Desde Londres
Con optimismo voluntarista Boris Johnson ha dibujado una estrategia de salida del coronavirus que termina en esta Navidad “con todo el mundo abrazándose en familia”. Los expertos no le creen. “Johnson está actuando de manera precipitada. No se trata de elegir entre salud y economía. Están interrelacionadas. Si tenemos una segunda ola, la economía estará en graves problemas. Este es el peor momento para relajar las medidas”, le contestó el Profesor John Ashton, ex director regional de Salud Pública del Noroeste de Inglaterra.
El plan de salida de Johnson muestra los mismos defectos que el de entrada en la cuarentena. El plan está sobrecargado de expresiones de deseos y slogans y montado sobre la figura de Johnson y su presunto carisma campechano para comunicarse con los británicos. En sus discursos Johnson parece más un parroquiano de pub inclinado a los brindis, los pronósticos optimistas y las bromas inoportunas que un mandatario preocupado por la sobriedad y equilibrio del mensaje a la opinión pública.
En mayo Johnson abrió el sector de la construcción y el fabril, en julio los pubs, restaurantes, cines y peluquerías, este sábado fue el turno de los gimnasios y manicuras, en agosto será el de los teatros y los espectáculos, septiembre de las escuelas y octubre del fútbol y otros deportes. Según el primer ministro, en noviembre se habrá llegado a la “nueva normalidad” que permitirá una Navidad en familia y sin restricciones. “Estamos en condiciones de mirar al futuro con optimismo y extender nuestro plan para levantar las medidas que restringieron nuestra vida desde marzo como para volver a algo que se parezca a nuestra vida normal”, dijo Johnson.
El optimismo del primer ministro está lejos de la actitud kamikaze de Jair Bolsonaro o la profusión de fake news de los tuits de Trump. En sus mensajes Johnson se preocupa por hacer hincapié en que la batalla no está ganada y que en caso de un salto de casos se dará marcha atrás con la apertura. Pero el tono proselitista, el aire desenfadado y la vaguedad y contradicciones que plagan su política desdibujan su llamado a la responsabilidad social. Los festejos futboleros en Liverpool y el Leeds de Marcelo Bielsa, la proliferación de fiestas privadas y las crecientes aglomeraciones son una muestra del impacto de esta ambigüedad: una parte de la sociedad ha dado por terminada la pandemia.
Mensaje espasmódico
La profesora Carrie MacEwen, directora de la Academy of Medical Royal Colleges, exhortó a que "el público entienda que el coronavirus no ha desaparecido y puede causar todavía un enorme sufrimiento”. En una similar dirección se pronunció el Doctor Chaand Nagpaul, director del BMA, sindicato de los médicos. “Se necesita un mensaje claro y conciso. No se puede exigir la distancia social en unas situaciones y hacer excepciones en otras. Genera confusión”, dijo.
La desconfianza entre los trabajadores de la salud y otros sectores es palpable. El Reino Unido es el país con más casos en la Unión Europea y está en el tercer lugar de muertes a nivel mundial. El gobierno de Boris Johnson llegó tarde a la cuarentena y está saliendo temprano y a los tumbos. Según los científicos si la cuarentena se hubiera impuesto una o dos semanas antes, se habrían salvado hasta 30 mil vidas.
El terror de epidemiólogos y médicos es a que la apertura termine con un resultado similar o peor. “El Servicio Nacional de Salud puede quedar desbordado por una segunda ola que coincida con la gripe este invierno. La gente puede pensar que se acabó la covid y, por lo tanto, que no hay que usar mascarilla. No es así. Todavía tenemos pacientes en terapia intensiva. Si la gente no respeta la distancia social y no se pone el tapabocas estaremos de vuelta en el mismo punto en que nos encontramos en marzo”, señala la doctora Alison Pittard, directora de la Facultad de Terapia Intensiva Médica.
Estos peligros podrían moderarse si el mensaje gubernamental fuera claro, pero los espasmos de optimismo seguidos de arrebatos de cautela, las marchas y contramarchas se han convertido en la marca registrada del gobierno.
¿Hay que usar mascarillas en los negocios, en el transporte público? Durante semanas todo dependió del día y del funcionario. El viernes 17 de los anuncios de la gran apertura Johnson dijo que estaban considerando muy seriamente hacerlo obligatorio. El domingo uno de sus ministros más influyentes aseguró que sería optativo. El lunes nadie sabía: dependía del dial de radio que uno sintonizara.
