Desde Barcelona, días después de estrenar un espectáculo sobre el coronavirus -y otros temas-, el reconocido director y dramaturgo uruguayo Sergio Blanco descubre una hipótesis: "El arte no es inmune a lo que está pasando, al contrario: su sistema inmunológico es muy frágil. No se defiende. No pone barreras. Se deja contagiar".
No solamente el eje del espectáculo lo demuestra, sino también su devenir. COVID-451 integró la programación del festival Grec, que estuvo a punto de ser interrumpido por el rebrote de coronavirus y en el marco de un "semi confinamiento". Fue una "batalla" su continuidad, y de hecho Blanco se enteró dos horas antes del estreno de que la obra iba a poder montarse. "Hay una salida del túnel", concluye.
"Estoy feliz de haber podido trabajar y recibir al público en perfectas condiciones en un contexto así, pero esa felicidad no es plena: lo es cuando es compartida. Y este es un momento en que nuestro colectivo de trabajadores y trabajadoras está siendo muy golpeado, no solamente por la pandemia sino también por la prohibición de abrir los teatros, cuando podemos perfectamente abrirlos siguiendo normas y protocolos", expresa el autor de Tebas land. "Adhiero al movimiento internacional de abrir los teatros ya, por dos razones: hay una urgencia laboral. Además, son necesarios los espacios de ficción. Los seres humanos no podemos vivir sin la tentación de no ser, sin el riesgo de lo imposible."
De acuerdo a información de La Vanguardia en Barcelona hubo una movilización de 300 personas contra la parálisis de las actividades culturales, por entender que sobre ellas hay un estigma. "Una vez más la pandemia nos puso a todos en una situación inédita. En un momento se empezó a discutir si continuaba o no el festival, que ya había empezado, con éxito rotundo y siguiendo todas las medidas. Nos afectó muchísimo; creó una tensión grande", relata el director a Página/12. Finalmente la obra se realizó lunes y martes con un aforo al 30 por ciento de la capacidad del Teatro Lliure. Allí caben 700 espectadores; hubo nada más que 200.
El espectáculo que Blanco estrenó continúa con su investigación en autoficción: él actúa, haciendo de sí mismo, y en esta historia es alguien que pasó tres semanas internado por coronavirus en un hospital. La escribió después del confinamiento en París, donde reside hace años. Sumó una nueva búsqueda, a la que le puso nombre: alterficción. En el escenario lo acompañó un grupo de trabajadores sanitarios. Son un médico, una enfermera, un camillero, una auxiliar de limpieza y una trabajadora social que respondieron a una convocatoria en distintos centros de salud de la región de Cataluña.
COVID-451 funcionó en parte como un "homenaje" a quienes están en primera línea en la pandemia y a "la idea del hospital, al hecho de hospedar, recibir a otro". "Siempre teatro y peste estuvieron dialogando, conviviendo. Y siempre la peste estuvo cerrando teatros. Posiblemente haya una dramaturgia del Covid como las hubo del 11 de septiembre, Auschwitz, la Revolución Francesa, la caída del imperio romano", sugiere Blanco, quien en el marco del Grec presentó también su conferencia autoficcional Memento mori o la celebración de la muerte.
-¿Qué emociones y reflexiones te produjo este regreso teatral?
-Fue emocionante en todos los aspectos. Es cierto que es muy extraño ver en las filas dos butacas anuladas y una habilitada. Ver a la gente separada. Pero una vez que empieza ese pacto extraordinario entre la sala y la escena hay algo tan fuerte que se crea... Haya un espectador o 700 sucede la maravilla. Eso pudo acontecer. Quisiera destacar el protocolo sanitario puesto en marcha tanto por el Grec como por el teatro, que fue respetado de forma maravillosa. Pasé diez días dentro de un teatro, en la sala de ensayo, los camarines, el escenario, los sectores donde trabajan los equipos técnicos, y vi a todo el mundo respetando a rajatabla los protocolos: la distancia, el uso de mascarillas, el lavado de manos permanente, la utilización de geles hidroalcohólicos, ningún tipo de contacto físico. No sentí que nada de eso perturbara, impidiera, obligara a suspender el trabajo. La máscara nos anuló la boca pero nos llevó hacia la mirada.
-¿Y con los espectadores qué sucedió?
-También van siguiendo un protocolo. Se abren las puertas media hora antes, van entrando de a poco, por grupos. Y cuando el espectáculo termina no salen todos juntos. Una voz anuncia la salida por filas, sectores que se van iluminando, van saliendo de a uno. He visto una disciplina extaordinaria, lo cual demuesta que no nos pueden infantilizar. Los teatros no solamente podemos, queremos, debemos estar abiertos: sabemos estarlo. El teatro es un espacio de rebelión, desobediencia, impertinencia; de pronto tiene que volverse un lugar disciplinado sin perder esa rebelión e impertinencia. Eso me resultó una experiencia maravillosa. Es muy bueno para este espacio dionisíaco, de lo ebrio, la revuelta, la rebelión. Sin perder nada de esto sabe acatar normas de seguridad que nos protejan. Se levanta como espacio protector. Se puede proteger con la disciplina y también con la rebelión. Quiero destacar el compromiso político de los responsables del festival y las figuras al frente de los teatros, que han defendido la cultura más que nunca, con coraje y valentía. En el teatro me sentí mucho más seguro que en cualquier shopping, aeropuerto o medio de transporte, donde no se respetan estas medidas. El teatro no es un espacio que ponga en riesgo a la sociedad. La hace crecer y enfrentarse a lo que somos y no.
-¿El coronavirus supera a la ficción?
-La obra lo dice en un momento y por eso el título. COVID-451 es una referencia a Farenheit 451, de Bradbury, que pinta un mundo apocalíptico, una distopía. Un mundo inhumano, post humano, que se está desmoronando. Más allá de la situación no pierde la esperanza en la salida. De hecho hay una frase hermosísima, que puede pasar desapercibida y que cito en mi texto: "la noche se desliza rápidamente hacia una oscuridad próxima, pero también hacia un nuevo sol". COVID-451 pinta este mundo distópico, casi de cine catástrofe, pero no se regodea en el sufrimiento. Nunca pierde la esperanza en que se va a salir adelante.
-¿Cómo fue escribir un texto tan atado a algo que está sucediendo?
-Siempre trabajo con lo que está pasando, con la noción de la contemporaneidad. Sin lugar a dudas acá es como estar en el ojo de la tormenta. Es estar produciendo algo en el mismo momento en que se está produciendo algo. Por eso necesité a este equipo, para tener todos los discursos: el científico, el clínico, sociológico, higiénico. La obra no solamente habla del Covid. Aborda la noción del cuerpo, el cuerpo enfermo, la pandemia y el contagio, pero también la soledad, los desastres ecológicos, el género, la creación, qué es verdad, qué es mentira.
-La muerte es uno de los grandes tópicos de tu teatro. ¿Qué repensaste sobre ella en todo este tiempo?
-Hacía mucho tiempo que la humanidad no estaba tan enfrentada a la noción de la muerte. Si bien el Covid es algo terrible, una gran desgracia... ¿qué podemos tomar del horror? Tomemos que nos ha enfrentado de forma brutal a la muerte, y siempre es interesante para el ser humano tener conciencia de su muerte. No para ennegrecernos. La muerte es triste pero también es desprendimiento, pasaje de una experiencia a otra.