La semana pasada se realizó una cumbre virtual de once cancilleres de América Latina y el Caribe con su par chino, Wang Yi (foto). China anunció allí un fondo de mil millones de dólares para la región y garantizó accesibilidad a tratamientos y medicinas: el gigante asiático considera a su potencial vacuna como un "bien público mundial". Esa idea, que había sido planteada por el presidente de ese país, Xi Jinping, durante la Asamblea Virtual de la Organización Mundial de la Salud en mayo pasado, fue ahora retomada por Wang Yi: el canciller remarcó que la vacuna que CanSino Biologics está desarrollando junto al Instituto Científico Militar será un bien público de acceso universal.
China parece estar apuntando a varias bandas en simultáneo: América Latina, Asia y África como lugares donde llegar prioritariamente con su vacuna. Es parte de una estrategia general post pandemia: achicar los "costos" de que el Covid 19 haya surgido en Wuhan. Por eso implementó la famosa "diplomacia de los barbijos": Xi Jinping le mandó materiales sanitarios a más de 150 países cuando este planeta tiene 193, según la propia ONU. Un globalismo y multilateralismo del que Washington hoy reniega, enfrascado en las múltiples crisis internas.
También días atrás, Donald Trump anunció un acuerdo con Pfizer. 1950 millones de dólares es la cifra que el gobierno estadounidense abonará a esta farmaceútica que está trabajando en conjunto con la alemana Fiontech. ¿Qué compra Trump con esos casi dos mil millones de dólares? Unas 100 millones de dosis para el mercado local. Pero tiene la posibilidad de adquirir hasta 500 millones de dosis más. "Creo que tenemos un ganador ahí" fueron las palabras elegidas por el Jefe de Estado de la principal potencia mundial para dar cuenta de las novedades. Como con la compra del 95 por ciento del stock de remdesivir, el fármaco que sirve contra el Covid, realizada semanas atrás, Trump se focaliza en el plano interno: tratar de resolver la crisis del Covid-19 dentro de Estados Unidos. Por ello tampoco miraría con malos ojos si hay avances de Moderna y Astrazeneca, los otros grandes laboratorios occidentales que han hecho sustantivos avances en esta carrera de tiempo: también servirían para abastecer el mercado estadounidense en caso de que todo empeore aún más.
Mientras Trump anunciaba el "histórico acuerdo" con Pfizer se producía un duro discurso de Mike Pompeo, Secretario de Estado de los EE.UU., en relación a China. Pompeo habló de los supuestos planes hegemónicos del Partido Comunista de ese país a nivel mundial y dijo que "no se puede tratar a esta encarnación de China como un país normal como cualquier otro". A la par que Pompeo, ex hombre de la CIA, pronunciaba "el mundo libre ha de triunfar sobre esta nueva tiranía", el consulado chino en Houston era cerrado por la administración Trump, aduciendo que allí se desarrollaban tareas de espionaje. Xi Jinping contestó casi al instante: cerró y luego ocupó el consulado de EEUU. en Chengdu. La sobreideologización en las palabras de Pompeo -China parece más dispuesta a "disputar" dentro del capitalismo que fuera de él, independientemente del ideario "socialismo con características chinas"- pueden tener como interlocutor a los cancilleres de la Unión Europea. Y también, claro, a un sector de los votantes norteamericanos: dos de cada tres ciudadanos expresan su desconfianza en el gigante asiático, de acuerdo a estadísticas del Pew Research Center.
Espionaje cruzado
Las acusaciones mutuas de espionaje parecen sacar a flote lo obvio: ambas potencias se están espiando en simultáneo, como parte de la escalada que ya lleva años y deteriora aún más el vínculo bilateral. La detención de Tang Juan, una científica china a la que EE.UU. acusa de fraude y que permanecía en el consulado chino de San Francisco, es parte de esa estrategia. Si la vacuna de la segunda potencia mundial está siendo elaborada por el Ejército de ese país, ¿el objetivo de esta detención sería obtener información en torno al estado de situación de esa vacuna? Son especulaciones que no habría que descartar, visto y considerando lo tarde (muy tarde) que llegó la administración Trump a las noticias sobre el Covid-19 y su expansión durante los primeros tres meses del año en Asia. Más allá del hermetismo de Beijing, Washington parece estar admitiendo cierta ceguera sobre lo que allí sucede: conoce menos de lo que quisiera.
El presidente de EE.UU. encuentra incentivos lógicos para que la vacuna esté lo antes posible. El principal tiene que ver con las elecciones de noviembre: todas las encuestas lo muestran muy por debajo de Joe Biden, el poco carismático candidato del Partido Demócrata que aprovecha la crisis sanitaria, económica y social de EE.UU. y se encamina a ser favorito en las presidenciales. Si Trump concreta la vacuna antes, o al menos pone una fecha posterior al 8 de noviembre pero cercana, demostrará estar en competencia, con posibilidades de revalidar, o al menos de disputar en el escenario de tormenta perfecta que le tocó vivir.
China tiene varios incentivos para que la vacuna esté lo antes posible. Uno es ampliar su influencia como articulador global, como aspirante a líder del multilateralismo disperso. En la reunión de cancilleres que mencionamos, China juntó a los Ministros de Relaciones Exteriores de Ecuador y Cuba, por poner dos ejemplos de países cuyas conducciones políticas son antagónicas en su orientación ideológica. México fue el articulador de este encuentro, en el que participó también la Argentina; ambos países forman el eje progresista en la región y tienen fluidos vínculos con Beijing. El segundo incentivo de China tiene que ver con limpiar aún más su imagen ante el mundo, tras haberse originado el Covid 19 en Wuhan. Xi Jinping tiene un escenario que Trump envidiaría: ninguna elección por delante, luego de haber sido reelecto por la Asamblea Nacional Popular hasta el año 2023 y de haber ingresado a la Constitución de su país al nivel de Mao.
La puja por la vacuna esconde otra contienda, decisiva, estructural: quién va a ser la principal potencia de este planeta en las próximas décadas. En eso no hay grieta entre el Partido Republicano y el Partido Demócrata: sea quien sea el presidente de EE.UU. el año próximo, China seguirá siendo la principal preocupación de la política exterior del todavía hegemón. Con espionaje y aranceles cruzados, más disputa tecnológico-científica en pleno desarrollo, la pandemia reforzó las tensiones. Y la nueva Guerra Fría, como el Coronavirus, ya está entre nosotros.
Analista internacional. Politólogo-UBA