Una de las formas de medir la crisis que dejó el coronavirus en Estados Unidos son las largas colas que se forman en Nueva York para pedir un plato de comida. Saliendo de la apatía que potencia el anonimato de las grandes ciudades, en algunos barrios empezaron a instalarse heladeras comunitarias. Allí los vecinos se organizan para dejar comida gratis y también cuidar el espacio. "Esta es la forma correcta para superarnos, en comunidad. No hay otra manera más que colaborar juntos”, explicó Francisco Ramírez, un albañil que participa de la iniciativa en el barrio de Bushwick. Lo que empezó como algo marginal ya llegó a más de 20 manzanas de la ciudad. Y ahora avanza en Los Ángeles y Chicago.
Unidos y organizados
Bushwick es un distrito de Nueva York donde conviven la clase trabajadora y una floreciente comunidad de artistas. Su sello se ve en cientos de murales coloridos dibujados en muros, puertas y paredes. También es el hogar de una de las heladeras comunitarias para ayudar a los más vulnerables que se multiplicaron en la ciudad de los rascacielos tras la irrupción de la pandemia. "Esta heladera está para todos. Agarrá comida y dejá comida. Cuidate y que estés bien”, puede leerse en la puerta del refrigerador. Fue puesto junto a la cafetería "Abracadabra", que cedió el espacio y aporta la electricidad que necesita para funcionar. El congelador luce el dibujo de un rostro pintado por dos artistas locales.
La iniciativa surgió de manera espontánea según explica Briona Calderón Navarro, una mujer nacida en México que colabora para que todo funcione día a día. "La meta es que cada calle tenga un refri que sea organizado por la gente que vive ahí, que ellos se hagan responsables, que limpien, que hagan proyectos para los niños de su cuadra, para que todos se conozcan y compartan. También creamos más apoyo para la comunidad, especialmente en tiempos difíciles", contó Calderón Navarro. Junto al electrodoméstico hay una vitrina llena de panes de todos los tipos en la que se puede leer "La heladera amigable". Enfrente hay unos bancos de madera donde varios vecinos del barrio descansan. Allí Calderón, licenciada en arte y política, junto a Cyntia, otra vecina, organizan un taller gratuito de pintura para los chicos del barrio. Es el primero que hacen desde que el proyecto de la heladera empezó a andar hace unos tres meses, tras la irrupción de la covid-19.
Ramírez, otro inmigrante mexicano que sostiene el espacio, explicó que el congelador fue puesto por una vecina, Pam Tietze, que a su vez se inspiró en una iniciativa similar que arrancó hace años. El albañil contó que el proyecto empezó con una decena de vecinos y ahora lo gestiona un grupo de más de 200 voluntarios. Conectados a través de internet se encargan de que todo funcione. “Necesitamos desprendernos de esa educación que nos dio el sistema en donde te enseña a dividirte, a ser egoísta, en donde te enseña a tener dinero y se piensa que el dinero lo es todo", dice Ramírez. Con una sonrisa que irradia orgullo explicó que todo lo gestionan de manera horizontal. "No sé si ustedes lo sienten, pero cuando venís acá sentís mucha unidad y mucha buena vibra. Entonces como que esto que hacemos fue el icono para inspirar a mucha gente", sostuvo el voluntario.
"Tengo los recursos para ayudar"
Entre los clientes de la cafetería, los vecinos que descansan en los bancos ensamblados por Ramírez, las nenas que participan en el taller y los paseantes, el barrio adquirió una vida comunitaria que hace tiempo parecía impensable. En paralelo las personas se acercan para dejar su pequeña contribución. Steve Wang es uno de ellos. El hombre llegó con las típicas bolsas estadounidenses marrones. "Empecé a dejar comida justo esta semana. Pasaba por acá seguido, pero nunca me había dado cuenta, hasta que empecé a leer los letreros y pensé que sería una gran idea participar, porque sé que es un momento difícil para mucha gente y yo tengo los recursos para ayudar", dijo Wang. El hombre contó que suele llevar alimentos empaquetados, fruta envasada o tostadas de aguacate. Además guarda todo lo que cada día sobra en su trabajo. “Piden mucha comida de catering que no se consume y yo me la llevo", dijo el nuevo voluntario.
Otra de las características que comparten estas heladeras que empezaron a brotar por Nueva York es que casi todas están decoradas con vivos colores. La artista española Laura Álvarez ya pintó tres de ellas en El Bronx. Al día siguiente de que le ofrecieron la oportunidad se puso manos a la obra sin dudarlo. Un puño negro, en honor al movimiento antirracista Black Lives Matter, pero agarrando una zanahoria es el protagonista de su primer dibujo. En otro brota una jarrón lleno de flores y en el tercero, rebosante también de colores, luce en español un cartel que reza "comida gratis". "Es un poco reivindicando la justicia alimentaria, porque El Bronx es un desierto alimenticio respecto a la comida fresca, como frutas y verduras, y la gente que pone estos frigoríficos está intentando aportar también este tipo de alimentos", sostuvo la artista. Esta semana tenía previsto pintar su cuarto refrigerador, pero finalmente se decidió instalarlo en el barrio de Staten Island, en el sur de Nueva York. Lejos de enojarse Álvarez recibió la noticia contenta por que indica que la iniciativa crece en lugares cada vez más lejanos, como Queens o Brooklyn. Organización vecinal para hacer frente a la pobreza que deja tras de sí el coronavirus.