El caso de Jorge Adolfo Ríos, el hombre de 71 años que mató de dos balazos a Franco Martín Moreyra, de 26, luego de que el joven entrara a su casa con fines de robo, trajo a la memoria un hecho similar ocurrido hace 30 años. El sábado 16 de junio de 1990, el ingeniero Horacio Santos, que entonces tenía 42 años, mató de dos balazos en la cabeza a dos hombres a los que persiguió luego de que le robaran el estéreo de su auto. El caso abrió una interminable polémica, a favor y en contra de la “justicia por mano propia”.

Santos, un experto en armas que realizaba prácticas en el Tiro Federal, cuando persiguió a los ladrones estaba acompañado por su esposa, la arquitecta Luisa López. El ingeniero estuvo detenido un mes, luego del suceso. Tras un largo periplo judicial, fue condenado a tres años de prisión por “exceso en la legítima defensa”, un delito excarcelable. Nunca más estuvo preso por el doble homicidio de Osvaldo Aguirre, de 29 años, y Carlos González, de 31.

El día en que ocurrieron los hechos, Santos y su pareja estaban de compras en una galería comercial de Villa Devoto, el barrio en el que vivían. Habían dejado su auto, un Renault Fuego, estacionado frente a la galería, en la calle Nueva York.

Cuando oyó sonar la alarma de su auto, Santos salió a la calle y vio que dos hombres le sacaban el estéreo y luego subían a un Chevrolet modelo 1974. Los persiguió en su auto por veinte cuadras, los alcanzó y les cruzó su vehículo para obligarlos a frenar, en la esquina de Pedro Morán y Campana.

El ingeniero Santos escuchó a su esposa gritar: “Nos van a matar”, cuando vio que uno de los ladrones se agachó, dentro del Chevy, como si buscara algo en el piso del coche. En la causa se dijo que la mujer oyó dos disparos y quedó aturdida. Santos, experto tirador, había ejecutado a los dos ladrones con un revólver Dos Leones calibre 32 largo que llevaba en la guantera.

La policía encontró el pasacasete de Santos en el piso del Chevy, entre las piernas de González, que estaba en el asiento del acompañante. La autopsia dijo que los disparos fueron hechos “desde una distancia superior a los cincuenta centímetros”.

“Santos estaba harto de que lo afanen. Y reaccionó de una forma que no era su manera de ser. Le habían robado doce veces en poco tiempo y se habían metido en su casa”, dijo su abogado, Eduardo Gerome, que fue defensor del brigadier Omar Graffigna en el juicio a los ex comandantes militares por delitos de lesa humanidad.

A Santos lo detuvieron el mismo día del hecho. Al principio lo imputaron por el delito de “doble homicidio simple”. El entonces presidente Carlos Menem se sumó a la polémica que generó el caso.”Yo no sé cómo habría obrado en una situación similar. Habría que estar adentro de su piel", declaró el ex presidente entrevistado por el periodista Bernardo Neustadt.

El 26 de julio de 1990 el juez Luis Cevasco dejó en libertad a Santos “al no encontrar mérito suficiente para tener por acreditado, siquiera 'prima facie', la existencia de un hecho delictivo del cual fuera en principio autor penalmente responsable”.

El asesinato de dos ladrones desarmados no era un delito para Cevasco. El ingeniero dijo que no recordaba nada de lo que pasó. Su abogado aseguró que Santos había sufrido “un estado de amnesia inmediatamente después de iniciar el seguimiento de los ladrones” y que recién recuperó la lucidez “cuando volvió a su casa”.

En segunda instancia, la Justicia señaló que “el estado emocional del acusado, efectivamente sufrido, no lo privó ni de la conciencia de sus actos, aunque pudo haber estado perturbado”. En 1994 Santos fue condenado a 12 años de prisión por "homicidio simple reiterado", pero en 1995 la Sala I de la Cámara del Crimen, integrada por Carlos Tozzini, Guillermo Rivarola y Edgardo Donna, revocó la calificación del delito.

Santos recibió una pena de tres años de cárcel en suspenso por “homicidio en exceso de la legítima defensa”. Nunca más volvió a la cárcel. Y se afirma que tampoco volvió a empuñar un arma. A los 72 años sigue viviendo en Villa Devoto.