Cerdos o no cerdos, ésa es la cuestión. El lunes 6 de julio un comunicado de Cancillería informó sobre un constructivo encuentro entre Felipe Solá y el ministro de Comercio de la República Popular China, Zhong Shan, en torno al avance de un proyecto de producción de carne porcina en estas tierras para su exportación al gigante asiático. De concretarse implicaría una duplicación de la producción del país durante los próximos cinco años. La noticia despertó un acalorado debate en el que se ponen en juego múltiples cuestiones: ¿Oportunidad o falsa solución? ¿La economía por sobre la salud y el ambiente? ¿Hay otra alternativa para una Argentina endeudada y su salida de la pandemia? ¿Se puede encarar un proyecto así sin daños sobre cuerpos y territorios? ¿En qué lugar quedaría ubicado el país en el mapa geopolítico mundial? ¿Se viene una nueva pandemia?
Demasiadas y ásperas las preguntas que dispara un proyecto que se encuentra en etapa de análisis y negociación entre ambos países. No se conocen demasiados datos concretos y todos los que opinan aclaran esto. Hay disconformidad con la poca información que transmite el Gobierno al respecto. Lo que circula es que se instalarían algo así como 25 granjas en el territorio nacional, que la inversión sería en dos o tres años de alrededor de 3.500 millones de dólares, que se trata de producir a cinco años unas 900 mil toneladas adicionales. Actualmente se producen alrededor de 700 mil.
Luego de que saliera a la luz el comunicado de Cancillería --al principio con una cifra de otra magnitud, por "error involuntario": 9 millones en lugar de 900 mil--, un numeroso grupo de intelectuales, científicos, artistas y organizaciones sociales encendió la alarma. “No queremos transformarnos en una factoría de cerdos para China ni en una fábrica de nuevas pandemias”, se titula un documento que emitieron. La periodista Soledad Barruti es una de las caras visibles del reclamo. Explicó los alcances de la iniciativa con didácticos videos en sus redes. Hubo un twitazo masivo con la consigna “Basta de falsas soluciones”. Los detractores del proyecto apuntan directamente al modelo agroindustrial por “cruel e insustentable” y pidieron una audiencia con Solá, que se concretará, según pudo saber Página/12, a comienzos de la semana próxima.
“Desde el comienzo buscamos trasmitir un mensaje de que estamos ante una problemática compleja, con muchas capas: un modelo de agroindustria social y ambientalmente insustentable (gran escala, alto consumo de agua, contaminación de agua y suelos, olores nauseabundos, afectación de la calidad de vida, impactos sobre la salud de los trabajadores y la población aledaña); un modelo que tiene altos riesgos sanitarios (los virus zoonóticos y su alta contagiosidad, agravado en tiempos de pandemia); un modelo en clave de explotación animal (exacerbado por la crueldad y la gran escala), entre otros”, sintetiza la socióloga e investigadora del Conicet Maristella Svampa.
También hay detractores de los detractores: fueron acusados de oponerse a todo, de no considerar una posibilidad de desarrollo, de "ambientalistas falopas", hasta de hacerle el juego a Estados Unidos en su puja con China, de no proponer alternativas. Se abrió una dicotomía, resumida en general como ecología vs. economía, ambientalismo vs. desarrollo. Aunque incluso los productores porcinos que ven el proyecto con buenos ojos dicen que deberían conocer mejor las condiciones para poder opinar sobre cuán beneficioso podría ser: temen que haya riesgos para la producción local. En líneas generales, quienes defienden la instalación de las megagranjas ponderan: la inversión, la generación de empleo –se habilitarían por lo menos 9500 nuevos puestos de trabajo--, el valor agregado a productos primarios como el maíz.
Los más optimistas sostienen que la Argentina –que actualmente exporta cerdo en cantidades menores y hasta hace poco, incluso, lo importaba de Brasil y Dinamarca--podría comenzar a ocupar una buena posición mundial. Se trata, en síntesis, de pasar de venderle a China la soja que alimenta animales a venderle carne congelada que vale diez veces más. Lo que sigue a continuación es un intento por recorrer las principales aristas de un debate actual, rico, necesario que va al corazón del modelo productivo argentino.
¿Por qué China instala megagranjas en otros países?
