Los encantos que Marcelo Bielsa ha generado en este tiempo en la ciudad inglesa de Leeds, comandando al equipo con el que acaba de conseguir el ascenso a la Premier League, se materializaron en una calle que desde ahora llevará su nombre: la Marcelo Bielsa Way. Ante la apariencia de novedad, el DT rosarino no debiera sentirse solo: aunque no son muchos, hay otros entrenadores argentinos que han sido homenajeados con su nombre en distintas geografías urbanas, y a los que se recuerda cotidianamente, y hasta sin querer, sólo pateando las calles.
El que haya recorrido el costero Lido de Jesolo, en la provincia italiana de Venecia, se habrá encontrado con el nombre de este técnico argentino en el cartelito de una esquina. Es curioso, además, porque se encuentra enmarcado -en un divertido guiño para quienes aman el fútbol- por otros que también recuerdan a mitos de la redonda: entre las calles Nereo Rocco y Giuseppe Meazza, aparece la Via Helenio Herrera. Rocco, conocido como el padre del catenaccio italiano, y Meazza, leyenda de la azurra campeona del mundo en el ’34 y el ’38, cobijan al legendario H.H.
Apodado Il Mago, Herrera es el otro símbolo del catenaccio, el cerrojo defensivo del fútbol italiano, aunque él lo hizo suyo en el Inter, a diferencia de quien lo cruza en esa esquina veneciana, que lo ejecutó en el Milan. El argentino forma parte de las páginas doradas del Nerazzurri, al que llevó a la gloria bajo su dirección técnica en los años '60: se consagró tres años consecutivos en el Calcio, dos veces como campeón de Europa y otras dos de la Copa Intercontinental, en históricas finales ante Independiente en 1964 y 1965.
Había nacido en Buenos Aires, aunque de chiquito se volvió a Europa -donde habían nacido sus padres-, pero hasta ese comienzo está atravesado por una excentricidad que fue marca en su vida. Así como le agregó un palito al cero de su fecha de nacimiento (para convertir el 1910 en 1916 y ganar seis años de juventud), Herrera es reconocido también por haberle dado más foco a la figura del entrenador en el fútbol. Incluso el lecho donde yace, en el cementerio San Michele de Venecia, permite dimensionar su importancia dentro de la historia de este deporte: su última esposa, Fiora Gandolfi, hizo escribir el año de nacimiento que él eligió en su lápida, junto a una pelota de fútbol y una Copa de Europa hechas de piedra.
Pero no sólo en el Viejo continente hay homenajes para quienes se calzan el buzo del fútbol. Dos calles de la provincia de Buenos Aires reconocen a dos técnicos del fútbol argentino, y son linderas de los estadios de esos clubes a los que tales nombres contribuyeron a hacer más grandes.
Trigilli y Cabrero, glorias en Buenos Aires
En Caseros, la continuación de la calle Suiza inaugura el pequeño pero significativo trazado que honra la memoria de un grande de Estudiantes de Buenos Aires: Ricardo Trigilli, quien condujo al Pincha en ascensos que permitieron celebrar a las distintas generaciones de una familia de hinchas. En 1996, lo llevó a la B Nacional, tras una inolvidable goleada ante Almagro por 5-1 en el partido decisivo. Pero antes, en 1977, el Tano le dio la mano a Estudiantes para ganar el torneo de Primera B y alcanzar la máxima división del fútbol nacional, inaugurando la única temporada del club en Primera durante la era profesional.
Lo hinchas del Bicho también lo recordarán -tanto por su época de jugador como de DT- y, de cruzarse con su calle, seguro les sacará una sonrisa. A Trigilli, que murió en 2010 a los 75 años, no sólo lo unió con La Paternal el haber nacido allí: además de haberse iniciado en sus divisiones inferiores, en 1955 tuvo su gran año al coronar el título que significó el ascenso de Argentinos a Primera como goleador del equipo. Ya como entrenador, también se puso el buzo del Bicho en un momento difícil y lo sacó adelante: fue en el '67, cuando lo agarró casi descendido y mantuvo la categoría.
Ramón Cabrero, que abandonó este mundo a sus jóvenes 69 años, es otro de los entrenadores argentinos que cualquiera puede encontrarse caminando las calles. Para ser rigurosos, habrá que decir que Cabrero en realidad nació español -en la ciudad de Santander, en Cantabria, el 11 de noviembre de 1947-, pero si no adoptó estas tierras como propias desde que llegó a Argentina a sus cuatro años, sí debió saber que sus habitantes, especialmente quienes tienen el corazón granate, lo adoptaron como uno más a él.
