Nos robaron la calle. La calle donde nos encontrábamos por casualidad, la calle donde nos conocíamos. Reemplazamos el azar por el algoritmo. Reemplazamos las veredas por una autopista informática donde nos deslizamos al infinito en medio de la nada.

Nos robaron la calle. Era la calle donde luchábamos. Nos robaron la rebeldía. Nos robaron las pancartas, las marchas, las banderas. Hasta los pañuelos nos robaron. Nos robaron los cacerolazos y los cánticos. La bronca nos robaron, la multitud nos robaron. Nos robaron el humo de las gomas quemadas, que ahora es otro humo, el de los pastos. Nos robaron la isla. Hasta el cafetero nos robaron. Nos robaron la bronca. Nos robaron los muertos. Nos robaron las banderas. Nos robaron las pintadas. Nos robaron la calle, la protesta. Hasta los robos mismos nos robaron. Nos robaron la feria. Le robaron al pueblo la alegría de vender su producción con dignidad. No podemos quejarnos porque parece que estuviéramos defendiendo los amontonamientos, que enferman. Nos robaron los centros culturales barriales, el arte independiente, los talleres, la merienda de los pibes nos robaron. Pero no podemos quejarnos de la miseria. No podemos quejarnos del encierro. Sólo podemos quejarnos de los que se quejan. La queja es de derecha, la bronca es de derecha, es de fachos salir a protestar.

Nos robaron la calle. La calle que era el espacio donde el pueblo hablaba, andaba, sonreía, gritaba, se expresaba, dejaba palabras pintadas; la calle donde el pueblo se burlaba de los poderosos, o paseaba y se sentía a la par de ellos; la calle donde el pueblo se ganaba la vida, donde la apechugaba, la calle donde el pueblo educaba y la calle donde el pueblo carnavaleaba, murgueaba, festejaba. Nos robaron la calle y el espacio público ya no es más popular. Toda aquella energía es capturada por las figuras de Lichtenberg que dibujan las fibras neuronales de las redes sociales. Toda aquella energía se vuelca en arborescencias hacia su cooptación irreversible por la máquina. La bronca inunda las redes porque si la sacamos hacia afuera y le ponemos el cuerpo vamos a parecernos a los otros, a los de la vereda de enfrente, a ellos que nos robaron la rabia. Nos robaron la protesta y es por eso que ya no podemos enojarnos más. Que nos roben el suicidio así no nos matamos. Que nos roben el odio, así amamos. Nos robaron todo menos nuestros teléfonos celulares porque para que nos los roben tendríamos que estar en la calle que nos robaron. Encerrados con nuestros teléfonos, nos quejamos de los que se juntan en los bares, de los que escriben eulogias a los muertos, nos quejamos de los que se ven con sus familias porque todo eso nos resulta contagioso, suicida, delictivo, peligroso, criminal, ilegal, antigubernamental y no bailable.

Nos robaron el año. Nos robaron el dos, nos robaron el cero, nos robaron el veinte, nos robaron el otoño completo y dos meses de invierno y el final del verano. Pero dicen que los van a devolver, que nos quedemos tranquilos. Lo que no nos van a devolver es la calle. Nos quedamos tranquilos, nos cuidamos, obedecemos al gobierno y no salimos porque nos robaron la desobediencia, que ahora es de los poderosos, de los otros. 

Nos robaron los bares, porque sentarse en los bares enferma y también es de los otros, de los mismos que nos robaron la calle. Nos robaron los diarios, que contagian; el alcohol, que ahora sólo es un producto de limpieza más; la carne, que ahora es sinónimo de asesinato y está bien que lo digan pero a eso hay que agregar que nos robaron el domingo, nos robaron la cancha y está bien porque la cancha enferma, porque la cancha contagia. Pero ahora la bronca estalla en los goteos carcelarios de palabras o susurros entramados en las arborescencias eléctricas neuronales de los grupos de Whatsapp. Nos robaron todo menos el teléfono y nos roban las empresas telefónicas en cada factura o deuda o servicio de mala calidad o demorado. Y para quejarnos necesitamos el teléfono, de modo que nos siguen robando.

Nos robaron los puentes. Nos robaron la lluvia. Nos van robando la isla que se quema de a poco y nos roban el río que se evapora en la bajante. Nos robaron la fiesta, que ahora es a distancia y está bien porque de cerca contagia, pero nos robarán el carnaval. "Ojalá estuvieras aquí". Ojalá que estés leyendo esto en papel. Que lo estés leyendo al lado de un café calentito o con un cigarrillo aromado entre los dedos; que sientas crujir el papel entre tus manos, que huelas la celulosa y por un instante no pienses en los árboles prensados, los pulmones heridos de tabaco, los campesinos mal pagos del cafetal. Porque al teléfono que no hiere ni mata lo fabricaron manos de niñas chinas explotadas, andá sabiéndolo. Porque la Internet que te conecta es un panóptico.

Nos robaron la calle y ahora el mundo es un decorado de The Truman Show; nos robaron la misma realidad, te voy avisando. Nos afanaron, nos chorearon, nos birlaron la pura y dura vida, que ahora es bio sin zoo, sólo Matrix. Nos robaron los cines. Y está bien porque contagia. Pero nos robaron los hoteles, los aviones, los ceniceros, los viajes y hasta los sueños nos roban para usarlos como documentación histórica de este Trascendente Momento en que No Pasa Más Naranja (excepto la muerte), en que el Acontecer Se Detuvo (excepto el funcionamiento de las tripas, del medidor y los cables).

Pero no te deprimas con esto que te digo. Pensá en los que jugaban al ajedrez en código morse con golpecitos en los caños, un tablero dibujado en el culo del jarro de aluminio y piezas diminutas amasadas con miga de pan, teñidas con mate cocido aguado. Pensá en las que bordaban los nombres de sus hijes con hilos de color entresacados de la trama de la pringosa toalla carcelaria. Pero no digás nada, porque decir dictadura es de los otros, de los que nos robaron la calle. Pensá y no llames, no le hagás el caldo gordo a la industria explotadora de niñitas chinas. Nos robaron, sentíme. Cuchá: nos chorearon la calle, y vamos a tener que inventar otra cosa. Vamos a tener que reinventar el espacio. 

Sólo en el espacio es posible el movimiento, y si nos robaron el espacio de la calle vamos a tener que inventar otro. Pero un espacio externo, en común, compartido. No me vengá con la huevá del telefonino que es para la gilada. Vamos a tener que inventar de nuevo los caminos, las líneas de fuga, las redes de contención, los modos de resistencia sin que se entere nadie. La Modernidá que conocíamos está llena de agujeros y la quisieron zurcir y se dio vuelta, se puso del revés. Así que no me llore, no te me deprimá con todo esto que te digo. No porque me lo llenan de pastillas y me lo desinhiben y se mata, y muertos ya tenemos, muerte es lo que más hay, muertos tenemos como para hacer dulce y el horno crematorio no da abasto. Pero pensá en las cabezas de las niñas negras, en las trenzas que sus madres les hacían dibujando en sus cabezas en secreto los mapas de las líneas de fuga; pensá en los caminos nocturnos de la fuga y su punto de llegada en plena selva: el palenque, el quilombo, inaccesibles al amo blanco y su pesada. Nos robaron todo menos una cosa: la imaginación necesaria para reinventar el espacio, reinventarnos la feria y el carnaval, reinventar la protesta, reinventar la lucha, reinventar la cancha y el canto, reinventar la vida, reinventar la calle.