Cuando en noviembre de 1989 la primera maza impactó el Muro de Berlín el mundo sabía que vendrían cambios drásticos y tenía, dentro de su incertidumbre, una certeza clara: la vida no iba a ser la misma. En cambio, cuando Occidente vio el primer aislamiento de Wuhan y el encierro posterior de los 27 millones de habitantes de Shangai, no comprendió que estaba, nuevamente, frente al fin de una era.
Ahora, mientras el mundo discute cómo salir de la época en la que “el tiempo es dinero”, muchos intelectuales reflexionan sobre las sociedades del futuro inmediato. El libro La Selva, la Pampa y el Ande. Vías interiores de la cultura argentina (2019), compilado por los investigadores Fabiola Orquera y Radek Sánchez Patzy y publicado por EDUNSE, la editorial de la Universidad Nacional de Santiago del Estero, aporta a esa discusión que es clave para cimentar un país que no salga de la pandemia para entrar, como otras veces, en un centralismo perjudicial.
La publicación, prologada por Ana Teresa Martínez, reúne trabajos de más de 10 autores sobre cómo las culturas regionales conforman identidades y organizan importantes ámbitos de la vida social a lo largo del país. Estas formas culturales se expresan muchas veces como modelo de vida y constituyen un valor esencial en medio de un cambio económico y social que el mundo, en general, y Argentina, en particular, recién comienzan a vivir.
Los compiladores son investigadores de vasta experiencia: Orquera, doctora en Lengua Española por la universidad estadounidense de Duke, actualmente es investigadora adjunta del CONICET y del Instituto de Investigaciones sobre el Lenguaje y la Cultura de la Universidad Nacional de Tucumán; y Sánchez Patzy, por su parte, es magíster en Antropología Social por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA e investigador del Instituto Interdisciplinario de Tilcara.
–Esta crisis señala para muchos el colapso del modelo económico en el que surgieron las grandes ciudades y su estilo de vida. Por lo estudiado en el libro, ¿qué contrapropuestas aparecen?
–En grandes líneas, la modernización en el siglo XX ha significado la pérdida traumática de formas de vida locales y, justamente, la crisis que hoy nos interpela debe dirigir nuestra mirada a comunidades de dimensiones intermedias, que permitan la participación creativa y la interacción habitual entre sus miembros, que otorguen una capacidad de reacción ante los fenómenos globales a venir. En el libro se han relevado diferentes ejemplos que muestran cómo los estilos de vida que podríamos considerar más gozosos son aquellos en que se producen ámbitos de interculturalidad y surgen comunidades creativas que pueden representar nuevas formaciones sociales o incluso estar en disidencia con las que se imponen desde instancias oficiales o desde los diseños del mercado.
–¿Qué es para ustedes la identidad?
–Consideramos la identidad como el resultado de construcciones históricas en las que intervienen diferentes factores que interactúan entre sí y que, por lo tanto, cambian cuando éstos se modifican. Justamente, los capítulos de nuestro libro analizan marcos específicos de construcción de esas identidades. Se trata de procesos móviles, dinámicos, aunque a veces en ciertos momentos, por motivos políticos, se intente esencializar sus resultados.
–¿Cuáles podrían ser los aportes del libro para una futura construcción de identidad?
–Es fundamental repensar la deuda cultural que tiene la Nación con las provincias: imaginamos redes culturales policéntricas, con archivos culturales organizados y digitalizados, que contribuyan al conocimiento del interior de las regiones y la interacción entre ellas. Es necesario pensar en un nuevo mapa cultural que introduzca en el canon nacional producciones y representantes del llamado “interior”. Esta concepción requiere un cambio en el lugar de enunciación y un profundo descentramiento, es decir todo un gesto revolucionario que permita la inclusión de lo que no se ve: un vuelco de las estructuras de pensamiento heredadas del mitrismo. Por nuestra parte, los y las que participamos en este libro y otros/as investigadores del CONICET y universidades nacionales, acabamos de constituir la Red de Estudios Interdisciplinarios en Culturas y Regiones (Reicre).
–En los últimos años los discursos de odio han tenido efecto en distintos países. Después de haber estudiado nociones de identidad, ¿ven maneras de hacer que esos discursos no sean asumidos por distintos grupos sociales?
–Si bien los discursos de odio resultan difíciles de desarticular, pensamos que un conocimiento apropiado de las prácticas culturales de las regiones argentinas contribuiría, por ejemplo, a reducir la discriminación sobre los y las provincianos/as que suele provenir desde Buenos Aires, por ejemplo. Hace poco, por ejemplo, Jorge Lanata se burló de la forma de hablar de una comunicadora tucumana, poniendo en evidencia su ignorancia sobre la diversidad cultural de Argentina. Esa ignorancia habilita la violencia simbólica que reposa en la vieja dicotomía entre civilización y barbarie. Ya es tiempo de desarticularla, a base de estudio y divulgación en los medios.
–Después del COVID-19, Argentina seguramente deberá reconstruirse en muchos sentidos. ¿Cuáles pueden ser los pilares de esa nueva construcción?
–Creemos en una reactualización del federalismo, entendido como una estructura basada en una red de conexiones multidireccionales, que disuelvan la persistencia del centralismo. Sólo curando nuestras venas abiertas, recuperando el conocimiento de nuestras artes olvidadas, podremos asentar las bases para el fortalecimiento del país hacia el futuro. La categoría de “paisano/a”, aplicada a quien anda impregnado/a de paisaje -de pampa, selva o ande, de ruralidad o de urbanidad, de montañas o de mares- vuelve a nosotros como una forma de argentinidad posible para encontrar en el otro no un enemigo interno, sino un aliado en un camino de la reconstrucción de un imaginario común que nos hermane.