Cuando tenía diez años me frotaba limón en las muñecas. No sabía por qué lo hacía. Tampoco recuerdo bien cómo comenzó, sé que un día descubrí el limón. Estaba obsesionada con ese olor. Cuando nadie me miraba, sacaba limón de la cocina, lo cortaba por la mitad y me frotaba. A mi mamá le llamaba la atención encontrar el limón cortado, hacía bromas con eso. Yo no decía nada, era un secreto. Me hacía feliz, pero no era sólo eso, me llevó tiempo darme cuenta. Y todavía sigo buscando un perfume que huela a limón y no me deje pegoteadas las manos.
A esa edad ya leía poesía. Bah, leía todo el tiempo el mismo libro, Mariposa del aire, una compilación de poemas de Federico García Lorca que me regaló mi mamá en esa época y que todavía conservo. Me encerraba en el baño a leer, porque algunos poemas me hacían llorar y temía que si mis padres lo descubrían me sacaran el libro.
Pasaron unos años, cinco, precisamente, y cumplí 15. Como era hippie y un poco anti todo no hice fiesta. Mi papá, creo que un poco preocupado, pensó en regalarme un libro. A veces un libro es el único regalo posible. Y como yo no leía novelas ni cuentos pero me gustaba la poesía me regaló Semblanza, de Alejandra Pizarnik. Es una antología que publicó Fondo de Cultura Económica y que todavía tengo, siempre a mano, en lo que ahora es mi biblioteca. Como tengo el de García Lorca y otros de Miguel Hernández, que también me acompañan desde aquella época. No los leo ya, pero me gusta que me acompañen, que estén ahí. Porque cuando leí Semblanza otra vez fui hechizada por la poesía. Siguió pasando el tiempo, sí, eso inevitable. Cuando terminé el secundario, decía que quería ser actriz. Y de hecho lo fui, por un tiempo. Hasta que a los 24 años pasé por una etapa de mucha angustia. Había algo del teatro que me conflictuaba: a veces pienso que era lo efímero de la representación, a veces creo que era la exposición, a veces que una mezcla de las cosas y a veces, la mayoría de las veces, no tengo idea.
Mi amiga Romina, a quien conocí en una clase de teatro, me dijo un día que quería leerme poemas de un libro que le había fascinado. “En la facultad nos dieron a este poeta –me dijo-. Se llama Héctor Viel Temperley, lo tenés que leer, te va a encantar”. Jamás había escuchado el nombre de Viel Temperley, no sabía quién era. Ella tenía la edición de la obra completa y me leyó unos poemas en voz alta. Romina tenía razón, me gustaba y mucho más que eso. Al día siguiente fui hasta el centro, a la librería Gandhi y me compré el libro, la obra completa editada por Ediciones del Dock. Me acuerdo que me quedé parada un momento con el libro en la mano, lo daba vuelta, lo apretaba fuerte.
En el subte, cuando volvía a mi casa en Chacarita, me puse a leer salteado. Un poema sobre el mar, otro poema sobre el verano, sobre caballos, sobre el calor. Todo lo que me había fascinado siempre. Leía un poema y dejaba pasar unas páginas, leía otro y dejaba pasar más páginas. Había algo vital que me unía a Viel, algo difícil de explicar. Lo leí en voz baja y después, apenas llegué a mi casa, en voz alta. Nunca marco los libros, no me gusta, a algunos pocos les pongo la fecha en que los compré o los recibí. En el de Viel escribí, con lápiz, en la primera hoja, 24 de septiembre de 2003.
Empecé a leerlo para quien quisiera escucharlo. Lo seguí leyendo por años. Lo leo hoy en mis talleres.
Uno de los libros de Viel se llama El nadador. A mi primer libro de poesía le puse La campeona de nado. No fue a propósito, así son las verdaderas influencias, inconscientes. En la obra completa de Viel, en la página ciento treinta y siete, encontré este poema: “Necesito oler limón, necesito oler limón./ De tanto respirar este aire azul,/ este cielo encarnizadamente azul,/se pueden reventar los vasos/ de sangre/ más pequeños/ de mi nariz.” Al leerlo sentí que de golpe mi vida tenía sentido. Conocía ese poema y no lo había leído. Ese poema venía de la infancia, de la cocina de mi casa, ese poema venía a decirme algo y creo que lo entendí y también que está por decirme algo nuevo, cada vez que vuelvo.
Clara Muschietti nació el 6 de enero de 1978 en Buenos Aires. Es fotógrafa y poeta. Publicó los libros de poemas La campeona de nado (ganador de la convocatoria anual de la editorial iROJO, 2007); Karateka (El fin de la noche, 2010) ; la antología personal No sé qué creíste (ediciones aguadulce, Puerto Rico, 2016). El Fondo Nacional de las Artes le otorgó una beca a la creación en el área de letras en 2013. En 2015 el Fondo Metropolitano de la Cultura, las Artes y las Ciencias le otorgó un subsidio a la creación para la publicación de su libro de poesía Podría llevar cierto tiempo (Bajo la luna, 2015), que acaba de reeditarse por Caleta Olivia. En agosto saldrá su nuevo libro, La canción que cantás por Ediciones Nebliplateada.