No tengo del todo claro que la experiencia que pretendo transmitir tenga algún valor para la cultura política argentina. Pero lo intento con el propósito de valerme de una analogía que sirva para orientarnos, me incluyo, en la situación actual.
Cuando llegué a España muy joven, la participación en la Juventud Peronista era imposible de ser reconocida por la izquierda española. A diferencia de los uruguayos y chilenos que procedían de partidos de izquierda, la pertenencia al peronismo constituía una opacidad intransitable para los militantes e intelectuales de la izquierda española. A ninguno le resultaba posible reconocer elementos de izquierda progresistas o populares en nada asociado al nombre de Perón. Perón y Franco eran en el 76 indisociables.
Hubo que resignarse, como en otros aspectos, que había en los argentinos rasgos singulares y cuasiexcéntricos difíciles de articular para el horizonte universal de las izquierdas occidentales, incluidos los latinoamericanos. De este modo, opté por el Partido Comunista legalizado cuando ya llevaba un tiempo viviendo en España. Era el Partido que había luchado de verdad contra el franquismo, defendía los intereses de la clase trabajadora, a los inmigrantes y a los exiliados.
Pero de la experiencia de la Tendencia revolucionaria de la JP no podían o incluso no querían entender nada. Esta incomprensión ni siquiera fue atenuada cuando por fin se enteraron de que muchos desaparecidos por la dictadura eran militantes de organizaciones peronistas. Fueron pasando los años y esta constante se fue manteniendo. Hasta que un día, el 15 de mayo del 2011 se presentó la contingencia imprevisible.
Lo imprevisto surge de repente ,aunque se haya ido preparando desde las corrientes subterráneas de la historia de España. Apareció como un torbellino un pueblo nuevo que decía de todas las maneras posibles no sentirse representado. Era una auténtica crisis de representación que cuestionaba a todo el arco político constituyendo un nuevo antagonismo: la casta o el pueblo.
En ese tiempo surgieron varios interrogantes, toda la denominada Transición se puso en cuestión, se la denominaba con un sentido crítico: el Régimen del 78. Algunos jóvenes ya tenían pensado que tipo de traducción política darle a ese acontecimiento bajo el gobierno de la derecha de Mariano Rajoy.
No era seguro que fuera una "crisis orgánica" en el sentido gramsciano pero l@s teóric@s de aquel tiempo tuvieron la osadía de pensar en clave de un movimiento nacional y popular que ahora sin ambivalencias tenía como una de las referencias privilegiadas a Latinoamérica y el llamativo fenómeno del peronismo.
Comenzaron las lecturas de Cooke, Laclau y Mouffe y las referencias a lo popular como sujeto histórico. El PC, ya en aquellos tiempos Izquierda Unida, miraba con reservas y sospechas al fenómeno naciente.
En este contexto surgió Podemos, una traducción política perfectamente concebida para traducir la crisis de representación, un nuevo reparto de las sensibilidades políticas, una formidable invención lo suficientemente potente como para impactar en toda la izquierda europea y un renovado interés de los latinoamericanos, incluidos los argentinos que llegaron a organizar una filial.
Resumiendo mucho, diré que Podemos tenía una clara impronta intelectual. Había muchos profesores y grandes intelectuales feministas, y este era un rasgo adicional que lo volvía muy interesante, a diferencia de Izquierda Unida (PC) que según su tradición era orgánica y sus debates por tanto, siempre internos.
Podemos tenía una gran pasión por las redes sociales, las universidades de verano e incluso en hacer públicas sus diferencias internas. El prestigio moral de la crítica no les era ajeno, tampoco el famoso "narcisismo de las pequeñas diferencias".
Tuve el privilegio de conocer por dentro todo ese despliegue y participar en muchas ocasiones del mismo. En un primer tiempo, las críticas que se dedicaban unos y otras, otros y unas, se celebraban como una riqueza especial propia de un movimiento político que había logrado producir un verdadero cambio de bibliografía en las izquierdas.
Pero lentamente el juego se fue escapando de las manos, comenzaron las primeras ofensas no intencionadas, los disgustos, las corrientes internas que presentaban diferencias que encubrían luchas por el poder y luchas por el poder cuyo secreto final era una feroz confrontación entre egos irreductibles. Los medios de la derecha supieron como siempre aprovecharse con creces y multiplicar los beneficios de tremendo regalo.
Podemos se autodestruyó en medio de esos trances. Una gran mayoría de l@s fundador@s ya no se dirigen la palabra, no hay punto de retorno, se cruzaron todas las líneas para un diálogo posible. Ahora Unidas Podemos es un apéndice de Izquierda Unida que también forma parte del actual gobierno de coalición.
Izquierda Unida jamás hubiera podido inventar algo tan extraordinario como Podemos, pero también hay que admitir que gracias a su organicidad nunca se hubiera autodestruido. Tal vez, eso espero, que se pueda obtener, más allá de las diferencias irreductibles entre España y Argentina, alguna posible conjetura para la situación actual del escenario argentino.