“Birdie Nam Nam”. Para muchos espectadores, el Hrundi V. Bakshi de La fiesta inolvidable –y esa frase dirigida al pajarito, repetida y amplificada para que todos los invitados a la velada la escuchen– será el personaje recuperado inmediatamente por la memoria. Para otros, no existe otra posibilidad: el inefable inspector Jacques Clouseau es y será siempre sinónimo de Peter Sellers. Para un tercer grupo, las múltiples caracterizaciones del actor británico en Doctor Insólito definen perfectamente la versatilidad y amplitud humorística de un histrión (nunca mejor utilizado el término) como pocos. El aniversario de la muerte de Richard Henry Sellers –nacido en la ciudad portuaria de Portsmouth en 1925 y fallecido un día como hoy, hace exactamente cuatro décadas, a la temprana edad de 54 años– trae el recuerdo de un comediante extraordinario y un hombre complejo y problemático, como reafirma con creces el reciente largometraje documental The Ghost of Peter Sellers. Allí, el realizador Peter Medak relata el naufragio de su largometraje nunca terminado Ghost in the Noonday Sun, plagado de infinitos problemas, entre ellos el comportamiento en el set de su principal estrella.
Nacido en el seno de una familia de artistas de variedades, el joven Peter tuvo su debut sobre las tablas a la tierna edad de dos semanas, relación que continuaría desarrollándose en los años siguientes. Fue el comienzo de un vínculo con el mundo del espectáculo ambivalente, lleno de luces y sombras. En su insuperable libro sobre Sellers, Mr. Strangelove, el biógrafo Ed Sikov afirma que, en esa primera presentación en público, “el pequeño Pete rompió de inmediato en llantos y la audiencia estalló en risas y aplausos. Desde el punto de vista de Peter, ese escenario emocional continuaría de manera más o menos consistente hasta su muerte en 1980”. El placer de la imitación gestual y vocal de personajes famosos y no tanto comenzó a tomar forma durante sus años de estudio secundario, que se vieron suspendidos de manera indefinida con la llegada de la guerra en 1940. Sus primeros trabajos en el teatro profesional incluyeron toda clase de roles fuera del escenario, pero su participación en pequeños bolos frente al público llamó la atención de un par de agentes. No menos su temprana afición musical por la batería, del cual era un notable practicante en su vertiente jazzera. Los últimos años del conflicto bélico lo encontraron entreteniendo a las tropas británicas en India y algunos países del sudeste asiático.
“Si me pidieran que me interpretara a mí mismo no sabría qué hacer. No sé quién o qué soy”, declararía muchos años después, en un tono irónico que no logra esconder evidentes trazos de tristeza y, tal vez, angustia. Peter Sellers comenzó a interpretar personajes de manera profesional en 1948, luego de ser aceptado por la BBC en uno de sus tempranos ciclos televisivos en vivo. Su participación en shows radiales como Third Division y y The Goon Show hicieron que su voz comenzara a ser reconocida por el público británico. Los muy populares personajes de esta última emisión tuvieron su salto al cine en 1951, en Penny Points to Paradise, a su vez el debut de Sellers en el cine. Más allá de los trabajos en diferentes medios en una carrera que recién comenzaba, esa relación con la gran pantalla nunca se rompería. Mientras tanto, en la vida real, el actor se comprometía con la actriz australiana Anne Howe, el primero en una serie de cuatro matrimonios (casi siempre) conflictivos. Todas las biografías destacan que, cuando el casamiento con Howe estaba en su peor momento, Sellers solía despertar a sus dos hijos en medio de la noche para preguntarles con quién preferirían vivir luego del divorcio.
“Algunas formas de la realidad son tan horribles que rechazamos enfrentarlas, a menos que se encuentren bajo la forma de la comedia. Decir que hay temas que no son apropiados para la comedia es admitir la derrota”. La cita del actor parece referir a cuestiones del orden mundial, de la vida en sociedad, de las guerras y las muertes innecesarias, pero también podría aplicarse a algunos de los fantasmas íntimos que lo acecharon a lo largo de toda su vida. Sellers consultaba de manera recurrente a astrólogos y gurúes espirituales y creía que el comediante Dan Leno, fallecido antes de que él naciera, guiaba su carrera desde el Más Allá, consecuencia de un “encuentro con su alma” en una sesión espiritista.