Una de las principales críticas de los intelectuales, científicos y movimientos sociales está en el origen mismo del proyecto. ¿Por qué China instala megagranjas en otros países? La explicación, en el medio de una pandemia de origen zoonótico, no puede no asustar. Dos años atrás China sufrió un brote de Peste Porcina Africana (PPA). Para evitar su propagación fueron sacrificados entre 180 y 250 millones de cerdos, lo que implicó una disminución de su producción entre un 20 y un 50 por ciento. De este modo busca garantizar a su población el consumo de carne de cerdo.
De acuerdo a la revista científica PNAS la gripe porcina tiene potencial pandémico. Su peligrosidad también fue advertida por la Organización Mundial de la Salud. El documento de intelectuales y científicos advierte que podría mutar y resultar infecciosa para los seres humanos. “China está buscando externalizar los riesgos. ¿Por qué pagaría más caro el cerdo de acá en más? ¿Por generosidad empresarial? Busca alejar los focos de infección. El Gobierno se cansó de decir que la prioridad era la salud frente a la economía. La naturaleza de este proyecto tiene que ver con la pandemia. Pero es como si no hubiera pasado nada”, expresa a este medio Guillermo Folguera, biólogo e investigador del Conicet.
Al calor del debate ocurrió que en Brasil hubo una alerta por una nueva cepa de gripe porcina con potencial pandémico
. Los dos productores consultados para esta nota relativizaron este riesgo. Juan Uccelli, consultor del sector y expresidente de la Asociación de Productores de Cerdos, dice que “no se le puede poner a todo la palabra ‘pandemia’, que genera pánico”. “Lo que pasó en Brasil fue un caso de una chica que ni saben cómo se contagió, tuvo un resfrío leve… de eso a decir que va a haber una pandemia es dislocado. Cuando usan palabras de miedo generan una desconfianza en un montón de gente que puede perjudicar a la producción, que está haciendo bien las cosas y cumpliendo con condiciones”, añade.
Por su parte, el presidente de la Unión de Producciones Regionales Intensivas y de la Asociación de Pequeños y Medianos Productores Porcinos de la provincia de Buenos Aires, Alejandro Lamacchia, sugiere que hay una “campaña” contra la instalación de las granjas y que las afirmaciones de intelectuales y científicos son “completamente ideológicas”. “La peste porcina viene del jabalí silvestre. Ataca a los animales, no al ser humano. No fue producto de aglutinar animales. En San Luis tenemos manadas de jabalíes sueltos, pero no tenemos descontrol como en otros países. Tenemos tierra suficiente. Estamos lejos de los virus”, sugiere. Enrique Martínez, coordinador del Instituto para la Promoción Popular y exdirector del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), opina que la idea de una nueva posible pandemia apunta a “deteriorar la imagen china” y responde a “usinas multinacionales”: “Me parece que Estados Unidos está detrás de esto”.
¿Qué riesgos implica el proyecto?
Aunque no es la dimensión más "común", Martínez dice que ya existen granjas de esta magnitud en la Argentina, “lo suficientemente tecnificadas como para que no haya riesgo sanitario”. “Decir que no podemos hacer este proyecto sería como decir que no podemos producir ganado vacuno porque te puede correr un toro y clavarte los cuernos. Ningún país compraría carne con dudas bromatológicas. Si los chinos promueven una industria acá es para que les vendamos sano”, explica. “La Argentina siempre ha tenido muchas objeciones sanitarias respecto de la producción de cerdos, tiene una historia de producción de cerdo en basurales, pero forma parte del pasado. Se está a punto de concretar un proyecto que convalida una modernización general de la industria, que siempre hemos reclamado. El riesgo no es el que se está objetando, sino que quede a cargo de dos o tres corporaciones”. Los productores, por su parte, afirman que Argentina tiene “uno de los mejores estatus sanitarios” del mundo y se amparan en la “bioseguridad”.
“China elige a Argentina dado que nuestro país presenta excelentes estándares sanitarios”, coincide el sociólogo Daniel Schteingart. Es el director del Centro de Estudios para la Producción, dependiente del Ministerio de Desarrollo Productivo. También el autor, en Twitter, del concepto de “ambientalismo falopa” –un cuestionamiento a los “enfoques que se oponen a todo lo que sea ‘desarrollo’”--, por el cual pidió después disculpas. “Las granjas están integradas --todo el proceso productivo se desarrolla ahí-- de modo que si existiera un problema en una de ellas la posibilidad de contagio a otras es muy bajo.” Según él, países con producción porcina superior a la nacional y con "buenos estándares ambientales" no han tenido problemas con esta actividad, como Dinamarca o Alemania.
