Es una de las cantoras y compositoras norteñas más finas. Aguda, inspirada y creativa. Pocas como Sara Mamani con entidad de sobra como para conmemorar con sus músicas y cantos el Día de la Pachamama (sábado 1° de agosto a las 21 por @cenizasdelalba). Así y todo, nada le impide ensayar fugas hacia otros terrenos. Cierto misterio. Ciertos giros. De hecho, es lo que acaba de plasmar libremente en Trazos, excelente nuevo disco de esta artista formada entre el Cuchi Leguizamón y los cerros salteños. “Sí… hice un giro en mi modo musical y esto es algo muy significativo para mí”, refrenda ella ante Página/12, a los efectos de recostarse sobre las profundidades del flamante trabajo, el séptimo de su trayecto. “En este disco siento una apertura de la canción. Me veo cómoda allí, mientras lo telúrico se va corriendo de lugar, y se mueve dentro mío. Me recuerda a un taller de composición que hice con Hilda Herrera… un día ella me dijo, con mucho amor, que dejara de hacer huaynos, y a la clase siguiente le llevé una tonada”, se ríe Mamani, explicando la tríada de fugas, giros y misterios que conlleva Trazos, disco de diez piezas cuya escucha fluye calma en su variedad. En sus variopintos matices unificados por esa voz ronca, profunda, montañosa.
Unidos, a su vez, por el talante compositivo de la doña que mete pluma musical en casi todas las piezas. Y textual en una (“Palabras”), en la que comparte voz con otra de las suyas: Luciana Jury. “No es un pensamiento acabado lo que me guía a abrir… es intuición y necesidad interna”, explica Mamani. “Y con Luciana, bueno, es un punto aparte. Un mundo asombroso. Es la única canción que da vuelta las autorías. Ella la música, yo la letra… y ella la magia”, agradece la cantora, que también se dejó acompañar –y arreglar- por la guitarra de Ezequiel Parodi, además de participar a Irene Cadario, en violín; Marcelo Chiodi, en saxos; Jorge Rabito, en contrabajo; Emiliano López al bandoneón y Conce Soares, en percusión. El disco también marca una diferencia con su antecesor Re-vivir, en un sentido invertido. Mientras en aquel Sara musicalizó poetas clásicos (García Lorca, Rafael Alberti y Manuel J Castillo, entre otros), en este puso su música a disposición de poetas de hoy. Es el caso de Fernando Noy en “Ofrenda”. El de Cintia Bravo en “Al mismo tiempo”, o el de la notable “Escuchar a Joan Baez”, de Miguel Gaya.
“Joan Baez fue mi primer amor musical, inolvidable”, se emociona la cantora. “La escuché por primera vez en Salta, por radio, y fue suficiente con el tema ´Kumbaya´ para generar mi asombro. Recuerdo que los domingos una vecina me prestaba un tocadiscos Winco, para escuchar ese disco (Joan Baez in Concert), porque fue el primero que me compré, y no tenía dónde escucharlo. Después, una amiga irlandesa me escribió las letras de Baez en inglés, y yo cantaba sus canciones a la par, tras haber sacado los acordes. Las horas eran así en esos tiempos y, cuando vi la película Woodstock, lloré al verla en pantalla grande. Pasaron casi cincuenta años de esos momentos y, cuando estaba en plena hechura de Trazos, encontré el poema de Gaya. Ya lo había leído, pero se aparecía de nuevo en el momento justo, y la música salió sin más”.
-¿Por qué Trazos?
-Porque cuando estoy sumergida en el hacer de un disco, las canciones llevan un tiempo, y entonces voy pensando también en el nombre y en la gráfica. En esa situación, vi un dibujo en casa que me habían hecho en Salta hace mucho tiempo. Y de ahí viene la palabra… con ella sentí que abarcaba la propuesta que tenía. De lo que hablan los poemas, de esos trazos de la vida.
-Poemas que conviven, en este caso, con un instrumental que te pertenece solo a vos: “Tres cerritos”. ¿Qué pinta esta música tan sentida?
-Es un tema viejo. Una melodía que hice en mis primeros años en Buenos Aires, recordando un barrio de Salta, y sus tres cerros. Muchos recuerdos me inspiraron para componer este tema: la bohemia, los sueños, las guitarreadas, la poesía, el teatro, la amistad.
-Y el Cuchi Leguizamón, se intuye… con él te formaste en canto y teoría musical. Pavada de maestro.
-(risas) Y lo vi tocar infinidad de veces, ahí cerquita. Me marcaron su honestidad musical, su apertura y obviamente su genialidad. Este alimento lo tuve desde muy joven, cuando no me daba cuenta de la magnitud de su música. Pero yo la bebía a borbotones. Del Cuchi, claro, pero también de Dino Saluzzi, de los Inti Illimani, de Violeta Parra, y de una larga lista que no se acaba. Me la paso escuchando músicas diversas.
Así fue desde siempre. Aquella conmoción de Mamani al ver por primera vez a Joan Baez en pantalla grande, se mezclaba con otras más empíricas. Por caso, la experiencia con el grupo de música latinoamericana llamado Mensaje o, ya durante la década del noventa y afincada en Buenos Aires, en ese otro que fundó y dirigió: Allaqui. Un devenir musical que marchó a la par de sus roles como escritora, investigadora y profesora de filosofía. “La filosofía se va 'enredando, enredando, como el musguito en la piedra'”, afirma. “Ella ha marcado una línea firme en mi vida entera. Y mis composiciones tienen esa señal, a veces más marcada, a veces menos o un poquito. En este tiempo, puntualmente, tiene mucha presencia… hay mucho de filosófico en mi escritura actual. Y no en el sentido de conceptos complicados, sino en el un escarbar hondo en la vida, y en sus interrogantes. Creo que siempre hice eso: escarbar en profundidades”.
-La pandemia es un gran caldo de cultivo para ello.
-Uh, sí. Nada es igual que antes. Hay un aprendizaje de todo, y la distancia es dura.