“La verdadera seriedad es cómica”. El discreto encanto de la risa que sabe desimpostar la voz y rasguñar el tono del habla y las formas empieza apenas el visitante virtual se aproxima a la reja metálica de la casa-museo La Reina (Santiago de Chile), donde se puede recorrer de la mano de la tecnología de realidad virtual la
Antiexposición: No siga la flecha, que la Fundación Nicanor Parra inauguró con 39 obras que el poeta chileno realizó entre 1976 y 1995, curada por Adolfo Montejo Navas. En medio de una exuberante vegetación, como si se ingresara a una especie de bosque familiar doméstico, el estilo mordaz, ingenioso y sarcástico confirma algo que ya había anticipado Roberto Bolaño: “Parra escribe como si al día siguiente fuera a ser electrocutado”. Esa sensación de electrocución se reitera en piezas emblemáticas como Mensaje en una zapatilla, Voy & vuelvo y Arma nucleares No, “basta & sobra con un matamoscas”, subtítulo que funciona “como alegato sarcástico ante los poderes omnívoros (…) que juegan con su otro matamoscas a gran escala”, como plantea Montejo Navas en el texto del catálogo.
El curador acierta cuando señala que a Parra (1914-2018), que murió a los 103 --“sin apuro por desaparecer del mapa”, como él mismo ironizó cuando tenía 90 y pico—, le resultaría extraño el confinamiento. “Él andaba más interesado en los desconfines, otra suerte de márgenes. Sospechando, por si fuera poco, que la realidad no deja nunca de ser algo virtual, mitad verdad, mitad mentira, de ahí que sea más conveniente ahora, con virus reconocido y encerrona obligatoria, dar un paseo imagético que juegue con la distancia, o sea, que cuando estemos lejos, sea cerca, y tal vez viceversa”. En el recorrido virtual de esta antiexposición , subtitulada “Un paseo por el nicho ecológico de Nicanor Parra”, algunas obras funcionan como links a sus poemas, especialmente Mensaje en una zapatilla: “levántate y anda”, que alude al poema “El anti-Lázaro”, incluido en el libro Hojas de Parra (1985).
La poesía de Parra, uno de los grandes renovadores del siglo XX, resistirá a la embestida hagiográfica de homenajes y reconocimientos. A pesar del exceso de comulgantes de un credo que en un pasado no tan lejano cosechaba más disidentes que devotos, no hay bendición ni institucionalización que pueda extirpar lo subversivo de su “antipoesía”. Como si hubiese desarrollado un ácido desacralizador que neutraliza el riesgo de convertir en paradigma de la corrección poética y política una propuesta que nunca sería cabalmente asimilada por el sistema. Refractario a toda parafernalia protocolar, el poeta de cabellera despeinada, que bajó a la poesía del pedestal culto y refinado para aproximarla al barro de la palabra hablada, la crónica periodística, el sermón religioso o el pregón del vendedor ambulante, jugó sus barajas entre lo serio y lo carnavalesco, entre la risa del bufón obstinado y la elegante melancolía del príncipe.
El bufón indómito siempre estaba buscando algo nuevo. En La última piedra, “a ver quién se atreve a lanzarla primero”, Montejo Navas precisa que “convierte a la piedra en un objeto explosivo, en una amenaza atómica”. Estos artefactos tienen una “capacidad de subversión visual” que “Diógenes o Lao-Tsé saludarían”, agrega el curador de la Antiexposición: No siga la flecha. “En pleno periodo de decadencia del llamado medio ambiente –ahora ya en la fase menguante de cuarto y mitad-, Nicanor Parra elaboraba trabajos objetuales pioneros desde su llamado nicho ecológico de La Reina”. Un cesto de basura puede asumir una “noble” función: Deposite aquí sus obras de arte, el artefacto en cuestión, es una “apropiación indebida”. Como “antiobra” podría conectar con su antipoesía, con ese contradiscurso lírico de entonaciones más bien urbanas, que tiene la desnudez confesional de una sátira de los usos del habla formalizada.
Cada visitante virtual le asigna sentidos a las piezas que va encontrando en el jardín heterodoxo de esa casa mítica; juega con la materialidad de los objetos y con las ideas que podrían sugerir, como El maletín del doctor Mortis, Las tres calaveras de Colón y La silla gestatoria, “silla contestataria y desacralizadora, anti-kitsch, que sabe dar la vuelta al ciclo de la vida 360 grados”. Nadie como Parra ha sabido utilizar el slogan publicitario y político, la inscripción mural, el aviso luminoso, la sentencia fulminante, el proverbio, el axioma científico, la invectiva de sus “artefactos” visuales y poéticos. En “USA”, por ejemplo, dice: “Donde la libertad/ es una estatua”. Hay muchos más: “Cultivar un jardín/ es ponerse la soga al pescuezo/ recomiendo vivir en pedregales”.
Bolaño estaba seguro de que la poesía del autor de Poemas y antipoemas, La cueca larga y Sermones y prédicas del Cristo del Elqui, entre otros libros, pervivirá junto con la poesía de Borges, de Vallejo, de Cernuda y algunos otros. “No han podido con él ni la izquierda chilena de convicciones profundamente derechistas ni la derecha chilena neonazi y ahora desmemoriada. No han podido con él la izquierda latinoamericana neoestalinista ni la derecha latinoamericana ahora globalizada y hasta hace poco cómplice silenciosa de la represión y el genocidio. No han podido con él ni los mediocres profesores latinoamericanos que pululan por los campus de las universidades norteamericanas ni los zombis que pasean por la aldea de Santiago. Ni siquiera los seguidores de Parra han podido con Parra –escribió Bolaño en uno de los textos de Entre paréntesis-. Es más, yo diría, llevado seguramente por el entusiasmo, que no sólo Parra, sino también sus hermanos, con Violeta a la cabeza, y sus rabelaisianos padres, han llevado a la práctica una de las máximas ambiciones de la poesía de todos los tiempos: joderle la paciencia al público”.