Cuando nací ya me mostraste tu particular rebeldía: arreglaste con mamá que me llamaría Guillermo, sin embargo, la empleada del registro te convenció y mi documento reza Guillermo Julio, “un honor”. Aunque, soy sincero, nunca me gustó mucho el nombre. Un día empecé a incorporar tu inicial en mi firma y te escuché decir con cierto orgullo “Guille empezó a poner la J en su firma”. De ahí en más le tomé cariño al nombre y era un pequeño homenaje a todo lo que hiciste por nosotros.

Mi amiga de la infancia, hermana de la vida y vecina, decía “en la casa de los Maier tiemblan las paredes”. Eras fácil para enojarte, difícil de carácter, impulsos que no podías controlar, pero que no hacían daño.

Fuiste sorprendente. Alguna vez, un fiscal, con admiración, me contó nunca haber conocido alguien que hacía cinco cosas a la vez y las describió pacientemente: “entré a su despacho, él hablaba por teléfono, leía detenidamente un expediente, tipeaba en su máquina de escribir, atendía a un empleado de la oficina y de paso le contestaba al ordenanza, todo al mismo tiempo y con asombrosa eficiencia. Por supuesto, a mí también me atendió”, agregó. Fueron horas y horas de trabajo y estudio infatigable. Un día me dijiste “mi virtud no es la inteligencia, sino la fuerza de voluntad que utilizo en las cosas que realizo”. Siempre lo recuerdo.

Fuiste querido. Basta recordar aquel cumpleaños tuyo en nuestra casa de La Lucila, cuando todos tus empleados se encontraban escondidos dentro de los placards, detrás de las puertas y de los muebles, en connivencia con mamá y así te sorprendieron al llegar a casa. Yo era chico y me divertía, pero mi mayor enseñanza radicaba en que, a pesar de ser el juez, eras, por tu actitud uno más. Y así con todos los que formaron parte de tu vida, los de la profesión, los de tu generación, tus discípulos y alumnos, los amigos de Córdoba, los del club y de la vida y ya hace muchos años los amigos que cosechaste con mamá por la pasión que compartían por la música folclórica. Así también, fuiste respetado y querido por toda nuestra amada familia, desmembrada por varios lugares del país.

Tuviste gestos de increíble generosidad, de brutal honestidad y ni que hablar de probada sencillez e inalterable humildad. Fuiste único. Fuiste jodón, irónico, sarcástico, exigente por demás, pero cariñoso al final del camino. Con la única persona que flaqueaste fue con la llegada de tu nieto “Juani”. ¡Ahí sí te comiste los mocos! Muy de niño lo llamabas por teléfono y le dejabas "un beso al Juani". Yo me sorprendía porque tenías una manera distinta de mostrar tu cariño.

Cuando algún conocido o desconocido reconocía que yo era el hijo de Julio Bernardo José Maier, al notar su asombro de conocerme, hablarme de vos y preguntarme “¿sos el hijo de Julio?”, me quedaba sin palabras, prácticamente no tenía respuestas, solamente haciendo un esfuerzo. Vos lograste vivir tu empeño y tus éxitos de una manera distinta: sin ruidos, sin publicarlo, sin utilizarlo, sin hacer uso de esa “supuesta posición”. Una vez, en una charla, una persona no aceptaba que yo era tu hijo, vaya a saber que pensamiento lo invadió en contra mío o, tal vez, no creía que estaba conociendo al hijo de Julio Maier. Fue la vez que más cómodo me sentí, ya que todo reconocimiento me dejaba casi sin palabras.

Me dejás innumerables vivencias compartidas. Nunca olvidaré nuestra última ida a la cancha, la dificultosa y dolorosa caminata por tus problemas de salud -interrumpida para tomar fuerzas, con innumerables paradas en las barandas del Tiro Federal-, pero bien que lo hacías para acompañarme y ver a nuestro querido River Plate. Como así tampoco, ese llamado recibido en una estación de servicio ubicada en la ruta, cercana a Coronel Pringles, cuando te escuche decir “somos campeones”, me largué a llorar y prácticamente no pude hablar más con cierta claridad. Pensar que habías estado con Juani y conmigo para ver un partido de fútbol, que nunca se jugó.