La calle que lleva su nombre nació el 2 de diciembre de 2018, un año después de la muerte del entrenador que llevó a Lanús a la gloria local: en 2007, con figuras como José Sand o Diego Valeri, lo condujo al primer título de Primera división de su historia. La Fortaleza, el estadio granate, se encuentra justamente en la esquina donde se cruzan el apellido de Cabrero con el de Héctor Guidi, que también ganó la calle por sus días dorados en los "Globetrotters", que en 1956 maravillaron al fútbol argentino. El homenaje urbano a "Ramonín", como se lo conocía en el barrio y en el club, tiene un detalle más, de esos que el destino le otorga sólo a algunos: el azar y la numeración de esa cuadra hicieron que Ramón Cabrero 2007 pasara a ser la dirección exacta de la cancha en la que ese hombre había hecho feliz a tanta gente.
Las y los amantes del fútbol sabrán que, sólo por mencionar casos de nuestro país, hay esquinas por allí homenajeando a Herminio Masantonio, a Oreste Corbatta, a Ricardo Bochini, sólo por nombrar algunos. Este año, de hecho, sólo una semana después de la muerte del Trinche Carlovich -quien falleció a causa de un violento robo mientras andaba en bicicleta- se anunció un proyecto para ponerle su nombre a una de las calles que bordean el estadio de Central Córdoba, en Rosario, del que fue su máxima gloria.
Viajando por el mundo, hay una rotonda en Nápoles que se llama Maradona, rebautizada en honor al Pibe de oro. Y una vía en Madrid que lleva el nombre de Alfredo Di Stéfano, en el barrio de Valdebebas, cerca de donde está ubicada la Ciudad Deportiva del Real Madrid, justamente el club donde La saeta rubia llegó para marcar un antes y un después. Lo cierto es que esta nota buscaba recordar a aquellas calles que, como la que ahora lleva el nombre de Bielsa en Leeds, le rinden su tributo no a los jugadores sino a los que hacen su arte desde el banquillo, mediante la magia de transmitir sus pensamientos.
El homenaje hecho cariñoso asfalto también llegó para Pablo Vico, aunque su apellido no aparece en la vía pública sino en un barrio privado. El histórico DT de Brown de Adrogué vive en su cancha y lo dirige desde hace 11 años. Con él, el Tricolor alcanzó dos ascensos a la B Nacional, también lo llevó al Reducido para llegar a Primera y venció a equipos de la máxima categoría por la Copa Argentina. La chapita con su nombre indica la calle principal de un barrio residencial de San Clemente, motivada por un empresario inmobiliario que resultó ser fiel seguidor del equipo de Adrogué.
Renato Cesarini, de Italia a la Argentina
Hay otro nombre, uno que romanos, romanas, santafesinas y santafesinos caminan a diario, sin percatarse tal vez de la referencia a aquel que la despuntó como jugador y como maestro en Italia y en Argentina. Es que Renato Cesarini, que nació en Italia en 1906 pero a los pocos meses llegó a nuestro país, tiene su firma en dos ciudades: en Roma tiene su Vía y en Roldán, su calle, en un trazado donde aparecen otras que homenajean a Mario Boyé, Oscar Gálvez o Juan Manuel Fangio.
Si como jugador conquistó cinco títulos con Juventus y tres con River, como entrenador basta apenas un renglón para comprender su grandeza: fue, junto a Carlos Peucelle, el armador de La Máquina, para muchos el mejor equipo de la historia del fútbol argentino. Conquistó seis títulos con los millonarios y tres, al mando de la Vecchia Signora, todos desde afuera de la línea de cal. También dirigió por un puñado de partidos a la Selección. "¿Usted se asombra? Bueno, ¡asómbrese! -le decía a Osvaldo Ardizzone, en una entrevista de la revista El Gráfico-. El jugador lo formo yo. ¡Lo construyo yo! ¡Sí, señor! ¡YO! Al jugador lo hace quien lo conduce".
Parece que hay entrenadores argentinos que han sabido conducir tan bien los sueños de miles de hinchas que, desde donde sea que estén, siguen dando sus indicaciones y sus pasos, a despistados transeúntes, y también a algún otro que se encuentra con su nombre en alguna esquina y sonríe al recordarlo.