, la cantante que completa la dupla creativa de la banda. Ella es aún una aparición gótica y taciturna que da pocas entrevistas. Hoy vive sola al sur de California, acompañada de un perrito, y de sus herramientas de jardinería. “No estoy escribiendo mucho, mi proyecto solista ya está. Voy a dar todo de mí a X y ser feliz. Es raro como uno insiste siempre en mirar hacia adelante porque en el presente estás muy ocupado. Pero ahora que no hay futuro y que el presente es aburrido, solo pienso en el pasado”.
A pesar de un buen humor general, irónico, listillo, en la historia real de la banda hay episodios tan oscuros como sus canciones. Como cuando la hermana menor de Cervenka murió atropellada de camino a uno de sus conciertos, y ellos, al enterarse, decidieron tocar de todas formas. Así de locos estaban. En esa vorágine fue que Ray Manzarek los vio en vivo, se enamoró de esa postal de belleza noir sobre un mugroso escenario angelino y quiso producirlos. Un idilio del que nacieron, muy rápido y muy seguido, sus cuatro primeros y más importantes discos: Los Angeles (1980), Wild Gift (1981), Under the Big Black Sun (1982) —un trabajo lleno de canciones sombrías sobre la muerte de esa hermana— y More Fun in the New World (1983). La pareja espectral, Doe y Cervenka, que se había conocido en un taller de poesía, se habían hecho novios y luego casado en medio del devenir de la banda, se divorció después del cuarto disco. A ella le diagnosticaron esclerosis múltiple. Zoom, por su lado, sobrevivió a dos tipos de cáncer y, ahora, a un reemplazo de rodillas. Y así, aunque nadie lo crea, X es una de las bandas más longevas del punk; todo supervivencia.
Alphabetland es un disco grabado bajo el ala de Rob Schnapf —antiguo productor de Elliot Smith y Beck— y fue lanzado por el muy independiente sello de Mississippi Fat Possum. En una entrevista, Billy Zoom, el sobreviviente, se atrevió a decir: “Es mi disco favorito. Suena como siempre debimos haber sondado y nunca pudimos”. El clan lo grabó en tan solo dos sesiones de reencuentro, porque aunque las canciones de los X son indivisibles de esa ciudad radiante, sólo uno de ellos era originario de Los Angeles, y muy pronto, todos la abandonaron e hicieron vidas separadas en otros lugares. “Creo que el disco quedó genial. Tomamos buenas decisiones y es muy divertido, las canciones son tan cortas que puedes escucharlo dos veces seguidas”, se entusiasma Cervenka. “Yo creo que así es como uno debería grabar siempre. Tienes que ser intuitivo y estar abierto a hacer cambios. Tuvimos un productor genial que lo permitió, claro, hubo mucha más improvisación que lo usual”, remata Doe, con toda jovialidad. Hace pocos días, al video que acompañaba la canción Water & Wine —que ya había salido junto al disco y que los mostraba en la sesión de grabación— le sumaron el de Alphabetland, la canción que da nombre al disco, una mini película con tintes caseros, que presenta a versiones adolescentes de cada uno de ellos paseando y divirtiéndose felices en una ciudad de Los Angeles vacía y postapocalíptica, pero que no parece mortuoria, sino toda posibilidad.
Tanto en sus canciones complejas con historias completas, sus pequeñas ficciones llenas de personajes y sus poemas contemplativos, X siempre estuvo cerca de las referencias literarias, pero también, de cierto testimonio histórico de su época. Su presencia no necesariamente define el sonido de los 80, pero sí una libertad, una sensibilidad y un tipo de trabajo creativo comunitario que era posible en la primera ola del punk. John Doe, siempre conmovido por ese momento, publicó dos libros corales sobre la historia del punk californiano. En el 2016 editó Under the Big Black Sun: A Personal History of L.A. Punk, y el año pasado, More Fun in the New World: The Unmaking and Legacy of L.A. Punk. En ellos, mezcla anecdotario personal y entrevistas a músicos de la escena, con voz protagónica pero con amor de fan por el género. “Me siento muy afortunado de haber sido parte de todo eso. La gente del punk en ese momento éramos un grupo de desadaptados. Nadie quería que estuviéramos en sus clubs, y nosotros dijimos, bueno, no queremos estar en tu club de todas formas. Encontramos a gente que se sentía similar e hicimos una comunidad. Quizás eran 200 personas o menos pero no importaba, era nuestra. A mi me pasa ahora que no tengo ese sentimiento tan poderoso en ninguna comunidad. Tengo mi pequeño grupo de personas con quienes toco, o gente cuya música admiro. Son jóvenes y viejos, y existe, pero no en un lugar particular. El Canterbury y The Masque, en ese entonces, fueron lugares con una vida breve pero importante. Fue un momento único, y tan relevante en mi vida que tuve que hacer dos libros”, se entusiasma Doe. Y Cervenka acuerda: “Nuestra escena era maravillosa y siempre estuvo llena de mujeres, gays, migrantes, afros. Sentíamos que cada uno era uno en un millón y a nadie le importaba lo que “eras” realmente. Las cosas ahora son diferentes, la gente está más enfocada en la idea de identidad y en qué grupo humano clasificarse correctamente. Para mí eso es más difícil porque he sido una outsider siempre y no creo ser parte de nada. Quizás, de lo único que fui parte en mi vida fue de esa escena punk, pero era una escena salvaje, inclasificable. Supongo que es como en toda ciudad grande, éramos jóvenes y las cosas sobre las que cantábamos ya se fueron”.