Papá, podría escribir un libro sobre vos, como a varios, no nos alcanzarían las anécdotas para llenarlo. Al escribir esta despedida es lunes, en horas, 21 de julio sería tu cumpleaños y si encontras esta carta mojada, son las lágrimas que derramé desde que empecé y que sospecho no pararán hasta terminarla. Siempre supe que fuiste un enorme jurista, no te imaginas la cantidad de gente que te elogia, llora y ya te extraña, pero por sobre todo fuiste una enorme persona: de gestos únicos, honesto, humilde, sencillo, generoso, cariñoso a tu manera, y muy compañero de mamá, aunque para mí lo que siempre admiré, son los valores con los que vivías, que exigías y que nos supiste transmitir. Te juro que aún no he conocido nadie igual, ni por asomo.

Al momento de publicarse esta despedida transcurrieron algunos días de tu cumple. Me queda como alegría el último día del padre que festejamos, vos junto a mamá, yo junto a Juani y Silvana y la tristeza de haberlo hecho por zoom. Te robé una foto -no te gustaba que te fotografiara-, la última, en la que sonreís y esa fue la última vez que te vi con vida junto a mamá. Fue muy lindo ese encuentro, a pesar de lo corto que fue. Si algo tengo que reprocharme es no haberlos acompañado y ayudado más en estos momentos difíciles que vivimos a consecuencia de la pandemia. ¡No encuentro consuelo y te pido perdón! Mi agradecimiento a Estela, a Lula y a todos los que de una u otra manera suplieron mi ausencia durante la presente cuarentena.

Ya estarás escribiendo algún que otro articulillo, como decías vos, o bailando una zamba o una chacarera. Estoy en el club, me encuentro con los amigos en el gimnasio --cito a Maxi, tu alumno, en su despedida, porque me pasó varias veces-- estoy solo frente al arco y a punto de hacer el gol, vos venís de atrás y escucho tu voz socarrona “Guille pasala, estoy sólo” y esta vez decido pasártela con todo gusto y empiezo a hacer lo que nunca hubiera querido y que me hace inmensamente triste, despedirte para siempre, te digo “anda y hacelo vos pá, buscalo, abrazate y festejalo con Fede que tanta falta te hacía y decile que cuidaré a mamá hasta el fin de sus días, como vos y él se lo merecen”.

Mamá, Juani, Silvana, tu hermana, cuñados, primos, sobrinos, mi familia política, amigos y todos los que te quisimos, te extrañaremos por siempre.

Aprovecho estas líneas, en nombre de mamá y mío, para agradecer a todos las lindas palabras y afectuosas condolencias recibidas durante estos días.

Beso grande pá -otro para Fede-, chau pá. Te quise de verdad.

Guille

P.D: Pá, mirá quien también te despide, el Fer.

Julito es mi tío y padrino. Quienes conocimos este hombre de mente brillante y carácter jodido y dulzón, tuvimos la chance de enriquecernos. Algunos lo disfrutaron por el lado de la ciencia, otros tuvimos la oportunidad de conocer un ser genial y singular.

Como deportista fuiste un gran jurista. Los partidos que en la cancha ganaba, él me los ganaba en el post-partido con alguna cervecita, con mil ironías y mucho humor. Te jugué al ping-pong y te gané. Solo hasta la picada, momento en que en argumentos y en un mundo que hacías jugar para vos, terminabas ganando el partido. Musicalmente limitado por dónde se busque, tocaste muchos instrumentos, yo mejor que vos, pero nunca lo convalidaste. Ponías a Domingo Cura o a Los Huanca y decías que tocabas como ellos.

De una genialidad poco vista, tus consejos trascendieron el tiempo y supe entenderlos en sorbos y sigo disfrutándolos. Te esperan mil charlas con el Fede y mientras no nos veamos de nuevo aprovecharé a decir que te he ganado alguna vez, hasta que nos juntemos y con algún argumento disparatado me lo desmientas. Adiós tío querido, hasta pronto