Por momentos pienso que para describir este tiempo tendría que inventar palabras nuevas. Digo por momentos porque estoy muy cambiante. Como si todo el movimiento que me niega el “afuera”, se produjera ahora adentro mío.

Es que yo también vengo teniendo muchas fases, como la cuarentena o más bien como la luna, que es la regente de las emociones.

Tuve la fase resolutiva, la catastrófica, la feliz sin motivo alguno, la deprimida sin diagnóstico, la asesina contenida, la meditadora compulsiva, por nombrar algunas. Al principio las fases duraban semanas, después días. Y ahora he llegado a pasar por todas en un mismo minuto.

Hubo un momento, no sabría especificar en qué fase, en que mi parte creativa me dejó. Se soltó de mi mano, como se nos pierde un niño en una multitud. Y yo, que la cuido y la necesito como a un hijo, la solté sin siquiera darme cuenta. Estaba lavando, pelando, desinfectando, bañando, empantuflando, recortando, tendiendo, tiñendo, pidiendo, enviando, suscribiendo, suscribiendo, suscribiendo. Un día en que la computadora me tuvo horas pidiendo que pruebe que no soy un robot, haciéndome señalar imágenes una y otra vez me sentí confundida ¿No seré acaso un robot?

En el silencio que dejaba esa respuesta noté por fin su ausencia y necesité recuperarla como sea. Porque quizás esa parte mía, la que crea, era como el conejo del cuento de Alicia, lo único que podría perforar este mar de tareas y lunares de lavandina para llevarme a otro mundo.

La traspolacion, como en el cuento, fue inmediata. Los efectos de escribir son en el cuerpo. Como morder un alfajor santafesino o recibir un decadrón. Los médicos deberían hacer recetas que digan “crear como sea”, “crear o reventar.”

No tengo la distancia para reflexionar sobre el presente.

Estoy conduciendo en la niebla. En un viaje que no sé cuánto dura.

Tengo el privilegio de un tupper con comida y una perilla que dice frío-calor. Pero atrás los chicos se pelean y se marean y quieren bajar a estirar las piernas y quieren saber cuánto falta. Y no sabemos nada. Ni cómo está el camino ni cuánto queda por delante. Y por momentos, aunque eso no se los diga, no sé exactamente adónde vamos. Lo sabía, pero ahora dudo.

Estoy conduciendo con visibilidad de un metro. Pongo las luces bajas y clavo los ojos en la línea blanca de la ruta como aprendí en el curso de conducir.

Estoy tratando de no chocar, de no morder banquina, no siempre es autopista, hay tramos de ripio y algunas veces pinchamos. También hay mañanas en las que entra el sol por la ventana, y suena en la radio nuestro tema preferido, y cantamos y nos hacemos un sandwichito, y podemos sentir que aún con todo este blanco que nos rodea, estar vivo es algo hermoso. Y tenemos aún ese privilegio.

Si no se puede ir hacia afuera habrá que ir para adentro, me digo. Y para mí, si ese camino existe es creando. No queda otra. No queda otro. Estar con nosotros. Con la mejor parte de nosotros. Y la mejor Paula es la que crea.

Así que como puedo, con la mano que no conduzco, que no bato, que no desenredo, que no desinfecto, que no saco puntas, escribo.

Como me sale, lo que sale. Para que drene lo que hay adentro. Sin exigencias. No estamos en un retiro espiritual, me digo. No hay que escribir la obra maestra. Hay que salvarse. Hay que tener un día posible. No sé cuándo se plasmará lo que escribo. Si será una obra de teatro, si será incluso algo.

Pero a la noche, después de juntar los juguetes y poner a cargar las computadoras, cierro los ojos y mientras me duermo, alguna imagen de eso que escribo viene a mí y me quiero un poco más y me gusta más estar conmigo.

*Dramaturga, directora y actriz. Autora de Yo no duermo la siesta, que se presenta desde este domingo 26 hasta el miércoles 29 a las 18 en www.espaciocallejon.com  Link liberado por 72 horas.