“Antes de ser violada nunca le presté atención al asunto de ser una mujer. Estaba demasiado ocupada siendo negra y pobre”, dice Arabella, la protagonista de I May Destroy You, una celebridad de Twitter devenida en autora de best seller, que lee frente a sus editores un fragmento del libro que debe hace meses y es incapaz de terminar.
“Una pequeña violación parece poca cosa cuando otras chicas mueren lapidadas por tener un celular o sangran hasta morir con los genitales mutilados. ¿Son estos hechos un recordatorio de que no sea tan escandalosa sobre mis propias experiencias? ¿O mi escándalo realmente apoyará las experiencias de todas ellas?"
El monólogo es parte de un episodio que podría resumir varios interrogantes que se plantea la nueva serie de la inglesa Michaela Coel, una producción salvaje y original que la ha consagrado como una de las grandes creadoras de la televisión actual. En I May Destroy You, Coel se pregunta por la vida de las víctimas después de un abuso — cualquiera sea, incluso los que no se nombran como tales—, pero también, por las intersecciones raciales y económicas que padecemos y las que nos benefician, y por los devaneos de su propia generación, la millenial, que transforma tan fácilmente sus traumas en catarsis públicas y en militancias del yo. Quizás, una respuesta a varias de esas dudas es la que le dan los editores a Arabella cuando después de su sentido monólogo, le dicen algo así: Bueno, muy bonito, ¿pero dónde está el libro por el que ya te pagamos un adelanto, influencer del trauma?
Aunque antes tuvo papeles menores en series dramáticas —Law & Order y Top Boy—, Michaela Coel entró en grande al mundo de la televisión en 2015 con la primera serie de su autoría, Chewing Gum , una comedia absurda y exuberante que escribió y protagonizó ella misma, sobre una chica religiosa en sus veintes que quería desesperadamente perder la virginidad, y que hablaba a cámara de forma intempestiva un par de años antes de que Phoebe Waller-Bridge lo hiciera con su aclamada serie Fleabag.
Coel tenía 28 años cuando estrenó la primera de dos temporadas de esa producción semi-autobiográfica por la que ganó el BAFTA como guionista y actriz, que luego se emitió por Netflix y que por último la presentó a un público global. En esa serie iniciática cristalizó su imaginario primal, su formación en teatro y sus ideas sobre la comedia física y experimental. Y, claro, también cristalizó todo su camino previo a esa primera cima, que fue casi tan extravagante como la serie misma: en su juventud se había convertido al cristianismo y dejado la universidad de Birmingham donde estudiaba ciencias políticas. Después, había dejado el cristianismo y empezado a estudiar teatro.
Reemplazó sus presentaciones de poesía, basadas en pasajes bíblicos, por las interpretaciones de obras de Shakespeare y, finalmente, por un blog personal donde contó sus experiencias como mujer afro en la escuela de teatro inglesa, una comunidad de clase media acomodada que le exigía “suavizar su voz negra” para actuar. De esas reflexiones nació Chewing Gum Dreams, una celebrada obra de teatro unipersonal que devino finalmente en su primera serie. “Por un lado la protagonista es una chica religiosa que quiere perder la virginidad. Por otro lado es una chica que se siente marginada del mundo, que quiere ser parte de él, pero que persigue ese derecho de forma escandalosa y absurda porque esa es parte de su humanidad”, declaró Coel sobre su serie.
De ascendencia ghanesa, hija de padres migrantes y criada en los blocks de la clase trabajadora de Londres, en pocos años Michaela Coel se convirtió en una pequeña estrella de televisión en expansión. Su rostro expresivo, la intensidad y la plasticidad de su performance tan relevante como comediante extraña y como actriz dramática le valieron apariciones importantes en Black Mirror y un protagónico en la serie Black Earth Rising , thriller sobre el genocidio en Ruanda que se puede ver en Netflix, donde una londinense se replantea su propia identidad después de conectar con su herencia africana.
Para Coel, hacerse cargo de ese personaje ajeno fue fundamental mientras escribía su nueva serie autoral —sobre su propio abuso— para la que en ese momento tenía muchas más preguntas que certezas. “Interpretar ese personaje, preguntarme por la pertenencia y la identidad, fue crucial para construir a Arabella y a cada personaje de I May Destroy You, porque hay una complejidad y una dualidad importante que moldea a cada uno de ellos. Como si tuvieran que elegir una sola tribu para depositar sus traumas”, contó la autora. “Quizás, la opción más fácil para mí hubiese sido simplemente perderme en una narración que percibiera la vida con victimismo por haber crecido como una mujer negra."
