El presidente Trump anunció el sábado 1 de agosto que prohibiría la red social TikTok por la sospecha de que es utilizada por el servicio de inteligencia chino. El 3 de agosto dio como plazo el 15 de septiembre para la venta a una empresa norteamericana. Con esto no deja de enunciar al mundo tres cuestiones fundamentales: 1. Las redes sociales pueden ser utilizadas para espiar las ideologías y las posiciones políticas de los participantes y hasta se podrían realizar estrategias sectorizadas de proselitismo para intervenir en la política de cada país así como producir efectivas fake news para influenciar en los resultados de las elecciones. 2. Las redes sociales construyen perfiles de los consumidores a partir de cada vez más elaborados e inteligentes algoritmos donde de repente, por ejemplo, aparece el destino que quisiéramos visitar aun antes que hayamos pensado en eso. 3. Las redes sociales son un artefacto complejo de colonización y dominación cultural, se introduce en la parte lúdica del tiempo y del cerebro de los participantes, en la parte “blanda”, ataca preferentemente a los más jóvenes y tiene un poder de crecimiento y de dominación exponencial efectiva. La generación “teen” hace muchas décadas domina el mercado económico mundial por su dinamismo y vigoroso crecimiento en las ventas mundiales.
TikTok responde que no se va a ir de Estados Unidos, que el presidente de Estados Unidos no tiene derecho a hacer lo que hace, que ellos no tiene ningún interés en la política, que no tienen tratos de datos con el gobierno chino y que pone a disposición su querido algoritmo para que nadie desconfíe de su honestidad.
Efectivamente encontramos aquí lo que ya se vislumbra como la guerra política, económica, hegemónica entre dos potencias que se disputan el planeta. Es lo que está aconteciendo. Con estupor nos asombramos de las sospechas que viralizó Estados Unidos de que China había “inventado” esta pandemia para salir con ventajas económicas, lo cual pareciera que, a pesar de lo infundado de las sospechas, las consecuencias parecieran ser bastante posibles.
Pero ¿qué hay de TikTok en esta batalla cultural económica hegemónica? Las redes sociales generan su sectorización según edades, las generaciones no quieren encontrarse en las redes sociales: Facebook es para los padres, instagram es para los adolescentes que se van volviendo grandes y ahora TikTok para los preadolescentes que están comenzando la tarea de serlo. En esa progresión de deseo de no encontrarse en las redes, así como las posibilidades que dan las nuevas aplicaciones dejan en claro para dónde van los nuevas formas de comunicación, de pensamiento y reconocimiento entre comunidades.
Si un “facebookero” entrado en canas quiere convertirse en “tiktokero”, su hijo “instagramero” le advierte que no haga eso, que estará incurriendo en un error que lo puede llevar al ridículo. Le dice que todos se enterarán, el padre al que siempre le dieron bronca los “youtubers” que con esos videos tan pedorros y soeces tienen millones de reproducciones, le dice al hijo que se animará y lo asusta con un ya verás. Todo termina mal entre padre e hijo, el hijo lo amenaza, el padre no quiere dar el brazo a torcer aunque sabe que en cuanto a fuerza no podría contra su hijo. Hasta acá las típicas confrontaciones entre padres e hijos.
Pero el padre no se va a quedar ahí, quiere cumplir con su palabra y se baja la aplicación. Más rápido de lo que esperaba ya se encuentra dentro de la aplicación más bajada de los últimos meses. Percibe que finalmente la guerra comercial entre Estados Unidos y China era cierta, que controlar las aplicaciones resulta una manera de controlar más que las ventas en el mundo, controlar las cabezas y que si empiezan con las de los más chiques tienen asegurado el futuro. El padre abre la aplicación pensando: “El futuro será chino pero eso ¿nos destina un mejor futuro del que hemos tenido?” Ya está en la aplicación, pone unos datos mínimos y entra con esperanza. Cree que ahí encontrará la clave del presente.
Ya ubicó la guerra comercial entre las dos potencias y ahora de paso conociendo esa aplicación cree que comprenderá la cabeza de su hijo menor, ya un ferviente tiktokero. Se ríe del nombre, cuando él era chico estaban los ricoteros, por los Redondos de Ricota y ahora estaban los tiktokeros, los nuevos jóvenes usuarios de esta aplicación, su nombre será el sello, antes de una banda musical de la aplicación de una generación. Hace a un lado estos pensamientos que remiten a una melancolía apocalíptica propia de la edad, piensa que aún no va a decir: ¡para dónde va el mundo! Eso sería el final, todavía quería pelearlo, todavía quería pelear contra el mundo y contra lo que estaban haciendo de nosotros. ¿Qué estaban haciendo de nosotros?
Pero al abrirla aparecen las dudas, abrirla es encontrarse con lo inesperado, había una canción y videos cortos de miles de jóvenes ingeniándoselas para hacer una paso coreográfico entre dos. Pensó que era la vuelta a los viejos clips, pero con la diferencia de que eran videos hiperkinéticos de 15 segundos de duración y en el centro la música, el baile, el cuerpo, la cara. Prevalecía la destreza física, la música chachacha con ritmos claros y pegadizos. Ese clip de música convocaba a una competencia, reunía a todos los que quisieran subir sus videos, todos de diferentes latitudes, hacer el paso estipulado o versiones de ese paso en distintos lugares, era una especie de competencia, hacer una coreo con los pies entre dos personas. En 15 segundos.
Era cierto lo que le había dicho su hijo mayor, el instagramero, no se veía subiendo algún video de esos, en esa aplicación había una sectorización etaria. Creía antes de conocerla que esta aplicación era parecida a Twitter y a Snapchat. Pero no era así, había una cantidad enorme de posibilidades de filtros, música para realizar videos cortos, divertidos y/o ridículos, con la música como el aglutinador. Así era la primera aplicación no yanqui que podía competirle a Mark Zuckerberg, se trataba según sus propietarios de “una plataforma inclusiva que fomenta un fuerte sentido de comunidad y pertenencia donde se alienta a todos a ser auténticos”.
Los tiktokeros saben que es una cuestión de tiempo, por eso se llama a esta aplicación de esta manera, tiktok, representa al tiempo, ellos tienen el tiempo a su favor, tienen que esperar a que sus hermanos sean atragantados por la sociedad de consumo de los influencers instagrameros, que venden y venden, saben que comerciar termina por asfixiar, igual que pasó con Facebook, cansados de los trolls y de las selfies (que se sacan sus caras al lado de lo que están comiendo, de las vacaciones que están viviendo, la foto reiterada de sus pies que descansan tras la reposera mirando al mar).
Los tiktokeros saben que todavía no tienen tan desarrollado el sentido de venta de productos en la nueva plataforma, por ahora los dueños saben que tienen que ganar espacio y hacerla crecer con los miles de trabajadores gratuitos que participan subiendo sus videos a lo largo y ancho del mundo. Los preadolescentes están colonizando el mundo dentro de la aplicación.
El padre, cansado, cierra la aplicación y piensa que todavía no ha cumplido con su palabra pero ha llegado a la comprensión de para dónde iba a ir el mundo en los próximos años. Se pone a bailar de contento mientras su hijo menor lo filma. A la noche subirá ese video en TikTok para divertirse con sus amigues, le pondrá música y miles de filtros hasta volver a su padre lo que es, un hombre que mira el amanecer de una nueva generación frenética en un momento de la humanidad donde dos potencias se declaran la guerra política, comercial, cultural.
Martín Smud es psicoanalista y escritor.