La grieta es un sentido y como tal forma parte de un discurso mayor que la contiene. Dicho discurso invita, mejor dicho limita, a analizar una realidad siempre compleja de modo dicotómico, en blanco y negro.
La producción mediática hegemónica, primero opositora, otrora oficialista y nuevamente opositora en la actualidad, lo sabe muy bien y así opera. Si bien la grieta es un sentido lo que interesa a sus productores no es su contenido sino su carácter instrumental, su uso. No importa “lo que” divida la grieta sino “que divida”.
Al tratarse de un discurso dicotómico, basta con definir claramente un lado de la grieta, el otro deviene solo. De un lado pueden estar quienes defiendan al campo porque “el campo somos todos”, protejan “la república porque vamos camino a ser Venezuela” o quienes exigen terminar con la “infectadura” que quita la libertad, lo mismo da. Lo esencial es lo instrumental, que existan los lados.
La grieta es también un mito y, como tal, no busca argumentos o explicaciones sino comprobaciones. Si de este lado de la grieta están “quienes trabajamos día a día y tenemos lo que tenemos fruto exclusivo de nuestro esfuerzo individual” bastará encontrar, para construir el otro lado (el de los vagos y “planeros” que viven de la teta del Estado que bancamos con nuestros impuestos”) algunos ejemplos que lo comprueben.
Al buscar (y encontrar) los casos particulares (que lo medios ayudan a multiplicar) queda cerrado el círculo. La comprobación oficia de confirmación de la anticipación de sentido (lo que todos sabíamos) y naturaliza la relación social.
Lejos de visibilizar los conflictos sociales, las visiones dicotómicas (el discurso de la grieta es una de ellas pero no la única) esconden las tensiones y contradicciones de un sistema capitalista esencialmente desigual y contradictorio, promoviendo un acercamiento a la realidad social exclusivamente a través de los sentimientos y las emociones, anclaje perfecto para todos y cada uno de los discurso del odio y, como no puede ser de otra manera, para las y los odiadores seriales.
Si de simplificaciones, naturalizaciones y falta de argumentos se trata, la estructura discursiva de las redes sociales, con su inmediatez, fragilidad y liquidez, constituye el campo perfecto para su proliferación.
El pensamiento dicotómico lejos está de ser prerrogativa de una visión neoliberal, aunque, claro está, en tanto discurso del pensamiento único (el fin de las ideologías) la constituye de modo esencial. Otros discursos también se han valido de ella o han respondido al pensamiento único neoliberal con otras dicotomías. Somos “nosotros o los antipueblo”, o para algunas izquierdas “todos son lo mismo”, menos ellas.
No se trata de desconocer la importancia de los liderazgos, la mística militante y la construcción colectiva de las luchas sociales sin las cuales solo reinarían los privilegios, sino, muy por el contrario se alientan. Pero dicha construcción debe hacerse y edificarse en crecientes procesos de desnaturalización de la realidad, historización de la luchas de las clases populares, visibilización de los conflictos sociales, en pos de construir hegemonía. Es decir, construir consensos para acumular poder popular que exija, legitime y sostenga gobiernos populares que den las batallas culturales y materiales que deben darse si se quiere construir una sociedad que se rija por el principio “la Patria es el Otro”.
Especial cuidado debe tenerse en intentar salir de los discursos del odio promovidos por la grieta, a través de algunos de los atajos y disfraces que presentan las derechas vernáculas y globalizadas como únicos caminos para su superación.
Los discursos que levantan las voces de un supuesto colectivo que nos incluye a todas y todos sin desigualdades como “la gente común”, “el ciudadano de a pie”, más allá de incluir implícita o explícitamente un discurso antipolítica (“no hay proyectos políticos sino una clase política monolítica y esencialmente corrupta”), fundamentalmente esconde e invisibiliza todas las desigualdades sociales y los conflictos inherentes a las mismas, abordando a la realidad social desde el orden y la tranquilidad que, como diría Eduardo Galeano, es el orden de la cotidiana humillación de las mayorías, pero orden al fin, y la tranquilidad de que la injusticia siga siendo injusta y el hambre hambriento.
La pandemia Covid-19, visibilizando las desigualdades sociales representa una oportunidad para abordarlas, por fuera de la grieta y los discursos del odio que de ella devienen, pero reconociendo los conflictos y contradicciones de una sociedad capitalista, esencialmente conflictiva y contradictoria y las batallas culturales y materiales que todo proyecto político debe primero enunciar y luego decidir dar.
Es con la política y no sin ella que tendremos alguna oportunidad de construir una sociedad más justa y democrática.
* Carlos Andujar es docente ISFD Nº41. UNLZ FCS (CEMU).