Desde Barcelona
UNO Rodríguez no entiende (yo sí) cómo es que no puede sacarse de la cabeza "Key West (Philosopher Pirate)", esa gran canción en el inmenso nuevo disco de Bob Dylan. Se sabe: Dylan nunca le interesó/gustó a Rodríguez. Pero hay algo ahí que lo emociona cada vez que la escucha. Tal vez la delicada firmeza con la que Dylan enfatiza y actúa palabras como confess, rest, disease, life, happiness, help, friends, kiss, ends. O tal vez tenga que ver/oír con ese narrador conduciendo --U.S. Route 1, dirección sur, primero a la izquierda y luego a la derecha-- hacia el crepúsculo de un paraíso privado en la Florida alguna vez corsaria y ahora arrasada por el covid-19. El tipo de canción que --a todo aquel que nunca aprendió a manejar-- le dan ganas de saber hacerlo pero que, cuando termina, ya se le pasaron. Ahí, una mano al volante y la otra intentando captar la señal de una emisora clandestina emitiendo desde la difícil de sintonizar distancia de miles de kilómetros y decenas de años. Dylan con máscara de otro Dylan: ciego de amor pero enamorado de nadie y moviéndose por "ambos extremos del dial y contra el centro intentando captar la señal de esa emisora pirata" que le acabe ofreciendo rumbo y destino y la certeza de una vida bien vivida y mejor escrita y cantada.
Allá va, aquí viene.
DOS No es el caso de Rodríguez, quien escucha una y otra vez la piratesca y armónica y filosófica y lírica y movediza "Key West" (nunca pasó por allí; lo más cerca que estuvo es Bloodline y aquella novela de Hemingway de la que nadie se acuerda cuando toca hablar de Hemingway) para así intentar huir de la interferencia constante del ruido blanco. Fragor que, en verdad, está más cerca de lo que sucede entre tema y tema de Pink Floyd o de Roger Waters --Radio K.A.O.S., sí-- que dentro de esta plácida aunque alerta canción de Dylan con palabras sostenidas por acordeón elevado y color noir "bajo el sol, bajo el radar, bajo la pistola".
Y la idea de que para alguien Barcelona sea (como para Marséy Ruíz Zafón, sus recientemente partidos glosadores) el equivalente de Key West para el narrador de Dylan se le hace a Rodríguez algo fuera de este mundo. Supone, también, que a más de uno de por allí --agotado por un purgatorio de caimanes y pantanos y borrachos del Norte-- la idea de Key West como posible edén le resulte igualmente infernal.
Ahora, Rodríguez en ciudad semi-cerrada de país en recesión. Enmascarillado y a pie con callos, y no hay pesca en estos cayos donde todos callan y encallan. Y, ah, aquellos no tan viejos pero sí buenos tiempos de la turismofobia: negocios y hoteles llenos y blues por los desmanes de los de afuera. Ahora el chorus entre bridges quemados y muelles desamarradoses otro. Ahora es "Por favor, piedad, vuelvan: somos suyos, rompan todo, salten de balcón en balcón y caigan sobre nativo matándolo y somos seguros y sanos".
Y Rodríguez, insomne, creyó iluminar solución genial: confinar a cal y no canto a todos los locales en la ciudad y permitir sólo la circulación de visitantes. Así, los de adentro no se contagian y los de afuera sí gastan. Y, por fin, Rodríguez se durmió arrullado por Dylan casi susurrando eso de "Nunca he vivido en la Tierra de Oz o malgasté mi tiempo en una causa indigna".
Afortunado de él.
TRES Porque si algo ha venido haciendo Rodríguez --desde el mazo de marzo a este angosto agosto-- ha sido malgastar su tiempo en indignos con causa y primicias inclusivas y noticias de último momento de última. Pasen y oigan. Sánchez reconociendo que el número de muertos que viene ofreciendo el gobierno por la "maldita pandemia" (nueva muletilla renga, sonando a nombre de grupo pop de la Movida) "evidentemente" no es "cien por cien cierto". La cada vez más irreal Familia Real; con Juan Carlos I al que se invita a salir y no volver y Corinna como reencarnación de lac ortesana fatal Milady De Winter, mientras Felipe y Letizia en gira ibérica en apoyo del cada vez más descosido "tejido turístico empresarial" (12% del PIB y 13% del empleo y, de nuevo, con poco adecuado slogan de la campaña gubernamental: Back to Spain, que significa tanto "De regreso a España" como "De espaldas a España"). El paro que sí sube y el calor que no baja y la economía de rodillas y lista para el tiro de (des)graciasuperando las caídas de Italia y Francia y Alemania. Los presidentes autonómicos juntándose en esa tontería del saludarse con los codos (luego de toser en el codo) para abrirse paso a codazos calculando reparto de euros reconstructivos. Los independentistas semi-liberados o no prometiendo reintentar independizar a los catalanes de todo menos de los independentistas. Los epidemiólogos y los invisibles "expertos" en lo desconocido: desde el ya ícono pop Fernando Simón (con risita de perro Patán Nodoyuna diciendo que es bueno que no vengan extranjeroso que les pongan trabas en origen porque "es un riesgo que nos quitan") hasta ese otro cuyo nombre Rodríguez se preocupó por no retener explicando al virus ayudándose con muñequitos de Star Wars. Y el número 19 agotándose en agencias de lotería y nuevo síntoma semanal (¡alopecia!). Y los que destrozan negocios donde no dejan entrar sin mascarilla y estigmatizados adolescentes en contagiosos botellones descubriendo que funciona como remedio para esconder acné. Y el brote que rebrota. Y, para Rodríguez, la más que inquietante multiplicación exponencial de inútiles que no son otros que los nuevos malos: banales que --propagándose con poca chispa pero voracidad de incendio forestal-- han conseguido, cortesía de la permisividad de los buenos, que el hacerlo mal equivalga a lo mismo (o tal vez sea aún peor) que hacer el mal.
Y, por supuesto, todos parecen saber muchísimo de nada pero, hey, quién dijo que el horror tiene la obligación de ofrecer precisiones y certezas.
CUATRO De todo eso viene escapando el pateado Rodríguez pateando mientras se informa de que han aumentado los accidentes de tránsito luego del confinamiento: reflejos dormidos, problemas de concentración, mascarilla que molesta, ganas de llegar a casa y de encerrarse.
El curtido conductor de "Key West", sin embargo, parece tener todo bajo control y fiarse de brújula y mapa del tesoro de su propio relato al que se niega a dar por contado y cantado. "Esa es mi historia, pero no es dónde termina", confía mientras sigue moviendo con cuidado el dial, esperando oír el último pedido de canción del verano de parte de la persona amada. Y, sí, oyéndolo, Rodríguez se dice que mejor así. Concentrarse en las ondas y distraerse de la televisiva netflixicación de la vida: demasiadas temporadas y un final que, cuando llegue, dejará insatisfecho. Ya se sabe: todos descubriendo que estaban muertos, agusanado agujero dark y, sí, winter is coming; aunque en Key West, explica Dylan, "el invierno es algo desconocido" y se puede "encontrar la cordura que se perdió". Aquí no. Y antes del inviernode nuestro descontento llegará el otoño de nuestra sinrazón. Estación radioactiva que, en inglés, se dice fall y que también puede traducirse --resaltando y agudizando dylanianamente la palabra-- como caída. Y todo lo por caer estará entonces blowin' in the wind, en el aire. Y en el aire --on the air-- ya se sabe lo que está, aunque no se lo pueda ver y, sí, disease. Y help. Y ends.