La primera línea de Lo viral (Galaxia Gutenberg) mueve la estantería conceptual. Una fecha del pasado inmediato inaugura mucho más que un futuro cercano: 17 de noviembre de 2019. “Por la mañana un virus desconocido entra en el cuerpo de un hombre de 55 años cuyo nombre también desconocemos. Por la tarde empieza el siglo XXI”, se lee en la entrada inaugural de esta especie de “falso” diario o ensayo fragmentario excepcional de Jorge Carrión. “La viralidad digital ha situado en otro nivel de conflicto las estrategias informativas y propagandísticas modernas. El de la atención en disputa constante. Vivimos en la época de mayor alfabetización de la historia de la humanidad y, sin embargo, en la que menos tiempo y concentración dedicamos a discernir lo verdadero de lo falso, lo conveniente de lo reprochable. La viralidad como ecosistema. La viralidad como guerra de bajísima intensidad: constante. ¿Será la viralidad la categoría que mejor define los mecanismos sociales, culturales, políticos y económicos de nuestra época?”, se pregunta el escritor español.
Carrión (Tarragona, 1976) tenía previsto un viaje a Buenos Aires a fines de marzo, para presentar su anterior libro: Contra Amazon (2019), un manifiesto a favor de las librerías, un posicionamiento contundente frente a la multinacional que dirige Jeff Bezos. “En Amazon no hay libreros. La prescripción humana fue eliminada por ineficaz. Por torpedear la rapidez, el único valor de la empresa. La prescripción está en manos de un algoritmo. El algoritmo es el colmo de la fluidez. La máquina convierte al cliente en prescriptor. Los clientes que compraron este producto también compraron. La autoedición deja el proceso en manos del productor. Amazon elimina a los intermediarios o los hace invisibles (equivalentes a robots). Parece una máquina de ordenar. Aspira a ser tan fluida que parezca invisible. Eliminando los gastos de envío, regateando con sus grandes clientes para conseguir el menor precio posible para el cliente individual, Amazon parece barato. Muy barato. Pero ya sabemos que lo barato sale caro. Muy caro. Porque la invisibilidad es un camuflaje: todo es tan rápido, tan transparente, tan fluido, que parece que no hay intermediación. Pero sí la hay. La pagas en dinero y en datos”, plantea el autor de Librerías (finalista del Premio Anagrama de Ensayo) y de la trilogía de ficción Los muertos, Los huérfanos y Los turistas (2014-2015), que escribe regularmente en la sección de opinión en español de The New York Times y en La Vanguardia.
La pandemia de Covid-19 cambió los planes de Carrión, que decidió escribir Lo viral entre el 10 de marzo y el 25 de mayo de este año, durante las pocas horas al día que no tenía que dedicar a la familia, las tareas de la casa y el teletrabajo como director del Máster en Creación Literaria de la UPF-BSM (Barcelona School of Managment de la Universidad Pompeu Fabra). Desde Barcelona, el escritor afirma en la entrevista con Página/12 que “un fenómeno biológico nos está hundiendo en la virtualidad”.
-“La literatura será artificial o no será”, planteás en Lo viral. ¿A qué te referís con artificial? ¿Cómo imaginás o concebís ese artificio?
-En estos últimos meses ha circulado la idea de que el diario es el género “natural” para narrar el encierro, la cuarentena, la crisis que estamos viviendo. Del mismo modo, de un extraño modo, el realismo -en su configuración decimonónica- ha logrado seguir pareciendo el paradigma más “natural” para contar la vida o la historia, durante todo el siglo XX y estas dos décadas del XXI. Contra ese tipo de tópicos, en Lo viral imagino una forma queridamente artificiosa o artificial, un diario que es al mismo tiempo ensayo y reconstrucción, y que recurre incluso a algunos mecanismos propios de la novela de ficción. Muchos lectores me han dicho, de hecho, que se lee de un tirón, como una novela corta.
-Si Stefan Zweig “nos recuerda que el ensayo moderno nació en un confinamiento”, ¿nacerá algún nuevo género, una nueva forma de este confinamiento global por la pandemia?