En cambio, Silvia Vázquez, directora de Asuntos Ambientales de Cancillería y presidenta del Partido Verde --quien aclara que el proyecto todavía no pasó por su área--, advierte sobre los riesgos para el ecosistema y la salud. Vale la pena prestar atención a la experiencia española, donde también hay granjas chinas. Se organizó un “gran levantamiento popular” con los médicos a la cabeza, quienes alertaron sobre el impacto en la salud de los trabajadores de los establecimientos. También hubo consecuencias económicas: “El negocio quedó concentrado en pocas manos, los pequeños y medianos productores comenzaron a verse afectados, a ser absorbidos por las macrogranjas que se convirtieron en fijadores de precios”. “Así como nos ha servido mirar afuera en esta pandemia para estar armados para afrontar la situación, creo que es importante tomar de ejemplo el caso español”, propone.
Folguera agrega que los controles del Estado “son muy malos”, no “porque no se cumplan”, sino porque no son “protectores de la naturaleza y los cuerpos”. Prorizan “el negocio empresarial por sobre la salud”. “Aun cuando se mejoren esas normas y se cumplan me impresiona la no consideración de los riesgos. Se amparan en el progreso y la producción como garantía del bienestar colectivo. Estos chanchos van a estar al lado de la gente pobre. ¿Quién quiere vivir al lado de un chiquero?”, se pregunta.
Ingesta de carne y maltrato animal
“Capaz esto es porque no les gusta la carne”, sugiere Lamacchia. Esta semana hubo un debate organizado por la ONG Eco House del que participaron él y Folguera, entre otrxs, y el científico le respondió que había comido cerdo al mediodía. “Con este tipo de discusiones se arman muñecos de paja. Inventan un personaje: del otro lado hay veganos que simplemente no quieren comer carne. Hay una construcción, una persona de clase media urbana que no quiere comer chancho”, responde Folguera. “Los cubanos, con su medicina avanzada, sostienen que a los niños que tienen problemas intelectuales les recetan carne de cerdo. El problema de estas opiniones es que las puede escuchar un niño e influir en su comportamiento alimenticio. Son cosas riesgosas, el ser humano necesita proteína animal para desarrollarse”, desliza el productor.
En uno de sus videos, Barruti afirmó que las megagranjas porcinas son infiernos. “Hablan de las torturas en los criaderos; es falso. También dicen que se utilizan antibióticos en forma crónica. Son todas medias verdades. Se usan pero los receta el veterinario del establecimiento. Todo estimulante de crecimiento está prohibido en la Argentina. En los corrales los cerdos tienen juguetes. Cada animal tiene una cantidad de metros cuadrados libres por corral para que el ambiente sea amigable. Se desconoce la producción y se habla en desmedro de la misma”, plantea Lamacchia.
Soluciones y perjuicios
Fuentes de Cancillería destacaron del posible acuerdo el ingreso de divisas, el mejoramiento de los términos del intercambio con China, el desarrollo en zonas postergadas del país para evitar un hacinamiento en el Gran Buenos Aires y grandes centros urbanos, el crecimiento de empleos directos e indirectos, la desojización (“se necesitarían más tierras para cultivar maíz para alimentar a los chanchos"), el beneficio para los productores en relación con la mayor disponibilidad de tecnología. No hubo funcionarios involucrados en el proyecto dispuestos a participar con nombre y apellido en este debate. Tampoco respondió a la consulta el ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible, Juan Cabandié, quien había manifestado: "este acuerdo nos pone en alerta".
“Quiero generar valor agregado para producir dólares para los argentinos. Comparo la pandemia con las últimas dos guerras mundiales: Argentina tuvo un crecimiento muy importante gracias a la producción y venta de alimentos. Esta es una opción genial para crecer como país y dejar de ser una buena idea. Si no, podemos seguir exportando soja y dependiendo de ella”, opina Uccelli. Lamacchia cree que al sector no le cambiaría la ecuación económica, pero sí pondera la “oportunidad” para el país. “Esta alianza estratégica permitirá un crecimiento rápido en una situación de postpandemia, generando un número importante de fuentes de trabajo. Está la posibilidad de proyectos asociativos porcinos y agropecuarios.”