En la Tierra, mientras tanto, el comediante intentaba dar el batacazo cinematográfico con participaciones en títulos como El quinteto de la muerte (1955, de Alexander Mackendrick), tal vez el film más recordado de su carrera temprana, El espectáculo más chico del mundo (1957, de Basil Dearden) y ¡Rugido de ratón! (1959, de Jack Arnold), entre muchos otros. Asimismo, lograba un enorme éxito con el primero de sus discos de sketches cómicos para la discográfica Parlophone, producidos por George Martin (el mismo Martin que pocos años después produciría a The Beatles).
Después de mí, el diluvio (1959, de Jack Boulting) fue el largometraje británico más taquillero de la temporada y muchos lo señalan como el film que le dio el empujón final al comienzo de su etapa más popular. Y prolífica. Y versátil. A partir de ese momento, los trabajos en el cine y la televisión le dejarían poco tiempo libre. El primero de sus ataques cardíacos ocurrió en 1964, a los 39 años, luego de una seguidilla de títulos destacados como Lolita, la adaptación de Stanley Kubrick de la novela de Nabokov, y La pantera rosa, el mega éxito de Blake Edwards que sellaría su rostro en el mármol de la inmortalidad cómica. Papel este último que, según su propia confesión, en un primer momento no le interesó en lo más mínimo. Uno de sus compañeros de reparto, Robert Wagner, y el propio Edwards consignarían años después impresiones similares. El primero de ellos declaró que el actor era capaz de alcanzar tal variedad de tonos en sus actuaciones porque “tenía un circo dando vueltas en su cabeza”. Edwards, en tanto, llegó a afirmar: “Creo que vivió una gran parte de su vida en el infierno”. Por su parte, Sikov escribe en su libro que, en ese momento de su vida, “Peter Sellers estaba en la cima de su juego, de su fama, de su gusto personal a la hora de elegir proyectos, y de su suerte. Y era visiblemente miserable la mayor parte del tiempo”.
Sellers dirigió apenas un par de cortometrajes –entre ellos el notable The Running Jumping & Standing Still Film, junto al estadounidense Richard Lester– y un único largometraje, Todos somos sinvergüenzas (1961), basado en la obra de Marcel Pagnol Topaze, pero a lo largo de su carrera supo ponerse a las órdenes de una gran cantidad de cineastas. Interpretó tres roles en Doctor Insólito, nuevamente bajo la rigurosa órbita de Kubrick, volvió a encarnar a Clouseau en varias oportunidades junto a Edwards, participó en el largometraje de Clive Donner ¿Qué pasa Pussycat?, acompañado de Woody Allen, y aceptó las directivas de los múltiples directores (oficiales y no oficiales) de Casino Royale.
Luego llegaría La fiesta inolvidable y el rol del tímido –y por momentos insufrible– Bakshi, otra de las cumbres de su obra cómica. Los años 70 lo encontraron buscando otros caminos creativos, aunque sin dejar de lado la exitosa franquicia rosa, culminando en su rol dramático en Desde el jardín, la adaptación de la novela de Jerzy Kosinski dirigida por Hal Ashby. Un proyecto de interés personal para el actor que le llevó casi una década poner en marcha y el film que logró su segunda nominación a los premios Oscar luego de Doctor Insólito.
A esa altura, su salud estaba bastante deteriorada y El diabólico Fu Manchú (1980) se transformaría en el canto de cisne actoral. Sobre Sellers, la crítica cinematográfica Pauline Kael llegó a escribir que “trabaja con un equipamiento físico miserable, pero de alguna forma ha logrado transformar ese cuerpo pesado y caderudo en una ventaja, interpretando a la perfección al hombre sin ventajas físicas. Sellers logra algo que parece imposible: transforma lo poco atractivo en algo magnético”. Cuarenta años después de su muerte, ese magnetismo continúa imantando la pantalla para el descubrimiento de las nuevas generaciones.