Dicen que se trata del incendio más mortífero en Gran Bretaña desde la Segunda Guerra Mundial. Sucedió tres años atrás, cuando un fallo eléctrico en una heladera del cuarto piso de la Torre Grenfell, en North Kensington, Londres, desencadenó una tragedia feroz. En apenas 20, 30 minutos, las llamas lo cubrieron todo: se habían propagado por los 120 departamentos de las 24 plantas de este bloque de viviendas sociales. Poco tardó en saberse que el edificio era una trampa mortal: por su revestimiento barato, de placas de polietileno altamente inflamables, ardió a velocidad inusitada. Murieron 72 personas esa madrugada, personas humildes de distintas minorías étnicas. Y pronto Grenfell se convirtió en epítome de racismo y clasismo en UK: dada su ubicación en una zona rica de Londres, se hizo evidente la desidia política y corporativa frente a las condiciones de vida de los vecinos menos acaudalados, cómo habían hecho deliberado caso omiso a que sus viviendas fueran seguras. Una desigualdad arraigada y demoledora que se cobró decenas y decenas de vidas: familias enteras, mujeres en sus 80s, niños recién nacidos.
También la vida de la gambiana-inglesa Khadija Saye, nacida Ya-Haddy Sisi Saye: artista emergente que, apenas unas semanas antes, había descollado en la Bienal de Venecia, edición 57, como refulgente promesa de las artes, despertando el interés de cantidad de galeristas gracias a una fantástica serie de autorretratos titulada Dwelling: In This Space We Breathe, léase “Morada: en este espacio respiramos”. “Ha sido una verdadera travesía pero, mamá, soy una artista exponiendo en Italia. Las bendiciones son abundantes”, anotaba una pletórica Saye en sus redes. A sus amigos les contaría luego, especialmente emocionada, cuánto había significado para ella conocer a su admirada Lorna Simpson, poder cruzar unas palabras con esta artista multimedia afronorteamericana. Saye tenía 24 años y, ya de vuelta en UK, a su departamento en el piso 20 de Grenfell, no se salvó de las llamas…
En estos días, a tres años del horrífico episodio, a 15 cuadras de la torre calcinada, vuelve a exhibirse Dwelling: In This Space We Breathe al completo, sobre la fachada del 236 Westbourne Grove, en Londres. No solo las seis imágenes que la joven fotógrafa colgó en el Palazzo Pisani Santa Marina, también otras tres piezas, cuyos originales se perdieron en el incendio pero pudieron rescatarse versiones digitalizadas por la propia Khadija antes de morir. Vale decir que, para la mentada serie, la muchacha trabajó el ferrotipo (o tinitipo), técnica popular a mediados del siglo 19 que, como el daguerrotipo y el ambrotipo, no requería de negativo: apenas una pequeña placa emulsionada que, una vez revelada, “ofrece resultados inesperados, más allá del control de la propia artista, y otorga a las imágenes un aire etéreo y fantasmagórico”, en ajustadas palabras de la periodista especializada Gloria Crespo MacLennan. Al respecto, diría Saye que “el proceso es único: no se puede reproducir ninguna imagen y el resultado final excede mi poder. Es una entrega a lo desconocido”.
Diría también de la serie que le urgía “explorar el trauma” que ella misma había padecido siendo mujer negra en Gran Bretaña. Tela de donde cortar, tristemente, no le faltaba: padeció discriminación de adolescente, como alumna becada de una escuela privada rebosante de niñatos blancos acomodados; o más cerca en la cronología, arrestos injustos, por abuso policial, que mucho la habían angustiado. Así y todo, en Dwelling… quiso hablar de “la piedad, la virtud, el alma, la prosperidad”. Inspirándose, dicho sea de paso, en “la migración de las prácticas espirituales tradicionales de Gambia”, pequeño país de África Occidental donde habían nacido sus padres. “Sumergir la placa en un baño de nitrato de plata recuerda a un bautismo…”, aporta Sigrid Kirk, curadora de la exposición, y advierte que cada fotografía “evoca sueños de un mundo perdido de rituales, son una metáfora de un viaje espiritual”.
En efecto, ya sea de espaldas o de frente, con los ojos cerrados, sosteniendo la mirada, la tenaz muchacha se autorretrató en trance místico, en oración sosegada, mientras sujeta amuletos, objetos sagrados, desde cuernos de vaca hasta incienso encendido, en un intento por “encontrar consuelo en un poder superior”. Abordando, además, su herencia mixta, hija de mamá cristiana, de papá musulmán. “Ir tanto a la mezquita como a la iglesia era algo que ella encontraba fascinante, una dualidad que exploró en sus piezas”, suma Kirk sobre la notable obra de una Saye que ya venía trabajando el tópico identitario en series anteriores. En Crowned (Coronadas), por caso, puso la lupa en peinados de mujeres afro; en Home. Coming (Hogar. Regresando), capturó escenas callejeras, paisajes y personajes de Gambia.
Dwelling… se exhibe ahora en el marco de la iniciativa Breath is Invisible: serie de instalaciones públicas que, recalando en la falta de diversidad, en la falta de oportunidades en el mundillo arty de Reino Unido, se propone como “una respuesta necesaria frente a la desigualdad, el racismo y la injusticia, que viene a coincidir con el tercer aniversario del dramático incendio y en consonancia con las protestas globales del movimiento Black Lives Matter”, conforme explica Sigrid Kirk. Le seguirán muestras de artistas como la reconocida Joy Gregory, nacida en UK, de raíces jamaiquinas, que expondrá cianotipos que responden a la investigación sobre historia botánica del siglo 17 al 19 en la que viene trabajando, recolectando muestras de jardines comunitarios y parques para revelar que las plantas que se consideran “nativas” son, en verdad, oriundas de otras latitudes.