Cuarenta años se cumplen hoy miércoles de la muerte de Eduardo Rovira. Lamentable que no se lo evoque a la altura, porque fue un gigante. Ahí están sus obras para redescubrirlo: casi dos centenares de tangos, casi uno de piezas clásicas. Y su trío con Osvaldo Manzi al piano y el impresionante Kicho Díaz en contrabajo. O aquel otro con Atilio Stampone y Reynaldo Nichele. O su intrépida orquesta. Pero por suerte siempre existe alguien que se la juega por la justicia. En este caso, un quinteto nacido en Bruselas cuyo nombre remite a uno de los temas clave del señor: Sónico. “Lo injusta que ha sido la historia con Rovira me produjo la necesidad de saldar esa injusticia interpretando su obra. El punto de partida fue ser respetuosos de su estilo y su escritura ya que, al ser su obra tan desconocida como difícil de acceder, nos pareció que ese era el camino”, enmarca Ariel Eberstein, contrabajista argentino creador y director de este quinteto plurinacional que completan el violinista estadounidense Stephen Meyer, el belga Ivo de Greef al piano, Camilo Córdoba (otro argentino) en guitarra y el francés Lysandre Donoso en bandoneón.
“Una vez que encontré los socios ideales para el proyecto, la transición entre la escucha y la interpretación fue un proceso natural, donde cada uno fue descubriendo su estilo mientras todos nos adentrábamos en su repertorio”, amplia Eberstein, a punto de empezar a abordar enigmas y encares de un flamante disco cuyo nombre habla por sí: Eduardo Rovira: inédito e inconcluso. Tal implica una ciclópea tarea de búsqueda, transcripción e interpretación dirigida a reconquistar para el buen tanguero diez piezas nunca editadas por su autor, más una llamada “A José Ingenieros”, que Rovira y su trío no habían podido concluir en el EP A Roberto Arlt, de 1966. “La música de Rovira se encuentra entre dos mundos: el académico y el popular. No sé, creo que tanto en él como en Piazzolla el tango siempre está, simplemente hay que saber encontrarlo”, se explaya el contrabajista, que fundó el grupo hace cinco años, con el único fin de rescatar al genial músico lanusense del olvido.
En esa senda fue que también publicaron el disco debut Eduardo Rovira: la otra vanguardia, presentado en Buenos Aires hace dos años. Unico y directo antecesor, además, de Inédito e inconcluso, cuya muestra en vivo -a diferencia del primero- tuvo que ser postergada por la pandemia. “En este momento estamos muy limitados en la forma en que podemos presentar el nuevo álbum. Tenemos la intención de hacerlo en línea tanto como sea posible”, dice el belga de Greef a Página/12, acerca de un lanzamiento online que el grupo está gestionando con un canal europeo especializado en arte latinoamericano.
-Surge automáticamente en el imaginario tanguero argentino asociar a Rovira con Piazzolla ¿Qué piensan ustedes de esta analogía?
Ariel Eberstein: -Para mí, el hecho de compararlos surge de la necesidad de demostrar que fueron dos caminos diferentes en un período clave para la construcción de la identidad moderna de la música ciudadana. No es una necesidad de poner medalla de oro y de plata, sino de poder darnos cuenta que nuestra música es mucho más rica que solo Astor. Y esto es darnos cuenta que tenemos mucho más de lo que creemos. Desde el análisis más musical, en tanto, me parece que Piazzolla encontró rápidamente una fórmula que le significó un reconocimiento más temprano, mientras Rovira fue más experimental en sus búsquedas. Pero ambos, sin duda, hicieron aportes monumentales
Stephen Meyer: -Es útil comparar a Piazzolla con Rovira porque eran contemporáneos, y ambos querían modernizar y enriquecer el lenguaje musical del tango. Pero es importante también darse cuenta que sus enfoques eran completamente opuestos. Piazzolla estaba más interesado en el éxito comercial y el marketing internacional que Rovira, que era más reservado e intelectualmente austero. De los dos, Rovira fue quizá más revolucionario, pero prefirió seguir sus ideas sin publicitarlas.