-Montaigne se encierra en su torre biblioteca a leer y, en la propia lógica de su lectura, en sus anotaciones en los márgenes de los libros, descubre un modo distinto de pensar por escrito. Nuestra época es muy distinta, pero no hay que olvidar que a menudo los nuevos lenguajes artísticos nacen en una zona en que no son recibidos como tales. Quién sabe si de la estética Zoom o de los memes o de Tik Tok no estará, en estos momentos, naciendo algo nuevo. O si lo nuevo nos llegará desde el mundo analógico. Sobre el futuro no tenemos ni idea.
-¿Por qué nos cuesta, ahora mismo, imaginar el futuro?
-No creo que nos cueste más o menos que en otros momentos. Para mí el problema es que no podemos evitar el querer preverlo y controlarlo. Sobre todo en estos momentos en que no podemos saber si durante la próxima semana hará sol o lloverá. La realidad ha ido siendo domesticada y diseñada para minimizar la incertidumbre y, de pronto, el ultravirus le ha inyectado más incertidumbre de la que podemos procesar. Eso da mucho miedo. Por eso argumento en el libro que en pocos meses hemos pasado de la ciencia ficción como nuevo realismo a la nueva normalidad como subgénero del terror.
-En un momento del libro señalás que el “diario es el género por excelencia de la enfermedad y la autodestrucción”. Ahora bien, en el siglo XXI, ¿los nuevos diarios son las escrituras que surgen en las redes sociales, Twitter, Instagram, una “literatura” no necesariamente hecha por escritores profesionales?
-En el libro hablo de mi propio diario personal, que empecé a escribir en 1998, y de cómo en los últimos años prácticamente no he escrito nada en él, porque las lecturas cotidianas, las ocurrencias, los comentarios o los viajes se traducen por lo general en posts o en tuits. Al mismo tiempo, Instagram me ha hecho pensar más en imágenes de como lo hacía antes. Pero sigo viendo una gran distancia entre lo que escriben en redes sociales los escritores y lo que escriben otras personas. La artesanía es muy superior. Aunque esa frontera se pueda ir borrando, sigue siendo muy evidente.
-¿Por qué te incomoda el hecho de haberte convertido en una especie de activista en contra de Amazon? Daría la impresión de que hay un sentimiento de “derrota”, que más tarde que temprano Amazon terminará siendo el gran ganador en la relación entre los lectores y los libros…
-No necesariamente Amazon. Puede ser otra empresa tecnológica que esté naciendo ahora en un garaje. Está claro que se impone, día a día, la lectura algorítmica, cuantitativa, viral. Yo ya casi no veo películas que no tengan una cierta calificación en ciertas webs ni reservo mesas en restaurantes o habitaciones en hoteles que no estén bien puntuados. Avanza esa lógica, porque lo hace en paralelo la digitalización del mundo. En cualquier caso, yo necesito un cierto equilibrio entre mi vida física y mi vida digital, por eso defiendo la existencia de librerías y bibliotecas.
-¿Qué rol están cumpliendo las librerías y bibliotecas? ¿Permiten evadir la realidad de miedo y muerte, el peligro y la incertidumbre que sigue imperando hasta tanto no haya vacuna, o nos reconecta de otra manera con la vida misma, como si las librerías y bibliotecas fueran las últimas sobrevivientes de la “vieja normalidad”?
-La cultura es una caja de herramientas que te permite construir todo tipo de juguetes, armas y estructuras, que proporcionan evasión, combate o protección, según la circunstancia. En estos meses hemos visto más series y películas que nunca, hemos escuchado música y podcasts, hemos leído muchísimo. Nos hemos dado cuenta, o al menos yo lo he hecho, de que en los libros hay un tipo de herramientas que no están en las narrativas audiovisuales. No son mejores ni peores, son distintas. Tienen una cierta carga de profundidad, no sé cómo decirlo, una duración bestial. Si las buenas librerías sobreviven, apoyadas por sus comunidades de cómplices, es porque, en este contexto de monopolio de la comunicación inmediata que han impuesto Zoom y WhatsApp, nos hemos dado cuenta de que no queremos que nuestra vida sea exclusivamente digital y que necesitamos otros tipos de comunicación, lenta, a larga distancia y de larga duración, incluso espiritual. Todo tiembla y de pronto las estanterías de libros, las bibliotecas, se revelan sólidas, confiables.
-En Contra Amazon recordás que la multinacional de Jeff Bezos eliminó progresivamente el factor humano y que ahora ni siquiera hay mediación en el procedimiento de maquetar y subir a la red un libro autoeditado. ¿Qué consecuencias tiene la ausencia de mediación? ¿Los algoritmos y robots serán los escritores de la segunda mitad del siglo XXI?
