La discreta levedad del procedimiento de subir canciones a las plataformas digitales le calza perfecto a Alina Gandini. Ni un EP ni uno de esos viejos discos de casi hora y media, que exprimían el límite la capacidad del formato CD. No: apenas dos temas. Lo suficientemente bellos y contrastantes entre sí como para desplegar una vasta tela para cortar. “El gato” y “El rayo” son las dos caras de la moneda pop de Alina. La moneda está en el aire. Todo en ella parece en suspensión; nada se escucha definitivo. Cantante, pianista, compositora, docente, provocadora a su manera, Alina Gandini lo explica, en cuarentena y pijama, desde su casa de Villa Ortúzar: “Son dos lados, dos épocas. ‘El rayo’ es el pasado; ‘El gato’, el futuro que quisiera. ‘El gato’ es una aparente boludez que, al final, a mi juicio aporta mucho más que la pretensión poética de ‘El rayo’”.

Habla con un vértigo destacable, una manera sinuosa que por momentos camufla una lucidez y una precision conceptual poco habituales. Se ríe de sí misma y, en el mismo gesto, intentando restarle importancia a todo. Cuando más liviana quiere aparecer, más densas son sus ideas sobre la música y el arte en general. No le escapa a la contradicción; más bien la asume como inevitable. “Y si cambio la manera de pensar, ¿qué?”, repite. Las dos canciones son, tal vez, consecuencia de un divorcio. Se separó del baterista Marcelo Baraj y quedó replanteándose todo con un niño pequeño, León, de 10 años, que anda por ahí. Cambió de casa, volvió a componer, se reconstruyó desde los escombros y acá está: en pijama. “No componía desde los años de Ácida. ¿Te acordás de Ácida? Bueno, en Ácida, con Tweety González, aprendí muchísimo. Estaba buena la banda. Igual me da un poco de amargura cuando alguien me dice ‘qué genial, me encantaba’. Pues… ¡no se notaba! Yo siento que hubo algo medio ingrato, que Ácida nunca terminaba de gustar de verdad. Siempre era como: ‘Qué interesante’.

¿Por qué estuviste tanto tiempo sin componer?

--Es que componer me resulta tortuoso. Cuando arranco con un tema todo está bien, puede haber muchos comienzos de ideas y hasta ahí todo es alegría de vivir. Pero al llegar a algo, a algún tipo de núcleo, se pone sufriente. Entre que encuentro qué voy a decir y cómo hasta que llego a cerrarlo, ingreso en una zona de bola de nervios. Y atravieso días y días en trance: leo poesía, miro por la ventana, escucho el viento, bebo, fumo. Hago cualquier cosa para colocarme fuera del pensamiento, con la ilusión de que caiga algo.

¿Sos ansiosa?

--Extremadamente.

¿Eso hizo que no esperaras a tener más temas para llegar a un EP?

--Puede ser. La no necesidad de tener un álbum entero me liberó. Es maravilloso no precisar doce temas para poder publicar. Yo me aburro muy rápido de todo, los temas se me vencen, enseguida me caduca el interés. Imaginate: cuando alguna vez logré tener doce temas terminados, al momento de la edición ya estaba harta de diez. Ahora no tuve tiempo de cansarme de estas dos canciones, ni de odiarlas, ¡cosa que indefectiblemente va a ocurrir!

Producidos por Matías Mango, mezclados y masterizados por Eduardo Bergallo, con arte del gran Max Rompo, “El gato” y “El rayo” están planteados un poco a la vieja usanza del simple. La primera cara es una hermosa canción, con adornos electrónicos un tanto vintage y una letra desoladora, románticamente punk: “Todo lo que pienso de vos no tiene arreglo/ yo me cago en tu amor. /Todo lo que siento por vos es una paja/ Solo pienso en tu olor/ Ah, no me dejes morir así/ Ah, no me dejes marear así./ Todos los secretos de mi corazón los guardo para vos / No te dejés engañar (…) Gato, bestia, bomba, bombón, cama, perno, cuerpo, montón, brujería, hechicería, presa, mi amor, mierda, maldición y dolor”.

“Me gusta. Son cuatro acordes, una melodía, y ya –dice-. Tal vez originalmente era una estupidez impublicable, pero la música cobró vida por el trabajo de Matías Mango. Es claramente un Lado A. Yo antes renegaba de los Lado A, siempre tendía a lo rebuscado… Ahora valoro la sencillez. En sentido opuesto, ‘El rayo’ es un plomo.

¿Por qué?

--Me suena super pretencioso.

¿En serio creés eso de una canción que acabás de sacar?

--¿Viste que te decía que “El rayo” era el pasado? De alguna manera me retrotrae a los tiempos de Ácida. Algo muy mental, una especie de determinación exagerada de que cada palabra exprese exactamente la sensación verdadera que quiero transmitir, y que cada nota sea exactamente la que tiene que sonar en ese momento. ¡Y encima que sea bello! O sea: insoportable. Así lo compuse. Agotador. Yo venía dark: había sido madre grande, me había separado y trataba renacer de las cenizas.

La letra es sugestiva: “Todas las mañanas que pasaron desde que el rayo cayó/ se miró con la piel de su voz. /Le dejó en la habitación una imagen del amor/ y en el temblor cambió su sombra…”

--“El rayo” es un momento exacto y quise sacarle la foto a ese momento exacto. No un momento de la vida eh, sino un momento que duró tres minutos. De esos tres minutos habla la canción. A través de la pared escuché a una persona cantando en otro lugar una canción que no esperaba escuchar, una canción cuyo título me reservo. Traté de contar ese impacto emocional, del rayo que me cayó cuando la escuché y del rebote que queda después de una sensación tan fuerte. Es el instante preciso de un sacudón en el corazón y de la nebulosa que me provocó.