Ivo de Greef: -Yo creo que ambos compositores fueron influyentes e igualmente importantes en el desarrollo del tango nuevo. También encontraron inspiración en la música clásica y el jazz, mientras buscaban nuevas posibilidades musicales y estructurales de renovación, aunque manteniéndolo enraizado en sus componentes esenciales. La diferencia esté tal vez en que Rovira persiguió tanto un sonido más influido por el jazz con su trío como un camino clásico más contemporáneo con su cuarteto.
El punto de vista de Córdoba, el otro argentino del quinteto, refiere al “absurdo humano”, que significa generar comparaciones, rivalidades y competencias. “No son nada productivas y lo peor es que generan un cierto juicio de valor 'preestablecido' que distorsiona la percepción del oyente. Ahora bien, si esa comparación fuese una herramienta de análisis musical sin juicio de valor, quizás así sí tendría algún sentido, sabiendo además que ambos fueron transgresores del género en una misma época”. Por su parte, el primer contacto de Eberstein con la música de Rovira provino de un vínculo laboral con Esteban Rovira, nieto del maestro, a quien le daba clases de contrabajo. “El fue quien me mostró la partitura de 'A Evaristo Carriego' y me dijo: 'Este es mi abuelo'”, evoca el músico. “Debo admitir que mi ignorancia por la música de Rovira en ese momento resultó en una total falta de interés. Pero más tarde me crucé con el LP Sónico y eso sí me llevó a descubrir el universo de Rovira”
-¿Cómo fue el traspaso de la simple escucha a la interpretación de sus obras?
S.M.: -Al no disponer de partituras, necesitamos transcribir la mayoría de las piezas que queríamos tocar. Para ello, primero teníamos que entenderlas y analizarlas antes de interpretarlas. Por eso fue que el proceso resultó más complicado que con otra música o repertorio.
I.G.: -Como intérprete, tuve que recurrir a la experiencia en música contemporánea y clásica para interpretar las piezas de Rovira. Especialmente, la polifonía melódica y rítmica inherente a muchas de las líneas suyas me recuerda mucho a la música de Prokofiev, de Bartok y de Stravinsky que solía tocar en Conservatorio. En fin, un gran músico al que no le importaba mucho las expectativas de promoción y audiencia.
Para dar con la intrépida argamasa sonora que terminó conformando Inédito e inconcluso, este quinteto de atrevidos quijotes tangueros recurrió a una intensa investigación sobre el hermético mundo Rovira, recorriendo bibliotecas, o entrevistando familiares y coleccionistas. Luego sometió tales hallazgos a una ardua tarea de transcripción. “El disco está principalmente basado en un material que el músico grabó en noviembre de 1975, cuando entró por última vez a un estudio de grabación para registrar Que lo paren, su último disco. El tema es que pocos conocen que paralelamente a ese disco, Rovira registró otro material que nunca fue editado, dejando sin poder escucharse una obra tan revolucionaria como desconocida. Es en estas grabaciones donde Rovira homenajeó a la ciudad y a las gentes de La Plata, donde vivió más de diez años, hasta su muerte”, historiza el director del quinteto. “A estas obras, grabadas al final de su vida, nosotros le agregamos un material nunca antes grabado. Por ejemplo, el arreglo de trío de 'Simple' de Osvaldo Manzi y una obra única llamada 'Solistas' que nos cedió su cellista Quique Lannoo. Lo que hicimos en este caso fue reconstruir una cinta magnética que nos había cedido su productor Oscar del Priore con una precaria instalación que éste había hecho conectando los cables del receptor radial a un viejo grabador de cinta abierta. Esta es la única grabación existente de uno de los tríos más revolucionarios en la historia del tango, cuya actividad se remonta a finales de los años '50. Hablo de Rovira, Kicho Díaz y Osvaldo Manzi… Impresionantes los tres, claro”.