Cosas normales
Durante los noventas, la banda tuvo una breve pausa. Todos aprovecharon su juventud pero siempre siguieron haciendo cosas juntos, y por eso, nunca hubo una gran reunión con pirotecnia. Billy Zoom se puso una tiendita de guitarras en Los Angeles, por ejemplo, y Exene Cervenka, hizo una carrera solista con sus libros de poemas, sus discos de spoken word y un proyecto colaborativo con Lydia Lunch , la superestrella del movimiento No Wave, que dejó algunas de las postales más lindas del punk. También se casó con Viggo Mortensen, tuvo un hijo y se enteró de todo sobre la literatura argentina y San Lorenzo. “Ahora hago jardinería y cosas de casa”, confiesa ella, siempre inquieta, “Hago cosas normales, que de gira nunca puedo hacer. Estar en casa me parece realmente una habilidad, ojalá no tuviera que aprenderla en estas circunstancias”. D. J. Bonebrake, el baterista freak, entre sus numerosas colaboraciones en bandas punk, también se dedicó a tocar las marimbas en una orquesta de música afro-cubana —eso sí es freak— y armó un ensamble de jazz. John Doe, el chico del rostro de estrella de cine, tiene una carrera de secundarios en policiales y Sci-fi bastante prolífica—Roswell, CSI: Miami, La Ley y el Orden, Road House con Patrick Swayze, por nombrar algunas— y también, construyó una carrera solista muy activa. Ahora, escribe canciones y cuida a sus caballos texanos, Sugar y Red. “Ellos me mantienen vivo: Azúcar y Rojo”, dice contento, consciente de la extrañeza que provoca su español más que decente, y agrega: “Sí, viví en Los Angeles, así que un poco hablo. Se que los americanos que entrevistas nunca te hablarían en español pero te tengo noticias: los americanos son unos idiotas”.
Por ahora, los X están a la espera. Se arman de paciencia, aunque piensan que aún hay posibilidad de presentar su disco en una gira norteamericana. “Para ser honesto, no había tanto pogo en nuestros conciertos”, se ríe John Doe, “Aunque no me imagino cómo será un pogo en la nueva normalidad ¡Quizás si pudiera imaginarlo sentiría que aun tengo una carrera! Supongo que serán nuevos pogos con distanciamiento social en campos de fútbol”. Cervenka y Doe, buenos ex novios, se llaman por teléfono una vez por semana para hacer partidas de juegos de palabras online. Y todos hablan por zoom de vez en cuando (odian la plataforma pero se extrañan). “Yo creo que cuando todo esto termine lo intentaremos de nuevo. Con este disco no tratamos de reinventar nuestro sonido porque nos gusta lo que hacemos y nos gustamos y queremos entre nosotros. Seguro por eso seguimos juntos ¡Son 40 años! Que a la gente le haya gustado el disco, es muy importante, significa que tu mejor trabajo no es tu primer trabajo. Que puedes seguir creando”, se entusiasma Cervenka, y Doe concluye: “Nuestra idea con este disco era rescatar algo del primer rock & roll. La libertad, el peligro. No solo la rabia del punk, también el festejo de ser un individuo y decidir vivir tu vida de la forma en que se te plazca. Había celebración en ese tipo de música y tratamos lo más que pudimos de usar ese mismo ethos”.