Desde muy chica Alina Gandini anda de acá por allá, como un tornado que arrasa. Empezó a los 19 con Leo Maslíah, giró durante años con Fito Páez, grabó en muchísimos discos ajenos y formó Ácida. “Tuvimos un momento de supuesta gloria cuando nos escribió un productor inglés que había producido a Coldplay. El quía se llama Chris Allison, vino a Buenos Aires y no sé qué aportó realmente. Un desastre. ¡Sirvió para hacer prensa! Ahora se venció el contrato, así que vamos a volver a subir todo a Spotify”. En 2008 sacó el disco El rock es mi forma de ser con su banda Hotelera un reinterpretación jazzy de clásicos del rock argentino, con invitados como Andrés Calamaro, Charly García (“¡el holocausto del jazz!”, barrunta Charly antes de tocar y cantar “Cerca de la revolución” con Alina), Gustavo Cerati y Páez. Dice que está condenada a estar rodeada de capos y ubica a su padre, Gerardo Gandini, en lo alto de la lista.

Siempre evocás a tu padre.

--Para mí es un orgullo. No lo siento como una ausencia, está muy presente. Es algo de más que tengo, no de menos. Era un genio y era mi papá

¿Fue un peso?

--En una época yo tenía un autoexigencia terrible. Sentía que todo el tiempo tenía que hacer algo genial, si no iban a pensar que era la hija tarada. Me fue muy liberador llegar a la certeza de que jamás seré como él. Fue un “¡Basta mente!, ¡basta de molestar!” Hay un ensañamiento con los hijos de los genios. Dicen que somos tarados, y tal vez tengan razón. Y sí. Los genios no tienen hijos genios, ni luego nietos genios. Y bueno, chicos, lo lamento, acá estamos. Igual me reconozco en él. Esa clase de impunidad total, un poco bestial, la falta de solemnidad, siempre viene de él. Pero en general, las elucubraciones son de los demás, yo a veces ni me entero. La semana pasada unas amigas me preguntaron cómo empecé a tocar con Fito. Les conté que hubo una especie de casting… Las dos me dijeron: “Yo pensé que fue por tu papá”. Me pasa a menudo.

Le dedica unas frases a Páez, uno de los grandes amigos de la familia. “Mi viejo disfrutaba mucho estar con él. Fito es un mundo insondable en sí mismo, inabarcable, infinito. Para mí es como un superhéroe que te hace creer que podés ser como él. Pero no. El va de un tema simple a una catedral. Pero no me creo ni ahí esa sencillez. Yo traté y es imposible arrimarse a esa clase de simpleza, tan angelada”.

Por estos días alterna el hastío de la cuarentena con domésticas maniobras de superviviencia, como trepar a la terraza con su hijo y jugar a lo que llama “fútbol sanata”. “Es un invento para no gangrenarnos por completo y tomar un poco de sol. Creo que si no hubiera sido por León no hubiera sentido tanto el tema del encierro. Tengo un caos bastante ordenado y me armé de algunas rutinas. Casi todos los días doy clases grupales de canto, en mi taller Cantaloop, que desde hace siete años es mi centro. El eje: a partir de ahí se arma el resto. Las clases me exigen un esfuerzo energético titánico, porque soy muy consciente de mi rol en el taller. No deja de ser un oasis en este contexto. Tengo más de 300 alumnos, son mi gente, mi tribu”.

¿Cómo son tus clases?

--A veces tomamos algún detalle que pasa inadvertido en alguna canción, que da para indagar. El otro día trabajamos sobre “Ojos de videotape”, de Charly. Pero básicamente habilito a la gente a que se largue a cantar. Está bien la técnica, pero la cuestión es cantar. Yo estoy en contra de las patrullas policiales de la música. Nada es muy importante, vamos. Se trata de un juego. ¡Al diablo con la obra! Y al diablo con esconder saberes. Hay mucho de lo que yo llamo “canutismo musical”. La música no deja de ser nunca un tipo golpeando con una piedra en una caverna. Trato de hablar de esos temas también.

Algo más filosófico.

-Ponele. Es muy útil detener un poco el bocho, y dejar que las cosas decaigan por sí solas. Hay que estar atentos para pescar las burbujas de cada momento, detectar esos instantes. En Cantaloop estamos alertas cuando una canción te provoca una subidón energético o emocional. O cuando hace que te suba la presión. Capaz que es individual, pero la trasmisión de pasion es infalible y termina siendo la burbuja de muchos.

En su discurso torrencial, acecha nuevamente la posibilidad del cambio de opinión. No le tiene miedo, vuelve a señalar, a las mutaciones. Razona que el bajón de los divorcios es que la separación no es con otra persona. “Yo sufrí porque sentí que me despedía de una parte de mí misma, de alguien que yo ya no era. Ya está, acá estoy. Mi plan original era sacar estos dos temas para volver a tocar, armar una banda, ensayar, salir por los bares, tomar vino. Empecé a tener un deseo muy grande de cantar, un deseo físico, como si fuera el deseo de coger. Nunca me había pasado de esa manera. Pero me agarró la pandemia. Y con un hijo”.

¿Cómo te pegó la maternidad?

- Uf. El paso del tiempo… Siempre pensé que no iba a tener hijos. Todos los que me rodeaban decía que era mejor asi, que como madre iba a ser un desastre, desapegada, la peor. Ese pensamiento generalizado me influyó, de alguna manera me lo creí. Creí que carecía de instinto maternal. Pero tuve la necesidad de ser madre y llegó León. Fui, y soy, la madre menos pensada: sobreprotectora, rompepelotas, cuidadosa, presente. Y apareció un pensamiento que me persigue, que insiste en quedarse: desde que tengo un hijo, no me voy a poder morir.