Desde Brasilia
Haciéndose pasar por Lula. Jair Bolsonaro copió los gestos y hasta el sombrero que suele usar Luiz Inácio Lula da Siva durante la visita que realizó a los estados de Piauí y Bahía, en la región nordeste, la más pobre del país. La coregrafía del líder más importante de la ultraderecha latinoamericana al saludar a sus simpatizantes la semana pasada parece calcada de las recordadas caravanas del exmandatario nacido en el Nordeste donde sigue siendo el político con más altos índices de aprobación.
Bolsonaro prometió retomar los viajes al interior del país esta semana como parte de una estrategia concebida con varios objetivos: hacer pie en los reductos tradicionalmente lulistas, continuar con el proselitismo de cara a las elecciones municipales de noviembre y, sobre todo, proyectarse con miras a las presidenciales de 2022.
Este domingo, cuando la cifra de muertos por el coronavirus subió a 94.104, Bolsonaro paseó en motocicleta por Brasilia e ingresó a una farmacia donde resaltó lo "barato" que está la hidroxicloroquina, la droga que él recomienda casi diariamente a los afectados por la pandemia (llegó a ofrecércela a un avestruz en los jardines de la residencia oficial) , además de criticar el aislamiento social implementado por los gobernadores para frenar el contagio.
El comentario en la farmacia pareció ser un mensaje dirigido a Lula que este fin de semana volvió a acusarlo de haber simulado estar infectado por la covid-19 para promocionar la cloroquina por razones comerciales.
"Este presidente estimula a la gente a salir a la calle, estimula la anarquía, sin explicarle al pueblo que se puede contagiar (..) parece que es el dueño de la empresa que fabrica la cloroquina". Bolsonaro es cómplice de un "genocidio".
Durante la entrevista Lula comentó que podría mudarse de San Pablo a Bahía, el estado más importante del nordeste cuyo gobernador, Rui Costa, pertenece al Partido de los Trabajadores.
Y lo más importante: dejó abierta la posibilidad de ser candidato a la presidencia en 2022, algo que seguramente preocupa en el Palacio del Planalto.
Bolsonaro llegó al gobierno gracias a su victoria en las elecciones de octubre de 2018, la que difícilmente hubiera alcanzado si su adversario hubiera sido el jefe del Partido de los Trabajadores. Un mes y medio antes de aquellos comicios atípicos el extornero nordestino estaba preso cumpliendo una condena de la causa Lava Jato y pese a ello tenía casi el doble de intenciones de voto que el capitán retirado.
Lula quedó fuera de carrera electoral debido a una serie de maniobras urdidas por el entonces juez Sergio Moro, gerente de la causa Lava Jato, el Tribunal Superior Electoral y la presión del Ejército, entre otros factores.
La alianza formada por Bolsonaro, los militares, la prensa grande y los grupos económicos dominantes ( coalición bendecida o por lo menos consentida por la embajada estadounidense) sufrió un desgaste acelerado, hasta su implosión ocurrida el 24 de abril de este año. Ese día Moro renunció al ministerio de Justicia – cargo con el que fue premidado por Lava Jato – llevando consigo a facciones del Poder Judicial, varios partidos de derecha y otros grupos, como el multimedios medios Globo que terminó de romper con el Planalto.
Esa fractura ocurrió en el contexto de la crisis del coronavirus que erosionó la popularidad del gobernante, especialmente entre las clases medias espantadas ante sus posiciones negacionistas.
De todos modos la pérdida de popularidad observada en abril no fue pronunciada.
En mayo y junio el ocupante del Planalto comenzó a recuperarse en las encuestas, donde perdió parte de sus seguidores de la clase media pero ganó simpatías entre las franjas sociales más castigadas, las que reciben un "auxilio de emergencia" de unos 600 reales mensuales ( 118 dólares).
Es hacia esos sectores que apunta el oficialismo, que planea lanzar el programa asistencial Renta Brasil y archivar la Bolsa Familia heredada de los tiempos de Lula.
Cambio de vestuario
Luego de viajar al caluroso nordeste, disfrazado de Lula, el mandatario cambió de vestuario antes de embarcar hacia la sureña, y bastante fría, ciudad de Bagé, cuna del dictador Emilio Garrastazú Médici. Aterrizó el viernes por la mañana con una campera verde oliva acompañado por el general, Augusto Heleno, ministro de seguridad institucional, uno de sus principales consejeros.
Durante su paso por esa localidad cercana a la frontera con Uruguay, inauguró una escuela cívico-militar y enalteció Médici . "El hombre que encontró a Brasil en uno de los momentos más difíciles (,,) cuando algunos intentaban tomar el poder a cualquier precio".
Entre 1969 y 1974 Médici condujo el período más violento del régimen militar y en Estados Unidos acordó con su colega Richard Nixon y el asesor de seguridad, Henry Kissinger, alentar los golpes que derrocaron a Salvador Allende en Chile y Juan José Torres en Bolivia, según documentos desclasificados por el Archivo de Seguridad Nacional de la Universidad de Washington.
Bajo la gestión de Médici se realizaron los primeros secuestros de militantes brasileños en Argentina, que sentarían un precedente del Plan Cóndor.
La Doctrina Nixon concebía a Brasil como el brazo ejecutor de la política hemisférica de Washington.
Un concepto que en cierta medida reaparece con Bolsonaro a través de la revisión de la Política Nacional de Defensa en la que se admite la hipótesis de tensiones con países fronterizos.
El general Médici llegó a evaluar la posibilidad de invadir Uruguay si el Frente Amplio ganara las elecciones de 1971. Durante su discurso en Bagé Bolsonaro lanzó críticas contra el gobierno de Venezuela, principal escenario de una eventual confrontación bélica.