En tiempos de cuarentena por la pandemia de la covid-19, uno de los delitos que no ha variado sustancialmente sus cifras de ocurrencia han sido los femicidios.
Dado que en la mayoría de los casos de mujeres asesinadas el autor es alguien con quien ha estado vinculada sentimentalmente, o lo sigue estando, este mantenimiento estable en el número de casos nuevos no sorprende, por cuanto la víctima puede que se haya visto obligada a sostener la cuarentena junto a su agresor.
Las líneas de asistencia dispuestas por el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación han visto incrementada la demanda significativamente. No obstante, las denuncias policiales no han tenido el mismo aumento. Resulta probable que las condiciones actuales dificulten el acceso y/o los recursos de las mujeres para llegar a una sede policial o judicial, aun cuando se ha dispuesto que quien se encuentre padeciendo situaciones de violencia está eximido de la cuarentena obligatoria y tiene permitido circular en busca de ayuda o asistencia. Sabido es que el aislamiento de la víctima, su alejamiento de los vínculos sociales y familiares, es una de las herramientas más poderosas con las que cuenta el agresor a la hora de ejercer el control sobre su víctima.
Ahora bien, en este trabajo intento desentrañar algunos aspectos de la génesis de la violencia en las relaciones de pareja. En esas en las que alguna vez hubo otra cosa, otros sentimientos, otros gestos.
¿En qué consiste el amor? Freud, en el punto II de Introducción al narcisismo nos dice que se ama “conforme al tipo narcisista, a lo que uno es (a sí mismo), a lo que uno fue, a lo que uno quisiera ser, o a la persona que fue una parte de uno mismo; por su parte, conforme al tipo de apoyo (anaclítico) se ama a la mujer nutriz o al hombre protector”.
El enamoramiento, prosigue, consiste en “una afluencia de la libido del yo al objeto... exalta el objeto sexual a la categoría de ideal sexual. El ideal sexual puede entrar en una interesante relación auxiliar con el yo ideal. Cuando la satisfacción narcisística tropieza con obstáculos reales, puede ser utilizado el ideal sexual como satisfacción sustitutiva. Se ama entonces conforme al tipo de elección de objeto narcisista. Se ama a aquello que hemos sido y dejamos de ser o aquello que posee perfecciones de que carecemos. La fórmula correspondiente sería: es amado aquello que posee la perfección que le falta al yo para llegar al ideal”.
Hablando de la “cura por el amor”, Freud nos advierte que “este desenlace podría parecernos satisfactorio si no trajese consigo, para el sujeto, una invalidante dependencia de la persona que le ha prestado su amoroso auxilio”.
Sea que la elección del objeto amoroso haya estado determinada por anclaje o por narcisismo, ese fascinante encuentro inaugural pronto se revela como fallido. El otro no es un reflejo del yo ni su complemento. Las metáforas de la media naranja o el medio corazón resultan efímeras, y el desencuentro, inevitable.
A poco de andar, comienzan a asomar las diferencias. Primero, bajo la forma de pequeñas cosas que no llegan a romper con la ilusión de haber encontrado “el alma gemela” o el complemento. Luego, se tornan indisimulables, y a veces el vínculo, fuertemente fundado en la creencia en la completud que induce el enamoramiento, no resiste tamaña desilusión.
Lo que frecuentemente puede derivar en una separación o ruptura de la pareja, más o menos corriente, en ocasiones se deriva en tensiones imaginarias, en las que el sujeto responsabiliza al otro por el derrumbe de la ilusión amorosa, por haber puesto al descubierto la incompletud que se intenta suturar a través del encuentro con el otro, de haber evidenciado la tan temida castración. Lo que el sujeto desconoce es que el desencuentro está en la base misma de la ilusión de completud buscada en la relación con el otro. Lacan lo dice en términos no tan coloquiales como Freud, pero no por eso menos explícito: “el amor es dar lo que no se tiene a quien no lo es”.
Lo que no se tiene: la propia castración; a quien no lo es: el objeto de la complementariedad que no es tal, sino que se trata de un otro, también atravesado por la castración.
Entonces, en el amor, se entrega la propia falta, en la búsqueda de ese objeto que se ofrezca a completarla, infructuosamente.
Decía que frente a la decepción, algunos sujetos no toleran el agujero que emerge ante la pérdida del objeto que lo suturaba imaginariamente. Y encuentran en la hostilidad, en la agresión, una manera regresiva de carácter anal de perpetuar la complementariedad, en un erotismo que aun violento, no dejar de ser una satisfacción, un goce pulsional del objeto.
Este objeto, antes del amor, en el que confluían las corrientes eróticas con las corrientes tiernas, se ve despojado de estas últimas, y sólo conserva el status de objeto de la pulsión. De este modo, se reduce a un mero depositario de la tensión pulsional derivada de la frustación amorosa.
La agresión es al mismo tiempo un intento de reincorporar el objeto, de apropiarse de él, de ejercer un control omnipotente, para que éste no deje de ser aquello que el sujeto añoró y creyó encontrar en el instante amoroso.
“Si no sos mía no vas a ser de nadie” parece ser la expresión más descarnada de la ferocidad con la que el sujeto intenta imponer el deber de su objeto de oficiar como su complemento. “Si no vas a completarme a mí, si no vas a ser quien disimule mi propia castración, no vas a ocuparte de la falta de ningún otro”.
He aquí como el enamoramiento que dio lugar al comienzo de una relación, al desvanecerse y desnudar la otredad del otro, puede en ocasiones desembocar en actos de tremenda crueldad, en sujetos cuyo frágil narcisismo, su extrema dependencia, no soporta confrontarse con su propia castración.
En el comienzo de la existencia del humano hay una pérdida que es fundante del deseo. Las distintas maneras en las que el sujeto podrá a lo largo de su vida vérselas con esa condición estructural van a determinar el modo en el que tratará a sus objetos, ya sea cuando los tiene como cuando los pierde.
El femicida no puede soportar la pérdida del objeto. El desencuentro, la frustración, la pérdida resultan imposibles de elaborar para él. El ataque homicida se convierte así en la estrategia trágica de apoderarse del otro, quien para entonces ha dejado hace tiempo de ser el objeto amoroso, para quedar reducido a un puro resto con el que intenta obturar el insoportable abismo de su castración.
Andrea Homene es psicoanalista. Autora de Psicoanálisis en las Trincheras. Práctica Analitica y Derecho Penal (Editorial Letra Viva).