Los firmantes del documento no son para nada optimistas con que esta jugada ayude a solucionar el tema de la pobreza. Dice Svampa: “Las élites políticas y económicas argentinas siguen sosteniendo una visión eldoradista. Siguen dispuestas a pagar costos altísimos con tal de sostener una ilusión de crecimiento acelerado. No les importa sacrificar territorios ni mirar a mediano plazo las consecuencias sociales y ambientales. Así como Vaca Muerta era la solución a los problemas del país, ahora quieren presentar las granjas de cerdos a gran escala como la nueva solución mágica en tiempos de pandemia. La asociación con China tiene todos los elementos para transformarse en un enclave de exportación que beneficiará a los sectores más concentrados. Ya ocurre en México, Chile, España. Viendo lo que sucede aquí, con la muy mala experiencia que tenemos con el extractivismo minero, el fracking y el modelo sojero, no veo por qué debería ser optimista”.
“Lo que veo en estas políticas --dice Folguera-- es un espantoso presentismo. Vivir el presente. Reventar los territorios para obtener los dólares que necesitan y no proyectar en ningún caso ni a mediano plazo la forma de vida de las comunidades. No los veo evaluando consecuencias o diagnosticando experiencias anteriores que podamos tener como referencia ni transmitiendo en términos informacionales las cosas en función de beneficios y perjuicios. Sí, van a entrar dólares… ¿a costa de qué? Lo que se hace es trasladar recursos. Se los sacás a territorios y cuerpos y los mandás a la macroeconomía.”
“Exportar más es fundamental para que las mejoras sociales sean sostenibles. Además, el Estado podría recaudar más a través de los ingresos fiscales”, define Schteingart, y agrega: "No es que este proyecto vaya a ser la panacea, la solución a los problemas del desarrollo, pero sí tiene mucho por aportar. Es fundamental un Estado que regule debidamente los procesos productivos y un sistema científico-tecnológico activo para que los riesgos ambientales sean los menores posibles."
Vázquez, por su parte, manifiesta: “La recuperación económica de la postpandemia tiene que ser mucho más virtuosa, con mucha mayor atención a los efectos del cambio climático, cuidado de biodiversidad y ecosistemas. Hace más de 50 años que el sistema científico viene advirtiendo sobre las consecuencias del calentamiento global y la destrucción del ecosistema y la biodiversidad por la acción humana. Ya no hay tiempo para seguir haciéndose el distraído o mirar para el costado. La Argentina tiene un enorme pasivo ambiental. No puede jugar una carta que lo empeore”. Tal vez la cuestión no sea cerdos o no cerdos, sino todas las preguntas que el proyecto disparó antes de ser hecho concreto.
La relación con China
Enrique Martínez opina que “no hay que darle tanto peso” al lugar que pasaría a ocupar Argentina en el escenario mundial de concretarse el acuerdo, porque los cerdos representarían “sólo el 5 por ciento” de las importaciones que China obtiene de las granjas. “China sueña con ser la potencia mundial líder, quiere llevarse bien con todos, armonizar con todo aquél que esté contra Estados Unidos, y con los que tienen una situación ambigua, híbrida, como Argentina. Esta es una oportunidad para cambiar la mirada sobre el sector, no es que nos cambia la geografía argentina en términos productivos.”
“China busca en otros lugares sus alimentos que hoy obtiene en gran parte de Estados Unidos. Estados Unidos, que históricamente domina la agroindustria en nuestro país, por un lado resiste y compite en el comercio, pero por otro se beneficia porque es el que domina gran parte de la cadena agroindustrial en nuestros países”, aporta Germán Mangione, periodista y director del Observatorio de Actividad de los Capitales Chinos en América latina. De acuerdo a su perspectiva, la relación histórica de Argentina con China suele ser presentada como “complementaria e igualitaria” pero ha demostrado “no ser muy diferente a la relación con las demás superpotencias”. Es una “relación de dependencia y complementariedad subordinada”. En los granos y también en la carne, “la relación se organiza desde las necesidades de China y no desde las de Argentina, y no hay ninguna señal de que en el negocio de los cerdos vaya a ser diferente”.