Horacio Ciafardini, el “flaco”, fue un excelso economista marxista y militante del Partido Comunista Revolucionario. Sus contribuciones en el terreno de la teoría deben remarcarse a raíz de su profundidad científica y erudición. Rehuyendo a formulaciones matemáticas, fiel a su tradición clásica, cultivó la prosa para comprender la lógica interna y devenir del capitalismo.
A principios de los sesenta, luego de recibirse de contador en la Universidad del Litoral, viajó al exterior para ampliar su horizonte cultural y especializarse en economía. Estudió en París con el reconocido filósofo marxista Charles Bettelheim. Luego se trasladó a Polonia para doctorarse en planificación económica con el mismísimo Michal Kalecki. En Europa del Este es testigo de los virajes económicos y la expansión militar de la URSS.
Dicha experiencia europea modeló y definió su posición política al regresar al país. Con todo, fue consolidando una posición clasista ligada a su empatía con el proletariado. No sólo fue un eximio marxista de “salón”, sino que intentó implantar tal doctrina al terreno concreto de la vida política. Mucho menos ocultó su íntima condición de marxista y responsabilidad histórica como en ocasiones, por vergüenza o miedo al rechazo entre pares, economistas como Yanis Varoufakis tratan de licuar al autodenominarse “marxista errático”.
A finales de los sesenta se vinculó con diversas universidades nacionales. En 1969 el Departamento de Economía de la Universidad del Sur propuso un cambio sustancial en el plan de estudios de la carrera monopolizada por el pensamiento ortodoxo. Contra esta forma unilateral de concebir la economía se sumó a aquella iniciativa que incorporaba además de las teorías heterodoxas (marxistas, keynesianas y postkeynesianas) un enfoque multidisciplinario donde el saber filosófico, histórico, sociológico y antropológico se conjugaba con el conocimiento económico.
Participaron de la cátedra otros intelectuales de la talla de Alberto Barbeito, Carlos Barrera, Oscar Braun, José Luis Coraggio, Carlos Cristiá, José Carlos Chiaramonte, Cristian Dimitriu, Alberto Federico, Héctor Gambarota, Pablo Gerchunoff, Ernesto Libolerio, Enrique Melchior, Héctor Pistonesi, Roberto Salas, Dolio Sfaccia y Miguel Teubal.
1974 es un año bisagra para Caifardini quien pasa a engrosar una larga lista de cesanteados y perseguidos por el rector de la UBA Alberto Ottalagano. Por su parte en la Universidad del Sur, el ambiente se enrarecía paulatinamente con el nombramiento del interventor Remus Tetu (un oscuro profesor rumano acusado de crímenes de guerra). Este último revocó la vida académica de profesores considerados altamente peligrosos, entre los que obviamente se encontraba Ciafardini. La tarea de desmantelamiento final estuvo a cargo del ex general Acdel Vilas a mediados de 1976.
Finalmente es detenido por el Poder Ejecutivo en julio de 1976 acusado de “infiltración”, “subversión ideológica” y “complot marxista”. Rehusó la posibilidad de emigrar propuesta por la dictadura. En cambio prefirió el presidio porque, según sus propias palabras: “ceder significaba perder lo fundamental”. Permaneció injustamente detenido dos meses en Bahía Blanca, casi cinco años en el tristemente célebre penal de Rawson y un año y medio en La Plata. Fue liberado bajo custodia bien entrado 1982.
En libertad vigilada y ya en democracia, emprende la dura lucha por volver a las aulas de la UBA y retomar su cátedra de Macroeconomía. Su reincorporación registró momentos tragicómicos. Dilaciones, excusas ridículas y toda clase de pretextos fueron esgrimidos para impedir su regreso a la FCE. No claudicó un segundo en aquella epopeya en la que no faltaron marchas, solicitadas y reclamos formales del mundo científico. Su retorno a la actividad académica fue un éxito parcial pues sólo logró obtener un cargo en el área de investigación alejado del alumnado como era su propósito principal.
Como una mueca macabra del destino un insolente infarto capitalizó los años de presidio y maltrato paradójicamente el mismo día de su restitución (tardía y a regañadientes) a la UBA. Cayó fulminado a doscientos metros de los arcos de económicas en octubre de 1984 a sus tempranos cuarenta y un años.
Incluso descontando sus años de detención este economista “maldito” nos dejó una obra enormemente valiosa que espera su exhumación. En aquel momento reinó un clima de indiferencia que aturdía. Más allá de reconocimientos aleatorios, su figura y obra continúa oculta para la mayoría de los economistas. Más trágico es el hecho que dentro de la izquierda argentina no exista algún cuadro político que recoja su legado.
Con Ciafardini partió un científico revolucionario descreído de toda salida reformista o socialdemócrata diluyéndose una fructífera línea de pensamiento. Sin más, Caifardini es una pieza cardinal de un gran rompecabezas donde la muerte (natural o infringida, sistemática o en forma de exilio) de una generación quebró la posibilidad de edificar una alternativa que inevitablemente entraría en tensión con los poderes fácticos y con toda clase de imperialismo ya sea yanqui o pro-ruso. Parafraseando a Borges, con su perdida “cuanta memoria se apaga”.
* Diego Gabriel Liffourrena es licenciado en Comercio Internacional, Universidad Nacional de Quilmes (UNQ); magister en Historia Económica y de las Políticas Económicas, Universidad de Buenos Aires (UBA); doctorando en Desarrollo Económico, Universidad Nacional de Quilmes. Miembro del Centro de Economía Política Argentina (CEPA).