La semana pasada, el gobierno finalmente anunció que desde el viernes serían obligatorias en negocios, supermercados, shoppings, estaciones, correos, bancos y takeaways. Pero inmediatamente dos grandes cadenas de supermercados dijeron que no impedirían la entrada de clientes que no tuviesen la mascarilla. El mensaje gubernamental se ha degradado. El grado de cumplimiento se parecerá más a una medida optativa que a una obligatoria.
Otro ejemplo. ¿Qué pasa a nivel laboral, en las oficinas, en las fábricas? Luego de insistir durante meses que el que pudiera trabajar desde casa lo hiciera, Johnson cambió de tono: “quiero que la gente que estuvo trabajando en casa que dialogue con sus empleadores para regresar a su lugar de trabajo siempre que sea seguro”.
El principal asesor científico del gobierno, Sir Patrick Vallance, procuró distanciarse diplomáticamente de este mensaje. “Creo que las medidas de distancia social son muy importantes. Lo mejor es que los que puedan trabajar desde casa sigan haciéndolo”, dijo.
Los que decidan o deban ir a la oficina, ¿tienen que usar tapabocas? En la última versión oficial, intento de síntesis que más que hegeliano pertenecía al reino cómico de los hermanos Marx, el ministro de salud Matthew Hancock argumentó que “si usted está trabajando con alguien muy cerca mucho tiempo, la máscara ya no lo va a proteger”. En otras palabras, jódase. Vaya a la oficina, tire la máscara al tacho, saque el rosario y déle con todo al padre nuestro que estás en los cielos.
Cautela empresaria
Entre los negocios y centros deportivos, principales beneficiarios de la apertura, reina la cautela. En el comercio, Adam Marshall, director general de la British Chambers of Commerce, reclamó mayor claridad al gobierno. “Las compañías están discutiendo con sus empleados cómo regresar a las oficinas de manera segura. Para tomar decisiones, necesitamos una guía inequívoca”, dijo Marshall.
El vicedirector del CBI, el sector fabril, Josh Hardie, mostró su beneplácito con los cambios, pero dijo que las empresas no podía podían tomar decisiones del día a la noche. “La preocupación sobre los niveles de infección es grande. La claridad y la consistencia en el mensaje es clave para evitar confusión”, señaló.
La secretaria general de la TUC (equivalente a la CGT), Frances O´Grady, reivindicó el impacto económico de la apertura, pero señaló que faltaban los instrumentos necesarios para manejarla. “El gobierno se está lavando las manos y pasándole la responsabilidad a los empleadores. Para volver al lugar de trabajo se necesita tener un Sistema de testeo y rastreo operativo. El progreso que se ha hecho en esto es bastante pobre y el gobierno se niega a ayudar a los trabajadores que se aíslen con una asistencia económica que les permita sobrevivir”, señaló.
Mientras predomina una nerviosa cautela en el resto de la Unión Europea, mientras en España empiezan a hablar de una segunda ola de casos y en Francia, Alemania y Bélgica reportan un pronunciado aumento de los contagios, el Reino Unido va, tal como lo hizo a la entrada de la cuarentena, en la dirección opuesta.
El gobierno fundamenta su confianza en la apertura en que el grado de propagación del virus se encuentra entre 0,7 y 0,9, es decir por debajo del 1. Pero según reveló el pasado viernes la Organización Nacional de Estadísticas (ONS), en las últimas semanas el número de contagios se mantuvo estático o está comenzando a aumentar. En la semana del 13 al 19 de julio hubo 2800 infectados diarios comparados con 1700 por día.
Mucho depende de las zonas. En regiones del norte de Inglaterra el grado de contagio es mayor. En este sentido el gobierno advirtió que en vez de confinamientos nacionales habrá confinamientos localizados. A Leicester, una ciudad textil en el norte del país, que se encuentra en confinamiento parcial, se le está por sumar Northampton en las Midlands. Escocia y Gales decidieron directamente separarse de la estrategia de apertura acelerada seguida por Johnson para Inglaterra. Con tantas contradicciones y devaneos, habrá que cruzar los dedos para que la vacuna de la Universidad de Oxford sea lo que promete y esté lista antes de que aparezca en la batalla con la pandemia el temible General invierno.