Pero no. Nunca hay victimismo en la escritura de Michaela Coel, ahora, de 32 años. De hecho, cuando la prensa inglesa le preguntó cómo había soportado generar una ficción sobre su propia violación, ella respondió seca: yendo en bici al trabajo y durmiendo al menos siete horas por día. También dejó las redes sociales, sentía que Twitter polarizaba su visión de las cosas y le aplanaba el cerebro. Para ser justos, llegó a escribir 191 borradores de esta nueva serie, que terminó en 12 capítulos de media hora, mucho más ensayo que catarsis, mucho más impacto gráfico que declamación. Obra y gracia de una colaboración entre HBO y BBC, I May Destroy You, la segunda serie de Coel está basada en su experiencia personal: cuando fue drogada y violada una noche de fiesta entre las felices filmaciones de Chewing Gum. Arabella, el personaje principal, interpretado por ella misma —pelo rosa, procrastinadora, millenial y egomaníaca— es una personalidad mediática en ascenso que después de ser violada, decide denunciar no solo a la justicia, sino públicamente, y ahí empieza su derrotero como activista digital, como artista y, en definitiva, como una persona a la que le hicieron una cosa horrible.
Cuando esa última serie se estrenó, en junio de este año, de inmediato la crítica nombró a Michaela Coel como la nueva Phoebe Waller-Bridge, colega con quien ya compartía la rebeldía contra la cuarta pared, y que como ella, escribe y protagoniza comedias amargas, más o menos autobiográficas, con estructuras poco convencionales e historias complejas que se han vuelto extremadamente exitosas. Coel dice que no le ofende la comparación, es fan de Waller-Bridge, incluso, aunque no está muy de acuerdo con la consigna. ¿En qué se parecen exactamente esas dos series más allá de ser creadas por dos mujeres inglesas? Su reclamo no deja de tener sentido, porque la verdad es que su nueva producción, no sólo no se parece mucho a Fleabag sino que, en la crudeza con la que le hace preguntas a su propia contemporaneidad, no se parece mucho a casi ninguna otra.
Por un lado, I May Destroy You habla sobre lo que algunos han llamado “el área gris del consentimiento”, o sea, el abanico problemático de situaciones violentas no tipificadas que suelen no ser reconocidas como abuso, y que ella condensa inteligentemente en personajes secundarios complejos y filmando la violencia con muchísimo detalle. “Yo creo que les decimos áreas grises por su falta de transparencia. Pero todo lo que hay que hacer es iluminarlas un poquito. Cuando muestras en pantalla a un hombre sacándose un preservativo mientras tiene sexo, cuando realmente ves a una persona hacerle eso a otra en cámara, ya no te parece más un área gris ¿no?”, asegura Coel.
Por otro lado, se anima a contar las historias de las víctimas con una tolerancia nula a la cursilería y la autoindulgencia. Se libera de palabras predeterminadas como empoderamiento, toxicidad, responsabilidad afectiva, y cualquier otro término ya vaciado de su significado. Las víctimas para ella, también pueden ser mezquinas y crueles, pueden atravesar momentos luminosos, pueden ser insoportables. No por eso dejan de ser víctimas. Nunca dejan de serlo. Y, al mismo tiempo, no por ser víctimas dejan de beneficiarse de otras intersecciones que ocupan en la sociedad, como la de su posición económica, de su clase o de su raza.
Hace dos años, Coel escribió lo que ella llama un “texto vómito” que decía: “Somos la generación que decidió que si no nos miran, nos vamos a mostrar nosotros mismos”. Lo empezó a redactar, intentando plasmar su confusión, mientras se negaba a hacer una tercera temporada de Chewing Gum y se preparaba para escribir sobre su abuso y convertirlo en un muy público programa de televisión.
“Nos llaman vanidosos y les respondemos que eso lo heredamos de algún lado, así que somos inocentes. También somos monstruosos y desvergonzados. Nacimos para ser vistos." Su última serie es también una reflexión que se mete en el lodo de temas generacionales aún no del todo explotados: la militancia monetizada en las redes sociales y el activismo del yo encarnados en las situaciones más absurdas, algunos de los momentos más cómicos de la serie. Coel muestra a una empresa de millonarios blancos que le paga, en nombre del planeta, para atraer clientes negros a un emprendimiento de comida vegana. Muestra a una empresa body positive hostigando a una actriz negra para que muestre su cabello real en un casting (“¡Incluso si eres calva los blancos te quieren tocar la cabeza!”). Se muestra a sí misma, una mujer violada transformada en una influencer por su historia, a quien ya ni sus amigos soportan, adicta a los followers que le envían corazones. Se burla de esa banalización del horror. Al mismo tiempo, se pregunta muy honestamente cuáles son las herramientas que hoy tienen la víctimas para seguir con sus vidas. “A mí me sirvió para entender lo que pasó”, dijo Coel en una entrevista, desde el aislamiento, y agregó: “Bueno, no para entenderlo, al menos para darle un significado personal a un acto horrible que me pasó y que no tiene ningún tipo de sentido”.