Hace unos años, la profesora colombiana Zenaida Osorio publicó un trabajo exhaustivo de análisis de las fotografías que usaban los medios de comunicación para ilustrar las distintas formas de violencia contra las mujeres. Además de ser profesora de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Colombia, esta investigadora y teórica de la imagen visual ha dedicado gran parte de su vida profesional a analizar temas como estereotipos y discriminación, teoría de la mirada y lenguaje y género. A esa investigación la llamó “Haga como que... la violan/le pegan”. Analizó también los bancos de imágenes que proveen de fotos a los medios. Series protagonizadas por una misma modelo, una mujer rubia a la que un hombre morocho le agarra con fuerza la cara, le apunta con un dedo, la mira enojado. Estaba también la típica imagen con una mujer echa un ovillo tratando de atajar un puño apretado con fuerza como para golpear. Las mujeres con un ojo negro, con la boca partida, con la nariz chorreando sangre. Las caras angustiadas mirándose al espejo. Las mujeres víctimas. Con esos bancos de imágenes se ilustran artículos periodísticos sobre violencia doméstica, sexual, violaciones en distintos periódicos. “Revisar estos repertorios visuales de circulación internacional y de uso local es útil para considerar la función social y cognitiva de las imágenes públicas y discutir sobre las relaciones entre periodismo, ética y responsabilidad social. Pero además para rastrear auténticos bancos de estereotipos de uso internacional”, decía la autora.

En estos días me acordé de ese trabajo y me pregunté qué tipo de bancos de imágenes acerca del coronavirus estamos creando. Cuáles son las construcciones visuales de esta enfermedad invisible que ocupó como ninguna antes todas las tapas de los diarios y las horas de los noticieros. Los barbijos, pero a media asta; las selfies con tapabocas (“haga como que se pretege”). También gente con guantes en la calle. Los retenes policiales. Las avenidas vacías. Las placas en los noticieros contabilizando las muertes por día. Los ataúdes, las fosas comunes. Los titulares dando los números de enfermos. Los que se resisten a guardar la cuarentena obligatoria. El policía que le sale a muchos. Los protagonistas de los comienzos: el chino detenido por jugar Pokemongo en San Telmo; el que con una infidelidad contagió a dos pueblos; el que viajó en un Buquebús y puso en riesgo a cuatrocientas personas; la primera bebé (la del babyshower) que nació con coronavirus. Las imágenes que usamos para rellenar ese vacío que crea la pandemia ya están circulando, no sabemos todavía cuáles sobrevivirán e ilustrarán esta etapa de nuestra historia. ¿Cuál será la imagen estereotipada del virus? En eso los medios de comunicación tienen un rol importante y espero que también estén a la altura y se pregunten antes de rellenar el aire con cualquier cosa del tipo “haga como que la contagian” si realmente aportará esa nota al bienestar general, que es lo que necesitamos todos, todas, todes, hoy encerrados y llevándola como podemos, según las posibilidades y las circunstancias de cada cual.

Los discursos de odio y terror que circulan --y ya no solo desde los medios tradicionales--, incluso de los bien intencionados que quieren meter miedo para que los anticuarentena tomen conciencia, no van a asustar a los que se mueven con impunidad como si nada pudiera pasarles sino a quienes son más respetuosos, empáticos, vulnerables o llevan este momento con más temor. ¿Podremos pensar dos veces antes de abrir la boca para acusar o difundir cualquier cosa?

Así como para abordar la violencia de género tuvimos que aprender a deconstruir las viejas narrativas periodísticas del “crimen pasional” o “la mató por celos”, pensemos qué formas, que lenguaje, qué imágenes usamos para hablar de la pandemia. Pensemos si es necesario, a quién le importa y qué consecuencias puede tener lo que digamos. Que la novedad no nos devore. Todavía estamos a tiempo.