-Las consecuencias son múltiples y, la mayoría, negativas. Por ejemplo, millones de lectores se están acostumbrando a leer libros con faltas de ortografía y errores tipográficos. Si eso se acaba imponiendo como la nueva normalidad, si se me permite la broma, todos saldremos perdiendo. No sería mala idea que un corrector o un traductor profesional pudiera ser contratado directamente en la web por quien quiere autopublicarse un libro. Pero Amazon no ofrece ese servicio. No le interesa asumir su rol de editor, porque es mucho más fácil y lucrativo no hacerlo. Otro tema es el de las escrituras algorítmicas, que ya están llegando y cada vez serán más habituales. De algún modo, los textos disponibles con problemas graves de gramática y sintaxis están preparando la adopción, también como normales, de esas escrituras, que serán al principio muy imperfectas, e irán siendo cada vez más parecidas a las de los escritores profesionales.
-Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo, ganó en las últimas semanas 6.400 millones de dólares. ¿Por qué “el virus es Amazon”, como afirmás en Lo viral? ¿Qué peligros implica Amazon como virus?
-En el libro digo que el virus es la ficción, que el virus son los ricos, que el virus somos todos nosotros. Se trata de una suerte de ritmo, o de juego en el argumento de Lo viral. En una de sus líneas narrativas, hablo del nacimiento en los años 90 de la viralidad en el campo del marketing, que pronto se derramó hacia lo digital. Al mismo tiempo nació Amazon. Ninguna otra empresa ha sido tan viral.
-A raíz de la adaptación de Cien años de soledad, advertís que se acaba la época en que existían libros que aspiraban a seguir siendo texto y nada más. ¿Cómo impactan las plataformas de streaming en las escrituras? ¿Los escritores escribirán para Netflix y Amazon?
-Ya muchos lo están haciendo. No es bueno ni malo, es trabajo. Pero por lo general esas plataformas siguen criterios dictados por los algoritmos, no dejan margen para la experimentación y, difícilmente, para la excelencia. Muchas de las series más interesantes y personales de los últimos años fueron rápidamente canceladas: Boss, I love Dick, The Girlfriend Experience.
-¿Hasta qué punto un libro puede hoy cambiar la realidad?
-Si repasamos los grandes best-sellers sobre temas reales de los últimos años, la gran mayoría hablan del pasado, reciente o remoto. Patria, de ETA; Sapiens, de la historia de la humanidad. Ninguno de los muchos libros que nos alertaron sobre el peligro más que verosímil de una inminente pandemia fueron superventas. Muchos se están traduciendo ahora, a destiempo. En mi libro me pregunto qué hubiera pasado si alguno de ellos hubiera sido viral, si se hubiera convertido en una serie de impacto de Netflix o HBO, si hubiera llegado a nuestras conciencias. Me temo que la época de los libros capaces de cambiar el mundo ha quedado atrás. Ahora son las apps y las redes sociales las que tienen ese poder transformador.
Un laboratorio artístico
Jorge Carrión le dedica un fragmento de Lo viral a la cantante Rosalía, la autora de Malamente, en el que pondera “la apropiación maestra” que ha llevado a cabo la artista española. “Ha conquistado una de las dimensiones del mundo, aquella donde coinciden el capitalismo con el estilo musical de la globalización. Ha hackeado el sistema y ha conseguido en un año lo que todas las demás estrellas de su calidad tardaron varios en lograr. Se ha introducido en el corazón del capital y del mainstream para subir el nivel. Ojalá sean muchos quienes la copien, la imiten: se la apropien. Malamente y con altura”, plantea el escritor español.
-¿Por qué te fascina el fenómeno Rosalía? ¿Qué encontrás en ella como artista y en sus canciones?
-Rosalía ha conseguido hacer lo mismo que en su momento hicieron J. J. Abrams o Quentin Tarantino: crear un laboratorio artístico en el centro del mainstream. Además, ha convertido los paisajes y los referentes de mi infancia charnega en iconos, en un mundo: el polígono, el flamenco, los Chichos, las motos, Camarón. El mal querer es una obra maestra. Gracias a ella estoy descubriendo a artistas enormes, que no conocía, como Arca. No debemos perder la oportunidad de crear puentes con las nuevas generaciones y de aprender de ellas.