Un exguardia de un campo de concentración nazi fue declarado culpable por ser considerado cómplice durante el Holocausto de 5.232 asesinatos. Recibió una sentencia de dos años de prisión en régimen de libertad vigilada (o en suspenso). La pena impuesta por la Audiencia de Hamburgo a Bruno Dey, de 93 años, se rige por el código penal aplicable a menores, dado que tenía 17 años cuando se desempeñaba como guardia de la SS en el campo de concentración de Stutthof entre 1944 y 1945. 

Durante el proceso judicial, Dey había reconocido su rol en el complejo nazi, ubicado cerca de la ciudad polaca de Gdansk, casi 300 kilómetros al norte de Varsovia, aunque había asegurado que en la época no tenía otra opción. Admitió haber tenido conocimiento del plan de exterminio a los judíos.

Uno de los testigos citados a declarar, Marek Dunin-Wasowicz, de la misma edad que el procesado y sobreviviente del campo, había detallado ante la corte las condiciones inhumanas a que se sometía a los presos, que además eran conscientes de lo que ocurría dentro de las cámaras de gas.

Se cerró así el que podría ser el último proceso por crímenes del Tercer Reich, dada la complejidad que entraña llevar adelante unos juicios dificultados por la avanzada edad de los encausados y de los testigos directos de los cargos que se les imputan.

Para la justicia alemana, rige el principio de que el asesinato no prescribe. 75 años después de la derrota del Tercer Reich, ese principio posibilita sentar ante tribunales a quienes fueron "piezas en el engranaje mortal del aparato nazi", como apunta la sentencia.

Pedido de perdón

En la última vista antes de la sentencia, el pasado lunes, el acusado había pedido perdón "a todas aquellas personas que pasaron por ese infierno", así como a sus familiares y descendientes. Insistió, como ya había declarado su defensa en el juicio, que no prestó servicio voluntariamente, sino que fue reclutado por las SS y destinado a ese lugar con 17 años.

A Dey se le procesó y escuchó sentencia no como responsable de esas muertes, sino por no haberse negado a servir al aparato nazi.

La defensa pedía su libre absolución, mientras que la fiscalía había solicitado tres años. Las muertes imputadas correspondían al periodo en que sirvió Dey (de agosto de 1944 hasta abril de 1945) en Stutthof, un campo nazi cercano a Gdanks, en la Polonia ocupada, donde según los historiadores murieron asesinados 100.000 presos, en su mayoría judíos.

La jurisprudencia del caso Demjanjuk

Tras la derrota del nazismo, Dey pasó un periodo en un campo de prisioneros aliado. Luego llevó una vida normal, como panadero, camionero y otros oficios ocasionales; se casó, tuvo hijos y se instaló en Hamburgo.

En abril del año pasado la Fiscalía de Hamburgo presentó acusación formal amparada en el precedente creado por el caso de John Demjanjuk, el ucraniano condenado en 2011 a cinco años por complicidad en las muertes del campo de Sobibor, en la Polonia ocupada.

El juicio a Demjanjuk fue mucho más complejo. Tras la II Guerra Mundial se exilió a Estados Unidos, cuya nacionalidad adoptó. Agotó todos los recursos judiciales posibles hasta que finalmente fue extraditado a Alemania.

Asistió a su proceso en una camilla, no llegó a pronunciarse nunca sobre los cargos que le imputaban y murió unos meses después de escuchar sentencia en un asilo de ancianos. Pero su sentencia sentó jurisprudencia. Le siguieron otros procesos en condiciones parecidas, menos aparatosas, pero igualmente dificultados por interrupciones y alegaciones sobre la precaria salud del acusado.

Pese a esas complejidades, la Justicia alemana sentó ante sus tribunales a otros encausados como el llamado "contable de Auschwitz", Oskar Gröning, quien en 2015 fue condenado a cuatro años de cárcel por complicidad en las muertes de 300.000 judíos ocurridas mientras sirvió en el que fue el mayor campo de exterminio nazi.

Algunos procedimientos no llegaron a prosperar por la incapacidad mental o física del acusado para asistir al juicio o la imposibilidad de sustentar los cargos en testimonios de supervivientes. Demjanjuk asistió en silencio pétreo a su juicio; otros, como Gröning o Dey, pidieron perdón a las víctimas.